miércoles, 12 de noviembre de 2008

Wajda en La Habana. Por Miguel Iturria Savón.

Como preámbulo de la XXX edición del Festival del nuevo cine latinoamericano de La Habana, a efectuarse del 2 al 12 de diciembre, la Cinemateca de Cuba exhibe desde octubre varios ciclos de la filmografía europea, asiática y latinoamericana. A la excelente muestra de películas húngaras (cine Riviera, 21 al 29 de octubre), les siguió una selección del director polaco Andrzej Wajda (1 al 7 de noviembre en el Chaplin); dos series de cortometrajes belgas (Flandes de Kask y de Hainaut Cinema), del 8 y el 11 en la misma sala; una decena de reposiciones cubanas basadas en obras literarias (13 al 19); un panorama del cine iraní contemporáneo (20 al 26) y estrenos de otras naciones.
Andrzej Wajda, “el más polaco de los realizadores polacos”, es un paradigma del séptimo arte desde la década del sesenta, cuando predominaban autores como el sueco Ingmar Bergman, el japonés Akiro Kurosawa, el italiano Federico Fellini y el indio Satyajit Ray. Por la excelencia de su filmografía ha sido equiparado con el pianista Chopin, el poeta Adam Mickiewicz, el narrador Henrik Sinkiewicz, el dramaturgo Jers Grotowski y el científico renacentista Nicolás Copérnico.
A diferencia de sus antecesores y contemporáneos, Wajda interroga la historia nacional sobre la independencia, la predestinación, la soledad y la dignidad de las personas en situaciones extremas; preceptos que palpan en los ocho filmes escogidos por la Cinemateca de Cuba, el Instituto polaco de arte y la Embajada de la República de Polonia en La Habana, entre los que figuran los multipremiado “Katyn” (2007) y “Don Tadeo” (1999), exhibidas por primera vez en nuestra isla.
En esta ocasión, la Sala Chaplin escogió Canal (1957), Todo a la venta (1969), La tierra prometida (1975), El hombre de mármol (1977), Las señoritas de Wilko (1979) y Crónica de amor (1986). Los filmes, en colores y sonido estereofónico, constituyen un lienzo de la guerra y un reencuentro con la memoria histórica y la incertidumbre del destino político, social y cultural de Polonia durante los siglos XIX y XX.
Katyn, nominada al Oscar a la mejor película extranjera en el 2008, trae a la pantalla la matanza de 22,000 oficiales polacos por parte del ejército ruso en 1940. Como el padre de Wajda fue una de las víctimas de ese crimen, el realizador incorpora detalles autobiográficos que humanizan la tragedia, atribuida a los nazis por la propaganda de la Unión Soviética, cuyo ejército ocupó parte de Polonia previo acuerdo con Hitler y le impuso un régimen totalitario al finalizar la Segunda guerra mundial.
Don Tadeo abrió y cerró la muestra. Es una pieza excepcional por la fotografía, la dirección artística, el montaje y las actuaciones. Se basa en un libro de Adam Mickiewicz, clásico de la literatura polaca, y describe la vida de la nobleza en Soplicowo durante el avance de Napoleón, quien era valorado por muchos como el libertador que necesitaba el país. Wajda es uno de los guionistas de esta superproducción que nos introduce en los entresijos de la vida política y nos hace pensar en el papel del individuo ante su época y su entorno.
En El hombre de mármol, como en El hombre de hierro (1981), asistimos a la creciente agitación política contra la manipulación de la vida bajo el socialismo. Cerca de Cracovia se construía en los años cincuenta Nueva Huta, que respondía al modelo urbano del ideal soviético. Décadas después la joven Agnieska prepara un documental para graduarse en la Escuela de cine de Lodz, por lo cual indaga en la historia de un obrero carismático convertido en figura pública. La muchacha descubre materiales de archivo que la ayudan a desenredar la caída de Birkut, héroe y víctima que nos recuerda a Leed Walesa y al Sindicato Solidaridad.
En estos días apreciamos también La tierra prometida, otro clásico de la cinematografía polaca y europea. Se trata de una excelente adaptación de una novela de Wladyslaw Stanislaw (Premio Nobel, 1924), que recrea la atmósfera de explotación y luchas obreras en Lodz, centro textil de Polonia durante la revolución industrial. La agudeza, sensibilidad y maestría de Wajda hace creíble los conflictos novelados, aunque el cineasta centra la atención en torno a los tres amigos que montan una fábrica para prosperar.
Todo a la venta, Las señoritas de Wilko y Crónica de amor son un fresco de la ternura, la nostalgia y el tiempo perdido. La primera muestra “el cine dentro del cine” al estilo de Fellini, pues evoca desde la ficción al desaparecido actor Zbigniev Cybulski, protagonista de sus primeros filmes. En la segunda, el personaje central retorna enfermo al escenario de sus años mozos y reflexiona sobre el pasado. Crónica fue considerada la mejor película polaca en 1986; es una historia conmovedora basada en una novela de Tadensz Konwicki; un personaje episódico deviene símbolo de la pasión y el idealismo en los días previos a la ocupación de Polonia (1939).
La precariedad de la existencia, el mundo de entreguerras y de posguerra y los grandes problemas de Polonia gravitan en los filmes de Wajda exhibidos por la Cinemateca de Cuba. Las imágenes y sonidos del gran creador oscilan entre el romanticismo, la lucidez y la desmitificación, pero expresan las esencias identitarias de su país. Tal vez por eso tienen impulso universal.

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