lunes, 10 de noviembre de 2008

El bolero puede enmudecer. Por Lucas Garve.

El bolero como género surgió en Cuba a finales del siglo XVIII. Escrito en compás binario y tempo lento, está emparentado de alguna manera con el fado portugués y la saudade brasilera. De Cuba se extendió a otros países latinoamericanos y en Méjico tiene su segunda casa. Evidentemente, el bolero es un género musical urbano.
En Cuba, la época de oro del bolero fue en los años cuarenta y cincuenta. Para lograrlo, se unieron varios factores: el surgimiento de compositores amantes del género, de cantantes con fuerte personalidad cuyas voces privilegiadas sirvieron de vehículo a ese género musical, de varias compañías disqueras cubanas interesadas en la comercialización de ese producto musical, del fenómeno tecnológico de la victrola que inundó las cuatro esquinas de la isla, de un público amateur que lo reverenció, del impacto de la televisión y de revistas que popularizaron la imagen de los cantantes favorecidos por el público, de la vida nocturna urbana apoyada en cabarés, bares y night – clubs.
Realmente, se unieron todos estos factores para producir el complejo socio cultural denominado bolero cubano. Osvaldo Farrés, Pedro Flores, Julio Gutiérrez, Orlando de la Rosa, Frank Domínguez, Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, René Touzet, José Manuel Solís, más un larguísimo etc. jalonan la ya extensa lista de cultores cubanos solamente.
A pesar de celebrar anualmente un festival dedicado a mantener el gusto por el bolero en Cuba. Muchos factores que contribuyeron a su florecimiento, hoy han desaparecido lamentablemente. Aunque sobrevivan autores que continúan con su producción de boleros, la desaparición de voces apropiadas para cantar el género es notable.
Primero, por causas biológicas, las cantantes de la época de oro que sobreviven tienen hoy 70 años o más. Además, no se privilegia la personalidad artística de forma que materialmente cuente con suficiente acicate para el desarrollo en el género. Las producciones de los cabarés se conciben adecuadas a fórmulas turísticas poco creativas. En realidad, se perdió la infraestructura de soporte y renovación de este tipo de espectáculos y la entrada a los mismos se restringió a un público –extranjero principalmente- que no entendía, ni asimilaba, casi ni aplaudía la producción de un show o a un intérprete generalmente de perfil bien acentuado y carismático por ignorancia o poco interés.
La sin par Olga Guillot, Blanca Rosa Gil y sus hermanas, Vilma Valle, Berta Dupuy, Normita Díaz, las inolvidables Elena Burke y Moraima Secada, Omara Portuondo, La Lupe, Freddy, llenaron con sus voces únicas las salas de cabarés y night clubs que hacían interminable la noche. Misterio y pasión transmitidos en las letras de boleros increíbles por su manera de decir.
Hoy, nos faltan grandes cantantes de boleros. No pueden resurgir porque destruyeron los mecanismos y soportes que contribuían al nacimiento de verdaderos interpretes boleristas como individualidades artísticas musicales.
El bolero ha devenido en objeto museable. En La Habana, el Rincón del Bolero no es ni la sombra de lo que fue una red de cabarés, bares de esquina, clubes, salones, donde floreció el bolero para satisfacción de tantos. Espectáculos mediocres y Casas de Cultura llenas de polvo y desidia sirven a la tristeza del recuerdo de la época de oro del género.
La frigidez sentimental del funcionario comunista no entiende de boleros. Un bolero no se escribe por consigna. Cada bolero es irrepetible en su interpretación. Nos quedan en el recuerdo y en grabaciones y también en el corazón de los ya cincuentenarios. Los jóvenes cubanos ignoran en el presente una de las expresiones musicales más genuinas de su isla.

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