miércoles, 5 de noviembre de 2008

La marea. Por Miguel Iturria Savón.

El mar nos encierra y nos define pero la vida es más compleja que las mareas; el flujo social no depende de la atracción de la luna y el sol, sino de la articulación de una política que, en el caso de Cuba, marea y confunde a las personas pues ya pasaron los vientos huracanados de Gustav e Ike, pero no volvemos a la rutina tragicómica de nuestras vidas, sino a la fascinación por las situaciones extremas.
Basta con caminar por las aceras, hablar con los vecinos o buscar el mercado de cualquier barrio o municipio para palpar las detenciones absurdas, el cierre de los pequeños negocios y el decomiso de vehículos y mercancías. Los policías actúan con impunidad, los delatores con alevosía, los funcionarios con miedo y los tribunales con indiferencia.
La natural tendencia a sobrevivir ahora es un problema. Lo que era lícito en agosto es un delito desde septiembre. Los despidos en los centros de trabajo están a la orden del día. Hasta para chapear o enterrar a los muertos es necesario un aval de buena conducta social. El clientelismo es imprescindible para acceder a las nóminas estatales.
A Esperanza, una amiga de El Cotorro, le negaron un empleo en el aeropuerto de La Habana. “Sabemos que cumples con todos los requisitos pero el Delegado del Poder Popular dijo horrores de ti. Si te damos el puesto es capaz de denunciarnos cuando te vea con el uniforme”, le dijeron. Ella decidió olvidar los trámites y ejercer como peluquera por cuenta propia, sin pedir permiso.
La esposa de Manolo, profesor y excombatiente internacionalista, ha contratado a un abogado porque a su cónyuge lo encarcelaron por trasladar 100 bloques y 10 tejas para reparar la casa. Al enterarse, un vecino enterró 250 bloques y 8 sacos de cemento para evitar denuncias. En la prisión de Valle Grande el hacinamiento es enorme.
Otros hacen lo mismo. La represión impone la cautela. La marea oficial apunta contra las acrobacias personales. Los que intentan reciclarse se convierten en outsiders. Desde la neblina del poder no se aprecia a quienes superan la indigestión de la política. Vivir con proyectos es un desafío.
El sueño socialista pregonado desde las alturas ya es una pesadilla para la mayoría. En estos días, los ciudadanos estamos más encorvados por el peso de los sacrificios. Vegetamos entre la pared del desencanto y las quimeras de un grupo político que vive a toda leche, pero habla de igualdad, renuncias materiales y batallas de ideas.
Los ciclones son el pretexto de la Operación Victoria, penúltimo acto de la comedia revolucionaria reescrita por el Comandante desde su lecho de enfermo. Nuestro Mesías y sus seguidores vuelven a confundir la vida con la historia y apuestan por el vacío.
Sin futuro a la vista y bajo sospechas de infidelidad, los cubanos debemos preguntar: ¿Para qué sirve un “líder histórico” que multiplica nuestros problemas? ¿Hasta cuándo vamos a convivir con el pánico y tolerar la marea represiva?

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