viernes, 29 de agosto de 2008

Los pies sobre la tierra. Por Miguel Iturria Savón.

Los pies sobre la tierra. / Miguel Iturria Savón.

En su reportaje El grano nuestro de cada día, María Elena Martín González revela en Juventud Rebelde, el domingo 17 de agosto, los desafíos técnicos y productivos que enfrentan los campesinos y las entidades gubernamentales dedicadas al cultivo del arroz. Los cosecheros, investigadores y funcionarios entrevistados plantean los problemas y los planes de un sector que en el 2008 producirá 223 mil toneladas, por lo cual se importa más del 80% del consumo nacional, pero vaticinan cerca de 485 mil toneladas para el 2013, a fin de reducir el 50% de las adquisiciones del cereal, cuyo costo por tonelada asciende a 1.100 dólares.
Los escollos del país en la producción del arroz tienen puntos comunes con otros cultivos agropecuarios. La obtención de alimentos transita por la extensión de las áreas de siembra, los sistemas de riegos, la renovación de las máquinas y los instrumentos agrícolas, la adquisición de semillas, fertilizantes e insecticidas; así como el rescate de la vitalidad de los suelos, la disciplina tecnológica y la adopción de medidas organizativas que estimulen el retorno de los campesinos a sus parcelas, a las granjas o las cooperativas.
En ese sentido se inscribe el Decreto-ley 159, expedido en julio por el Presidente Raúl Castro Ruz, quien ordenó hace tres años un Levantamiento de la tierra en cada municipio de Cuba. De las medidas dictadas por el gobernante, quizás esta sea la de mayor calado, pues implica la entrega de hasta 13,42 hectáreas de tierras en usufructo a las personas que quieran dedicarse a la agricultura; mientras los poseedores podrán ampliarlas a 40,26 hectáreas. Las granjas estatales y las cooperativas tendrán el mismo derecho y mayor tiempo de arrendamiento.
Aunque el contrato a los arrendatarios naturales es intransferible, deben pagar impuestos y ajustarse a la regulación de precios, la entrega de tierras ociosas es un paso importante en la liberación de las fuerzas productivas del país, maniatadas por el control estatal, el burocratismo y la corrupción.
No sabemos aún los detalles de la implementación del citado decreto, pero es lógico suponer que las entidades oficiales dicten medidas para que no sea letra muerta.
“Me parece que ya es hora de enfrentar los problemas agropecuarios con los pies en la tierra, pero la suerte de esta reforma depende de quién pone el capital, ya que se trata de tierras baldías que exigen el desmonte y la recibirán gentes sin recursos”, afirma el arquitecto Esteban de Armas, quien estuvo al frente del Levantamiento tierras en un municipios del sudeste de la capital, donde numerosos parceleros dedican sus energías al cultivo de viandas, frutas de estación y animales domésticos.
Los pequeños agricultores entrevistados consideran imprescindibles la entrega de tierra, pero muestran recelos sobre las concesiones a las empresas estatales, “en las que reina la improductividad por el desinterés de los obreros, el abandono de los productos en el campo por falta de transporte, el desvío y el robo”.
A casi todos les parece bien el equivalente a una caballería para el que empieza y tenga voluntad de trabajar duro. “Con media caballería vive una familia de 5 ó 6 personas; de manera que 13,42 hectáreas es suficiente para el autoconsumo de los padres, los hijos casados y los nietos. Quien posea 40 hectáreas podrá comercializar parte de los productos y sembrar cañas para alimentar el ganado. El problema radica en poner las tierras en condiciones provechosas porque casi todas están cubiertas de marabú”.
La afirmación es de Dámaso Pérez Quincoces, agricultor de El Cotorro, quien cuestiona la corrupción en las cochiqueras de La Habana, señala la necesidad de adquirir implementos agrícolas a precios asequibles, eliminar las trabas burocráticas y el centralismo que afectan la distribución, el cobro, el transporte y el traslado del ganado vacuno. “¿Cómo vamos a cercar si un rollo de alambres que se produce en Nuevitas y se exporta al Caribe vale más de 500 pesos?
Rolando Céspedes, pequeño agricultor del mismo municipio capitalino, dice que “durante el Cordón de La Habana, años 1968 al 1973, acabamos con la ganadería y con los frutales. Ahora es difícil atraer a la tierra a los hijos de esos campesinos, casi todos se hicieron técnicos y obreros. Ya no hay amor al cultivo. Lo que hay es mucho robo y precios astronómicos”.
Todos coinciden en que el robo puede poner en peligro cualquier reforma agraria, pues “se ha generalizado por el país y convierte a los agricultores en víctimas de los bandidos del campo y de los especuladores de las ciudades, quienes sobornan a la policía, desvían los camiones y revenden las mercancías como les da la gana”.
“El guajiro tiene que vivir en su finca, hay que darle créditos para hacer la casa, cercarlo todo, construir los corrales, el pozo y otras dependencias que le de cierta seguridad”, afirma la anciana Migdalia Barrueta, esposa de un parcelero de Madruga que falleció hace poco y ninguno de los nietos continuó con los cultivos.
Un funcionario del municipio Boyeros habla de personas que ya solicitaron tierras en Santiago de las Vegas, El Guajay y otras zonas rurales de La Habana, Pinar del Río, etc. Piensa que los otorgamientos pueden atajar el éxodo de los jóvenes que abandonan el campo. “Si les va bien en el trabajo agrícola no tendrán necesidad de irse para la capital. Tal vez algunos retornen”.
Al dialogar sobre la “nueva reforma de la tierra” fluyen las expectativas. Muchos hacen catarsis. Algunos la comparan con la Reforma agraria de 1959 o la de 1963. Otros muestran su escepticismo y hay quienes empiezan a soñar con hacienda propia y alimentos a precios módicos en los desaparecidos mercados libres campesinos.

Dilema escolar. Por Miguel Iturria Savón.

Dilema escolar. / Miguel Iturria Savón.

Comienza el curso escolar en Cuba. Las madres de los niños compran o reparan los uniformes, mochilas, lápices y libretas; visitan las escuelas para ayudar a resolver los problemas inmediatos, pues desde el preescolar al sexto grado el nexo entre padres y maestros es decisivo.
No sucede lo mismo en las secundarias básicas, en los tecnológicos ni en los institutos preuniversitarios. Las secundarias están cerca del hogar de los estudiantes, a excepción de las ubicadas en los campos del país, en las que se dificulta el control de las familias, tan sólido en la primaria como distante en otros niveles, lo cual deja a los adolescentes en manos del colectivo pedagógico, cuyo éxodo preocupa a los padres y a las autoridades docentes.
La euforia de los familiares empieza apagarse en séptimo grado, lo que favorece la deserción escolar, muy notable en los institutos preuniversitarios que combinan el estudio con el trabajo, en base al principio marxista que aleja a los estudiantes del entorno hogareño, pero no logra los resultados pedagógicos y productivos deseados.
Solo dos o tres planteles de segunda enseñanza quedaron en la capital de Cuba. El del Vedado y el célebre Instituto de La Habana, donde estudió José Martí, fueron los últimos. Algo similar ocurrió en Güines y en otros municipios, cuyas tierras acogen a una red de preuniversitarios para los jóvenes que “aspiran a estudiar y trabajar” antes de ingresar en la enseñanza superior.
Converso al respecto con dos profesores de preuniversitarios en el campo, una metodóloga municipal de Extraescolar y becas y tres estudiantes de onceno grado. Los pedagogos reconocen que “el propósito ha sido superado por el tiempo y por las limitaciones del país para mantener un sistema tan costoso y alejado de la familia”.
En la práctica, dice la metodóloga Pilar, “los estudiantes ni estudian ni trabajan en el campo pues la mayoría de las escuelas están en pésimas condiciones y carecen de lo imprescindible. Tal vez por eso, los padres se llevan a sus hijos y los incorporan a cursos de computación, idiomas, culinaria o a la Facultad para adultos que equivale al doce grado”.
María de los Ángeles, Yadira y Yoani terminaron el décimo en “República de Panamá”, de Güines, pero no van a continuar. Según María, “Aquello es un oeste, hay problemas con el agua, la comida, la ropa y las herramientas de trabajo. La escuela está cerca de Bizarrón, un caserío de orientales que venden de todo y entran por la noche; los varones los persiguen por los aleros…”
Aunque aún no se habla de reformar la enseñanza, los funcionarios del Ministerio de educación buscan soluciones a los problemas principales de cada nivel de instrucción, pero las deserciones siguen en ascenso en las escuelas en el campo. Quizás haya que revisar el principio que castiga a millares de estudiantes y profesores. Cerca de casa estudian mejor. Ya tendrán tiempo para trabajar.

Crónica de una pena anunciada. Por Miguel Iturria Savón.

Crónica de una pena anunciada. / Miguel Iturria Savón.
Al escuchar a la madre de Juan Coba pensé que los familiares de los delincuentes necesitan auto engañase para soportar la vergüenza y el sacrificio de atender a un hijo encarcelado. A esta mujer de sesenta el cielo le cayó encima cuando le informaron que su primogénito cumpliría doce años tras las rejas.
Es cierto que Juan no era un ladrón; en tres décadas de vida nadie lo señaló, trabajaba y sostenía a su familia, se llevaba bien con sus vecinos de Alberro, en El Cotorro, donde conoció a dos tipos de Lotería con mala reputación social. Allí, entre tanta marginalidad, comenzó a pensar en dar el gran salto para salir de la pobreza y volver sobre sus pasos de hombre tranquilo.
Junier y Jennis, dos jóvenes con experiencia delictiva y más fantasía que Robín Hood, lo ayudaron a decidirse y lo incluyeron en un plan de robo con violencia e intimidación de las personas.
El arma y la información la puso Jennis, quien no participaría en el atraco pero ofreció los datos y la dirección de Chávez, un negociante de Lotería que sostuvo relaciones íntimas con su prima, la cual le habló del dinero y las pertenencias del amante. Juan, Junier y otro bandido no enjuiciado precisaron los detalles del asalto. Actuarían sorpresivamente con una pistola, dos cuchillos y unas bolsas.
La pistola estaba abollada y no podría disparar, carecía de gatillo y no le funcionaba la aguja percutora ni el martillo; pero esto no lo supieron las víctimas hasta el día del juicio.
Tampoco supieron porqué Juan llevaba la pistola, una gorra azul y una media negra en la cabeza a modo de máscara, mientras Junier y el otro actuaban con cuchillos y el rostro descubierto, registrándolo todo y exigiendo más dinero.
Los tres jóvenes abandonaron la casa de Chávez sin maltratarlo a él, al niño ni a la mujer. Tomaron mucho menos de lo esperado. La frustración personal y la algarabía de los afectados los obligó a correr. En su nerviosismo, Juan cayó al piso en medio de la calle y al levantarse dejó la pistola, la gorra y la media que cubría su rostro.
La denuncia y la captura no demoraron mucho. La prisión preventiva, el juicio y la sentencia fueron un suplicio para Juan y su madre, quien empieza a justificar a su hijo y lo convierte en víctima de las malas compañías.
Junier fue condenado a 18 años de prisión, Jennis a 15 y Juan a 12. El primero tenía como antecedentes dos robos con violencia a mano armada y un robo con fuerza; el segundo era autor de diversas jugarretas en El Cotorro y otros lugares de La Habana.
Juan, el novato de treinta años, tendrá que esperar tras las rejas antes de imaginar otro gran salto. Tal vez aprenda que la violencia no es la mejor garrocha para brincar la pobreza. Su madre será testigo.

viernes, 22 de agosto de 2008

Cronistas sin reloj. Por Miguel Iturria Savón.

Cronistas sin reloj. / Miguel Iturria Savón.

“Una crónica es un cuento que es verdad”, dijo el escritor colombiano Gabriel García Márquez, Presidente de la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano, entidad que promueve talleres, cursos y ediciones para los cronistas que “redescubren” un continente sorprendido por los europeos hace medio milenio. En su afán por develar lo oculto y lo indecible, el Premio Nobel de Literatura había creado anteriormente la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y la Escuela internacional de cine de San Antonio de los Baños, ambas en La Habana.
Decenas de cubanos se formaron como guionistas y directores de filmes bajo el amparo de tales iniciativas; pero no sucede lo mismo con los cronistas insulares que tratan de arrancarle a la vida cotidiana el rostro de las gentes sin historia. Quizás García Márquez, tan conectado a nuestro caudillo, no haya leído nada de los periodistas independientes que cuentan las cosas que pasaron el día anterior y fueron obviadas por la prensa oficial, cuyo inventario de estadísticas, batallas y victorias anestesian la sensibilidad de sus lectores y anulan la capacidad de asombro sobre los sucesos de este país.
¿De qué pudieran asombrarse el Gabo y sus hijos adoptivos de Colombia, Chile, México o Perú, si durante medio siglo le han dicho que Cuba es un paraíso de libertades, derechos y desarrollo?
Los “nuevos cronistas de Indias” no describen circunstancias paradisiacas desde la prensa oficial, pero poseen conciencia de familia, revistas regionales –The Clinic, Gatopardo, Etiqueta negra, Letras Libres o Marcapasos-, y padrinos como Alma Guillermo Prieto y Elena Poniatowska (mexicanos), Martín Caparrós (argentino), Pedro Lemebel (Chile) y el estadounidense Jon Lee Anderson. Sus textos conmueven porque desnudan realidades y hacen la autopsia de un barrio, un caserío rural o un personaje tenebroso de El Salvador, Colombia o Venezuela. Quizás por ponerle rostro y color a las historias de cada día, han llamado la atención de editoriales como Planeta, Tusquets, Seix Barral, Santillana y Random House.
En Cuba también existe una prensa soterrada, más virtual que plana, desligada de los medios controlados por el Estado y conectada a Internet. Fluye de adentro hacia afuera. Cubanet, Encuentro en la red, Misceláneas de Cuba y Consenso son algunos de sus soportes. Los principales cronistas están en la isla, aunque varios marcharon al exilio. Luis Cino, Juan González Febles, Víctor M. Domínguez, Lucas Garve, Tania Díaz Castro, Frank Correa, Jorge Olivera Castillo, Yosvani Anzardo Hernández, José Hugo Fernández, Oscar Mario González y otros trazan el perfil de una isla secuestrada por sus gobernantes. Ellos convierten el yo en personaje, le echan mano al testimonio, describen experiencias y situaciones límites, escuchan, olfatean, investigan o le ponen voz a un prisionero de conciencia; denuncian la represión sistemática de la policía política o la deportación forzosa de los campesinos que emigran a la capital.
Como muchos colegas de Latinoamérica, nuestros cronistas son freenlance, luchan por un espacio en la red y gestionan tiempo de máquina en las embajadas de la capital, pues el monopolio partidista les impide crear revistas y periódicos. Compensan sus limitaciones con un nivel de libertad comparable con los blogs; es una “libertad vigilada” y al margen de los editores, quienes reciben los textos y hacen su trabajo a distancia.
Ellos oscilan entre el diarismo, la historia y la literatura; desmontan mitos y dan espacio a lo cotidiano; no inventan lo sorprendente, lo descubren desde la búsqueda y la pasión. No temen al choque con la ideología oficial y, a veces, caen en zona de peligro. Los tropiezos con la política y los entresijos del poder han llevado a decenas de periodistas independientes a la cárcel.
Solo dos o tres antologías, aparecidas en España y los Estados Unidos, ofrecen la mirada múltiple y escrutadora de los cronistas que se adentran en esa Cuba absurda, insólita y macabra, escondida por la censura durante medio siglo de señorío totalitario. Desde Internet y algunos soportes tipográficos, un grupo de periodistas cubanos escriben un borrador de la historia insular más reciente. Ellos, como sus colegas de América y los blogueros, decretan el fin de la impunidad de una política que controla y manipula la información y la vida de las personas.

Bailar timba. Por Luis Cino.

Bailar timba: no hay más na. / Luis Cino.

Le llaman timba. Dicen que es otra forma de tocar la salsa. Tiene de Rhythm and Blues, de reggaeton y de hip hop. Pero la timba, brava o Light, es más son que otra cosa.

La timba es el tallo áspero, procaz y con espinas, que parió el son del cautiverio. La música dura de alegría falsa que trató de poner sabrosura a las penas más recientes. La banda sonora del hambre, los balseros y la desesperanza.

Quisieron enmascararla con caras bonitas, poses charangueras, ropa sexy, meneo de caderas de mulatas de vértigo…

La timba, sin proponérselo, se convirtió en la crónica de las vidas precarias del que creyeron sería el hombre nuevo. O de sus hijos. Bisneros, ambientosos, jineteras y chivatos. Todos están en sus canciones. La comedia humana, sincopada y con tumbao, de la Cuba de ahora mismo. La de los barrios. La isla en pesos… no convertibles.

Su filosofía marginal habla el idioma de las calles. Advierte, sin reparos que “el Bonny está pasmao”. No hay casualidad. “El Bonny es una pasta, pero pasmao para qué.” Aconseja a las niñas que se busquen “un temba que las mantenga, un papirriqui con guaniquiqui”. Para que tengan lo que tenían que tener. Además, alertan sobre “Yuya la de la patrulla, la que no hace bulla, la que te vela y te echa pa la candela”.

Los muchachos crecieron con los Van Van y el pop latino que escuchaban sus padres, pero la timba es su música.

Sus ídolos son la Charanga Habanera, Paulito FG, Manolito Simonet y Bamboleo. Son lo que hay. La especulación de La Habana. La tiran en estereo. A pagar allá.

Cadenas de oro, ropas de marca, video clips deslumbrantes y viajes al extranjero, simbolizan las vidas de sueño que quisieran vivir. “Tú puedes llegar, tú puedes llegar, pero no te pases”, les previenen.

Persiguen sus actuaciones por bailables populares y casas de la música, si tienen dinero. En La Piragua, la Plaza Roja o la Tropical. Son los nuevos templos de la gozadera.

Allí “se ponen buenos” con cerveza de pipa ligada con amitriptilina o parkisonil. Si aparece “un prajo” –un pito de marihuana- es lo máximo.

Cuando llega el estribillo, ya están “en talla”. Ellos no están en nada. Lo suyo es el baile y “las jebitas”.

Siguen el coro erotizados. Insinuantes, mueven la pelvis y se pegan a sus parejas. Alzan los brazos al cielo. Como si imploraran gozar. Las caderas se mueven en círculos de lujuria. Es el despelote. La catarsis colectiva.

Si esta noche no hay botellazos, chavetas ni bengalas, todo estará “tocao”. No acabarán en la unidad de la policía.

Volverán “arrebatados” y hambrientos a sus barrios oscuros y ruinosos. A pie o en la confronta. De madrugada, no hay camellos. El aire nocturno refresca la nota.

Para ellos, sólo hay consignas en las paredes, discursos en la televisión, escombros y basuras sin recoger, redadas policiales, botellas de chispa de tren y el humo risueño de los cigarros de hierba de parque.

“No hay mas ná”, repiten la antífona tribal, sentados en la esquina. Siempre alguno responde: “No es fácil, asere, no es fácil”.

Cosas de alimañas. Por Miguel Iturria Savón.

Cosas de alimañas. / Miguel Iturria Savón.

Hay guapos que sofocan a los cobardes y cobardes que asesinan a los guapos. Los ejemplos son evidentes en los tribunales de La Habana, donde los juicios de ese tipo resultan espectaculares por la exaltación de los ánimos, las declaraciones violentas y las amenazas de los familiares de algunos encausados.
Uno de los casos más famosos fue la muerte de Leoni a manos de Oscarito, quien le atravesó un cuchillo por el cuello en un lugar festivo. El Leoni era un chino joven y fuerte, desagradable y peligroso; integraba la preselección nacional de lucha y repartía golpes en cada esquina de El Cotorro. Oscarito es un mulato flaco, tímido y calculador que salió en busca del cuchillo cuando vio a su hermano mayor en las garras del atleta.
En la cárcel, Lázaro Oscar Soto López amplió su currículo de tropelías. Haber matado a un guapo con víctimas y enemigos le dio prestigio entre las fieras. Salió hace poco bajo libertad condicional, pero su apego al cuchillo lo hizo retornar a las rejas. Ahora espera juicio en la prisión de Valle Grande.
Otro joven de instintos violentos resurgió del Combinado del Este, estuvo unos meses en familia y regresó a prisión. José Ramón Martínez, alias Monguito, vecino de Oscar en el reparto Lotería, coincide en el cuchillo, la sangre y la muerte, pero difiere en el móvil y la víctima.
Monguito mutó su condición de alimaña por la de fiera bravía durante una maniobra en Jejenes, Pinar del Río, a donde fue como soldado de la Unidad antiaérea de Santa María del Rosario, en la cual cumplía el Servicio militar.
En Jejenes evadía los tiroteos al quedarse como cuartelero en unión de Zamora, un guapo que lo tenía esclavizado. En una ocasión lo sorprendió por la espalda y le dio una golpiza. Zamora cayó al piso y se enredó con los cables eléctricos. Monguito recuperó su honor entre los reclutas, pero robó unas colchonetas y estuvo un año en la prisión militar de Ganuza, en la cual elevó su expediente de fechorías.
Al salir del Ejército, Monguito volvió a la cárcel, pues en una reyerta hogareña le atravesó el corazón al hermano con el cuchillo más grande de la cocina. Después de ocho años tras las rejas obtuvo la libertad condicional, pero le duró bien poco, una de las hermanas lo acusa de amenaza de muerte. Desde hace un mes espera juicio en una celda de Valle Grande.
El abogado que contrató la madre de José Ramón comenta que su defendido puede ser absuelto, sancionado de seis meses a dos años de prisión o recibir el doble de los límites de esa condena por estar bajo libertad condicional y poseer antecedentes criminales.
“Tiene suerte, pues la madre y dos de sus hermanas botaron de la casa a la que denunció a Monguito, quien parece el líder de la familia a pesar de haber matado a su hermano mayor.”
Aunque los casos de violencia hieren la sensibilidad de muchos ciudadanos, son más comunes de lo que suponemos. Los guapos y las alimañas ostentan su cólera en lugares públicos del país. Para conocerlos no hay que ir a los tribunales, basta con preguntar por los pendencieros que no vemos en el barrio.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Mutis a la roca. Por Odelín alfonso Tornas.

Mutis a la roca. / Odelin Alfonso Torna.

Cuando escuchamos o leemos ciertos comentarios triviales, publicados en la prensa oficial por algún comunicador que cumple onerosamente su turno, nos percatamos de que existe irremediablemente un cerco de censura. Llegar al lector, sostener y asumir la crítica con determinados criterios vanguardistas tiene su encanto. Excederse tiene sus riesgos.

¿Qué nadie toque nada?, título que encabeza un texto del estudiante de periodismo Yoelvis Lázaro Moreno, fue publicado el viernes 18 de julio en el periódico Juventud Rebelde. El joven Yoelvis nos sumerge en un mutis social, fenómeno inherente dentro de un sistema totalitarista que extermina la más leve señal de contrariedad.

Todavía existen quienes creen en la efectividad de los criterios personales o colectivos, emitido por el pueblo desde enclaves cederistas o laborales. Lidiar con la rigidez, propia de aquellos dirigentes que lanzan propuestas impopulares con matices aperturistas, es estar inmerso en esa idea selvática e inmutable que la revolución nos propone.

Por más que se quiera desde una convocatoria popular, pedir la palabra, hacer una propuesta o rebatir una proposición dictada al más alto nivel, ¿Quiénes cargarían con el mutis?

Quienes generan las directrices dentro de este amplio espectro de imposiciones y arbitrariedades, son los mismos que dicen soltar las riendas a la diversidad de opiniones, con consenso popular o sin él.

¿Quién, desde la tribuna parlamentaria, exhortó a un debate previo cuando se implementó el llamado “pacto social” en el año 2006?

A nadie se le consultó si prefería la “novedosa” hornilla eléctrica en lugar del gas licuado o el keroseno. Más que un pacto social fue un pacto a la fuerza, el de imponer electrodomésticos de cocina que utilizan la energía eléctrica con el consiguiente aumento de la tarifa que se derivó de este.

¿Que será de las miles de propuestas, que según el Gobierno, se recogieron en los barrios debates o en las asambleas que antecedieron a las elecciones unipartidistas?

Si la presión se realiza a la inversa, desde el absolutismo que ejecuta acciones sin la más mínima riposta de su electorado, deducimos que el resultado de la ecuación no es el convencimiento sino la arrogancia.

De ahí el divorcio con la opinión, la ruptura con el “poder del pueblo” o el mutis, como la opción aconsejable para la mayoría de los cubanos.

No estoy en posición ofensiva ante un planteamiento claro y con despuntes contestatarios en manos del colega oficialista, Yoelvis Lázaro Moreno. Más bien le doy un espaldarazo, aunque confieso me moleste asumir deseos reprimidos de otros.

Para los parlamentarios debe ser tedioso lidiar con quienes dictan leyes y preparan las trampas. Como dijera la reformadora social y pensadora española, Concepción Arenal, “las malas leyes hallarán siempre, y contribuirán a formar, hombres peores que ellas, encargados de ejecutarlas”.

Abstenerse a la crítica es de sabio en sistemas como el nuestro. Dar crédito a una iniciativa de gobierno o a un programa social, ideado a partir de la teoría “por el bien y para el bien del pueblo”, es como retirarle los apuntalamientos a esa obra inconclusa que la revolución propone.

Soy de los que aplaude a los comunicadores que saben picar la carnada sin tragarse el anzuelo. Mi ventaja versa en que no tengo que parafrasear en la búsqueda de un supuesto culpable. Yo tengo el mío, el mismo que nos quitó el gas licuado y nos propuso cocinar con hornillas eléctricas.

odelinalfonso@yahoo.com

Final feliz. Por Miguel Iturria Savón.

Final feliz. / Miguel Iturria Savón.
“Al fin juntos”, dijo Elba días atrás cuando Juan se bajó del avión en Las Palmas de Gran Canarias. Llegaba de Madrid previa salida de La Habana, donde se casaron en la primavera del 2003, fecha memorable para los cubanos que desafiaron al Minotauro del laberinto insular. El matrimonio fue rehén de las circunstancias políticas y de la burocracia hispano-cubana.
Él tenía 55 años y daba clases en una universidad; era autor de libros de cuentos, poemas, ensayos y artículos. Ella empezaba los cincuenta y entonces, como ahora, se dedicaba a la pintura y la artesanía. Coincidieron en una galería de arte de La Habana que exponía algunas piezas; compartieron algo más que el placer estético. Elba lo invitó a visitarla en Canarias, pero la Embajada de España le negó la visa, lo cual les pareció absurdo pues Juan había viajado dos veces a ese país y estudiado Psicoanálisis en la madrileña Escuela Grupo Cero, del célebre Menasa.
Entre Cuba y España predominaba el desencuentro. El gobierno peninsular promovía sanciones diplomáticas contra el régimen de Castro, quien ordenó el fusilamiento de tres jóvenes negros y encarceló a 75 opositores pacíficos. Mientras el caudillo insular embestía a la antigua metrópoli, Juan y Elba decidieron casarse en el Consulado de España en La Habana. Como la unión fue denegada, ella reclamó la legitimidad de la alianza ante los tribunales hispanos. Él la esperaba una o dos veces al año y destejían la angustia con los mensajes de Internet.
Solo un lustro demoró la burocracia española para deshacer el dictamen de su Consulado en La Habana. Entre papeles, mensajes, esperanzas y maleficios, el matrimonio otoñal resistió las pruebas del tiempo.
Al bajar la temperatura del desastre, un nuevo Cónsul le otorgó la visa a Juan F. González Díaz, a quien los agentes de Inmigración y extranjería del Ministerio del interior de Cuba, le concedieron el Permiso de residencia en el exterior, previas verificaciones, pagos y advertencias patrióticas. Elba Ramírez Brandón lo esperaba en Las Palmas de Gran Canarias desde la primavera del 2003.
Ahora que la unión es un hecho, Juan y Elba caminan juntos en otra isla de ensueños, visitan a los familiares y amigos de la nueva Penélope, van a la playa, comparten proyectos y asumen el ritmo de los trámites que a él le impone la burocracia del archipiélago canario.
En Cuba, Juan dejó a sus dos hijos y a un montón de amigos. “Las Palmas no es Madrid ni Barcelona, pero aquí las cosas fluyen mejor que en La Habana”, dice en un correo en el que habla de las comidas, los coches sin parqueos y los choferes de las guaguas casi vacías que saludan al que sube.
Juan y Elba vencieron los obstáculos y las distancias. Finalmente, son felices.

Lobos y caperucitas. Por miguel Iturria Savón.

Lobos y caperucitas. / Miguel Iturria Savón.
Mercedes y María no vestían de rojo ni llevaban una cesta con frutas, pero seducían por sus licras ajustadas, sus piernas divinas y sus ojos verdes. Se bajaron del P-7 en Dolores y Carretera central, anduvieron hasta el Caballo blanco y penetraron después en el bosquecito que desemboca en el barrio La Cuevita, donde vive una chica que estudia con ellas en la Escuela de enfermería.
No imaginaron que detrás de un árbol había un mulato con cuchillo que las obligaría a desnudarse. El lobo cogió a Mercedes por el cuello y amenazó con matarla. María trató de calmarlo, “¿cómo hacer el amor si no te quitas las botas y el pantalón?” Mientras la bestia obedecía, las caperucitas corrieron hasta la casa más próxima. El anciano que les abrió la puerta llamó a su nieta sin mucha sorpresa. No era la primera vez que socorría a dos bellas desnudas y asustadas.
Mercedes y María tuvieron suerte, la astucia, los gritos y sus buenas piernas la ayudaron a escapar. El violador se enredó en las patas de su pantalón. La nieta del viejito les prestó un short, una saya y un par de chancletas. Las chicas no quisieron hacer la denuncia en la estación policial pues “el tipo hablaba como los orientales y sus botas eran idénticas a las que usan los policías”.
El anciano de esta historia es vecino del padre de Lupe, editora y amiga, quien vive en los altos de sus progenitores, donde me contaron el suceso el sábado pasado. El gallego Rouco me dijo que hechos similares ocurren a veces en la zona. “Para ir a la Cuevita y a la Corea, la gente atraviesa por el Caballo blanco, el Diezmero o la finca que converge en la calle G de Dolores”.
La Cuevita y La Corea son barrios marginales del municipio San Miguel del Padrón, al sudeste de Ciudad Habana. Son más peligrosos que el Diezmero, Reboredo, Las Piedras y Alturas de Luyanó, en los que predomina la inseguridad y el mercado negro. En tales suburbios apenas entra la policía, los maleantes presumen de guapos y los jóvenes relatan sus odiseas y romances a ritmo de regatón.
Es fácil identificarlos por el bullicio coral que escenifican en el P-1, el P-2, el P-7 y otros ómnibus de la capital, en especial los del Paradero de San Miguel, ubicado por La Cuevita, en cuyo mercado proliferan las broncas. Más que cantar, aúllan en público y descargan sus aventuras con las “locas”. Si alguien los mira dos veces le dicen en la cara “Cuidado conmigo, yo soy de la Cuevita…”
Ese sentido de pertenencia es asumido por igual por las chicas duras, quienes cantan y toman ron en los ómnibus, alborotan las colas en las shopping o atraviesan la jungla sin pensar en lobos ni panteras.
La estampida del sábado de Mercedes y María me recuerda a tres rubias de ojos claros que crecieron en la Cuevita hasta que sus padres, cansados del asedio de los lobos, permutaron su casa con patio por un cuarto piso de la Zona 14 de Alamar. Alix, Edania y Geisha ya olvidaron a las fieras de su infancia en San Miguel del Padrón.

viernes, 8 de agosto de 2008

LA CUENCA MUSICAL DEL CARIBE
Por Lucas Garve. Fundación por la Libertad de Expresión. La Habana, 2008-05-03.
La Cuenca del Caribe posee varios planos de composición que la unen. Primeramente, el geográfico, luego el histórico y el cultural. Los admito en este orden porque cada uno se extiende más allá del otro en diferentes momentos, períodos y épocas.
Desde el punto de vista geográfico, una cuenca es un territorio cuyas aguas afluyen todas a un mismo río, lago o mar. Examinado lo anterior y visto desde lo histórico, en la Cuenca caribeña se han desarrollado eventos fundamentales en el orden socio político y económico que contribuyeron definitivamente a la mezcla de culturas que favoreció el nacimiento de la sociedad multicultural contemporánea.
A mi modo de ver uno de los eventos definitorios de la acción cultural en la Cuenca del Caribe fue sin dudas la inmigración forzada de africanos mediante la Trata de esclavos. El desarrollo del comercio mundial, la entronización de zonas productoras regionales bajo el orden colonial y el sistema económico de plantación incrementaron la necesidad de fuerza de trabajo y en consecuencia, la importación de africanos. De una manera u otra, el elemento africano ayudó a reconfigurar una Cuenca hasta ese momento sujeta a límites geográficos meramente.
Los procesos de asimilación, transculturación y reajustes culturales ocurridos entre los espacios rurales y urbanos durante los siglos XIX y XX, lograron la aparición de un discurso musical que impregnara un territorio mucho más vasto que el impuesto por los límites geográficos.
Hay un Caribe musical que se extiende desde el territorio bahiano brasileño hasta la costa este de Norteamérica de Sur a Norte; mientras que desde el Este va del arco formado por las Antillas Menores a las costas del Istmo. Es el mismo Caribe de figuras como Gilberto Gil, la inmortal Celia Cruz, Arsenio Rodríguez, Bob Marley.
En lo particular, influyó la posición social de los agentes de ese discurso musical. Los miembros de la clase hegemónica desdeñaron siempre las funciones de servicio para cuyo desempeño utilizaron sus esclavos. A estos últimos se les impuso entonces el conocimiento y la apropiación de instrumentos musicales y normas culturalmente ajenos para ejercer la producción musical. Pero no se les pudo dominar el espíritu y su manera particular de hacer las cosas. Indudablemente, la expresión musical resultó, en ellos, transformada en un útil de resistencia espiritual ante la violencia del sistema esclavista.
A consecuencia de un evento histórico como la Revolución Haitiana, se comenzó a producir en la zona un desplazamiento demográfico que propició el reasentamiento en tierras cercanas de parte de su población y la consecuente asimilación y reproducción de modos y costumbres.
Este acontecimiento de singular importancia arrojó leña al fuego y produjo el incendio musical que hoy se traduce en notas desde el fenómeno de la música brasileña, el reggae, el zouk, hasta el jazz latino y la fusión como variantes de expresión musical y partes del mismo árbol genealógico.
Testimonios e investigaciones de historiadores y estudiosos de las expresiones musicales de nuestros países atestiguan lo anterior. Tenemos la presencia de las dominicanas Teodora y Micaela Ginés, establecidas en Santiago de Cuba y famosas como ejecutantes de una orquesta de baile, en fecha tan temprana como las postrimerías del siglo XVI. A consecuencia de la emigración francesa proveniente de Haití, en la ciudad citada se abrieron varios salones de baile, entre ellos el famoso El Tívoli, donde músicos venidos de Haití, derrocharon facultades musicales en las noches, mientras por el día impartían clases de música.
Valga aclarar que la profesión de músico era una opción de ascenso social para negros y mestizos libres al situarse en una zona socio profesional intermedia. En 1830, numerosos negros y mestizos se habían colocado en la preferencia de un público que no desdeñaba las orquestas de baile compuesta por músicos negros y mestizos. Fe de esto en tenemos la existencia de agrupaciones como La Concha de Oro del Claudio Brindis de Salas, violinista y compositor, además de padre del extraordinario violinista Claudio José Domingo Brindis de Salas, conocido en Europa como el Paganini negro; también la orquesta Flor de Cuba, dirigida por Juan de Dios Alfonso, clarinetista, y músicos como Bernardino Vázquez, Ulpiano Estrada, más tarde, Faílde, creador del danzón hasta Valenzuela, director de orquesta y famoso instrumentista.
La extensión de la influencia musical caribeña no está solamente marcada por el elemento negro, sin duda fundamental, sino también por el desarrollo de corrientes de aceptación y reconocimiento por un público cada vez mayor y por los avances tecnológicos que la radio, las casas de discos y luego, la televisión utilizaron para la difusión comercial.
Al aunarse entonces toda una serie de factores de orden socio económico y cultural, propiciaron que la expresión musical producida en el Caribe ganara más proyección y que sus agentes culturales contaran con un radio de acción más abarcador.
Debido en gran medida a la atracción de los centros de desarrollo tecnológico y de poder económico empresarial, la emigración temporal o definitiva de importantes músicos negros en las décadas del 20 al 40 a los EEUU, trajo un aporte decisivo en el curso del desarrollo de estilos musicales en el siglo XX.
Gracias a ello en la actualidad, no es raro disfrutar de producciones como la del pianista Bebo Valdés junto a la voz de un cantante como el Cigala, una Misa a la Caridad del Cobre del también cubano Vitier, de igual manera que se disfrutan las piezas de Heitor Villalobos. Fin. LG/08.
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Pedro Páramo. Valoración de un texto.

PEDRO PÁRAMO, LA VALORACIÓN DEL TEXTO EN RULFO.
Por Lucas Garve.
Juan Rulfo (1817-1986) con su novela Pedro Páramo cierra el ciclo de las grandes novelas de la Revolución Mejicana. A diferencia de Azuela, no refleja el proceso de las luchas –presentes en las obras de Azuela- sino el resultado del mismo, la destrucción del sistema de relaciones feudales existentes.
Pedro Páramo es uno de los ejemplos con los cuales la narrativa hispanoamericana se inscribe en la novedosa línea de la expresión contemporánea. Pedro Páramo es la conclusión aterradora y sugerente del panorama mejicano. Particularmente, es el producto de las influencias de la Revolución mejicana en la Literatura. Con ella, Rulfo cerró el ciclo de las novelas que recibieron influencias directas del proceso mejicano en el siglo XX.
En Comala se hunde un mundo cuyas relaciones están empantanadas porque el tiempo no transcurre. Pedro Páramo, el personaje, está muerto socialmente, como el resto de los pobladores, pues carece de comunicación. A la vez, está es la razón por la que no podrá salir de Comala. A pesar de todo, tampoco le interesa salir de Comala. Conoce que su destino está unido a la destrucción del pueblo.
Un sentimiento de frío recorre el ámbito interno de cada personaje porque después de la muerte no hay esperanza, ni ilusión. En consecuencia, Pedro Páramo es solamente “un rencor vivo”. Y este rencor sabe a frustración. Acto que se consuma ante la muerte de Susana San Juan.
También se han frustrado todas las ilusiones de los comalenses, Doloritas Preciado lo expresa cuando dice: “Llanuras verdes. Ver subir y bajar horizontes con el viento que muere en las espigas, el rigor dela tarde con la lluvia de múltiples rizos. El olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada…”
Es la misma Doloritas que llega a abandonar a su marido y antes de morir suplica a su hija, cobrar a su padre lo que nunca le dio. Insatisfacción que acompaña a Doloritas Preciado a la tumba, al igual que a Eduviges Dyada y a todos los muertos “que charlan en murmullos que parecen ya débiles ecos”. Entonces, se reviste de sugerencia el texto para lograr atemporalidad, llevando poder a la intuición, gracias a lo meta textual.
El pasaje de un plano a otro y la exposición de hechos simultáneos contribuyen a exponer ante el lector la historia y lo empuja al juicio. Esta forma de estructurar distintos temas para ofrecerlos como un todo corresponde a las influencias de la nueva expresión europea y norteamericana que nos trae a la mente a Joyce como a Faulkner y Dos Passos.
Este juego del tiempo, primero, ayuda a Rulfo en la búsqueda de una universalización que incide en la clásica validez de la obra. En segundo lugar, garantiza a dejar libre el frágil lirismo que traspasa el tema general y que insufla a la obra una pasmosa maleabilidad propia de un trasfondo poético que se percibe en la estructura interna de la oración.
Está en la yuxtaposición de monólogos, murmullos, diálogos por personajes incorpóreos que quedan en la atmósfera mágica que envuelve al pueblo que terminan sosteniendo el ambiente suprarreal. Un lento río que transcurre inquieto bajo la superficie.
Aquí alcanza Rulfo el pleno éxito, en lo logrado al hacer hablar a los muertos, el contarse y recontarse sus propias historias y frustraciones. Tomemos cómo Damiana Cisneros se refiere a Eduviges Dyada “Pobre Eduviges, debe andar penando todavía”. Aquí a Rulfo le interesa dejar marcado el sentido de infinitud, de acción no acabada en el tiempo.
Es interesante al tratar el asunto de los ámbitos tocar el tema de la realidad. Estamos pues obligados a examinar la formación de la imagen rulfiana. Imagen en donde la sensualidad juega un carácter definitorio. Por ejemplo: Pueblo sin ruidos/… pisadas huecas repitiendo su sonido/ el eco de las paredes teñidas por el sol al atardecer.
En sí no hay una percepción completa sino toda una serie de sensaciones, las que compuestas o encadenadas logran ofrecer una imagen meta textual de la realidad.”Un pueblo que huele a miel derramada”, “… no sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo”. Aquí vale hacer la misma reiterada afirmación sobre el alto potencial lírico de la oración en toda la novela.
Evidentemente, este tratamiento nos fuerza a pensar en el subjetivismo que invade la obra. Rulfo procesa la realidad tomándola como punto de partida y criterio para saltar a lo trascendental. Emplea como trampolín el contraste de la sensualidad de la imagen con la desnudez del paisaje.
Con este texto, Juan Rulfo alcanza a separarse de las novelas hispanoamericanas de la primera etapa. Las llamadas “novelas de la selva” en las cuales el hombre se enfrentaba a las fuerzas naturales. Con Pedro Páramo, Rulfo expone la desesperanza de la muerte y la irracionalidad de la lucha. Un aire de vanguardia impregna el texto y lo identifica con la Modernidad.
FIN. LG. -0-0-0-0-0-

La tradición del suicidio. Miguel Iturria Savón.

La tradición del suicidio. / Miguel Iturria Savón.
A un estudiante de Sociología de la Universidad central de Las Villas le rechazaron hace poco la Tesis de grado sobre el suicidio en una región de Cuba. El tribunal examinador alegó problemas con las fuentes consultadas. Realmente se trata de un tema relegado al silencio. ¿Cómo obtener la licenciatura con un texto que pone al desnudo las causas sociales de la autodestrucción de los ciudadanos y desmiente el estereotipo del cubano como pueblo alegre?
Tal vez los académicos de la Universidad central desconozcan que nuestra isla era “la bella tierra de la muerte” antes de la llegada de Colón, en 1492, y que, casi dos siglos de estadísticas muestran que durante su historia colonial, republicana y revolucionaria, Cuba alcanzó los más altos puestos entre las tasas de suicidios continentales y del mundo.
Un dossier sobre el tema ocupa las páginas 120 a 177 del número 45-46 de la revista Encuentro de la cultura cubana (Madrid, verano-otoño de 1997). La selección fue preparada por el ensayista y psiquiatra Pedro Marqués de Armas, quien incluye textos de historiadores, sociólogos, antropólogos, filósofos y escritores que reflexionan sobre la reincidencia de los cubanos en el suicidio. Fernando Ortiz, Manuel Moreno Fraginals, Juan Pérez de la Riva, Joaquín N. Aramburu, Miguel de Marcos, Jorge Ibarra, Jorge Mañach, Herminio Portell Vilá, Alejandro de la Fuente y Maida L. Donate ilustran los ángulos de un problema social convertido en tradición.
Los autores citados analizan las causas, las estadísticas, las circunstancias socioeconómicas del país en períodos concretos y otros factores que perpetuán el destino trágico de miles cubanos, incluida la herencia de muerte de los indígenas, los negros esclavos y los culíes chinos; así como el mito del esclavo inmolado y el papel de las mitologías nacionalistas que insisten en el sacrificio de la vida ante la imposibilidad de obtener la independencia política o el socialismo.
Entre tantas aproximaciones me detendré brevemente en “El suicidio: ¿una cualidad de lo cubano?”, de Pedro Marqués de Armas, quien enuncia y describe los rasgos casi exclusivos que distinguen históricamente la inmolación en Cuba. Valora las estadísticas que avalan nuestra tradición suicida, calificada por él como “emergencia múltiple y simultánea”, el comportamiento del suicidio durante el largo período revolucionario y las estadísticas del sector femenino y juvenil.
Marqués de Armas señala las elevadas cifras de la autoflagelación insular durante todo el siglo XX, a veces superiores a las de naciones suicidas de Europa, América, África, Asia y Oceanía –a excepción de Japón, China rural y Sri Lanka-; la persistencia de la inmolación femenina (mujeres de 17 a 24 años, fundamentalmente) y su estrecha convergencia con los índices masculinos, ambos por encima de Occidente; la mayor incidencia de la muerte por fuego respecto a todos los países, salvo algunos asiáticos; así como las tasas históricamente altas en todos los componentes étnicos de la nación y la rápida homogenización de las estadísticas regionales, tal como ocurre entre 1902 y 1932.
Analiza las oscilaciones de los países suicidas durante el siglo XX, en cuyo mapa ingresan quienes disponen de más de 20 difuntos voluntarios por cada cien habitantes, cifra sobrepasada entre 75 y 95 veces por Hungría, Austria, Dinamarca, Suiza y Alemania; mientras Rusia, Finlandia, Francia, Checoslovaquia y Japón lo hacen de 30 a 45 y Cuba, sin participar en las guerras, las rebasó en 31 ocasiones, por encima de Suecia.
El suicidio cubano fue el onceno mundial entre 1900 y 1909 y sexto de 1920 a 1929. Alcanzó record en los años críticos de la depresión económica (1930 y 1931), solo superado por Austria y Hungría. Comienza a descender a partir de 1935, pero en 1950 la cifra insular era más alta que la de Chile, Argentina, Costa Rica y México. En 1963 desciende al mínimo desde 1902 (10,6 por cien hombres y 10,2 por cien mujeres). Las tasas vuelven a subir en la década de 1970. En 1982 la cifra se eleva al tope del período revolucionario (23,2), detrás de Hungría y Austria. Hasta 1995 se mantienen encima de 20 x 100.00 hombres. En 1994 Cuba superaba con creces a Uruguay, El Salvador, Argentina, Chile, Ecuador, Brasil, Colombia y Nicaragua.
Las causas están en los factores económicos, sociales y culturales. Los cambios en la industria, la inmigración, el desarraigo, el desarrollo de las ciudades, el éxodo rural, la desesperanza y otros elementos de la modernidad o del establecimiento del socialismo, con sus medidas radicales, la politización de la vida familiar, el estancamiento de las riquezas, la partida de las clases altas y medias, la clausura de las libertades por un Estado totalitario que impone la lógica del compromiso y eleva las tensiones.
Los autores del dossier sobre el suicidio en Cuba revelan datos aterradores, que por cotidianos y endémicos no deben asustarnos. Nada resolvemos con ocultar las estadísticas más recientes y silenciar un problema que viene del pasado. El sentimiento de fracaso individual y colectivo se ha multiplicado bajo el paraíso socialista. ¿Será la autodestrucción uno de los derechos pregonados por el castrismo?

viernes, 1 de agosto de 2008

El Cristo de la cubanía. Miguel Iturria Savón.

En los años ochenta traté de leer Camilo, señor de la vanguardia, publicado en 1979 por el general William Gálvez, miembro de la columna guerrillera del comandante Camilo Cienfuegos, desaparecido en extrañas circunstancias, el 28 de octubre de 1959, momento que inicia su mitificación oficial y la elevación de su figura al santuario revolucionario, cuyos apologistas exaltan su valor, su lealtad a Fidel Castro y su “corazón de comunista”.
La trágica desaparición de Camilo Cienfuegos Gorriarán (La Habana, 1932-1959) multiplicó su leyenda popular. Su nombre identifica al sistema de escuelas vocacionales de las Fuerzas armadas revolucionarias. Su imagen prestigia al billete de veinte pesos y corona el logotipo de la Juventud comunista. Decenas de calles, plazas, barrios, cooperativas agrícolas, centrales azucareros y centros estudiantiles llevan su nombre y apellidos. Cada 28 de octubre los niños lo evocan con flores en las orillas de ríos, mares y lagunas. Los textos historiográficos lo colocan casi al nivel de José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez.
En el imaginario colectivo, la figura del héroe de vida aventurera, amplia sonrisa, melena y sombrero tejano, conserva los misterios y las especulaciones sobre su muerte. Camilo, relámpago de breve duración, era un hombre solar, un ciclón, un desafío en aquella fiesta de la esperanza y la libertad de los primeros meses de 1959.
Tal es la tesis principal del libro Camilo, el héroe desaparecido, de Carlos Franqui, uno de los protagonistas de la revolución de 1959. “Estas páginas –dice el autor- son un breve retrato de su vida y sus hazañas guerrilleras, así como de las circunstancias dramáticas que precedieron a su muerte, origen de una serie de acontecimientos y situaciones que cambiaron el destino de Cuba”.
Carlos Franqui, exiliado en Europa desde 1968, fue reportero televisivo, redactor de Unión Radio, fundador de Radio Rebelde en la Sierra Maestra y director del periódico Revolución (de 1959 a 1963). Mantuvo contactos directos con Fidel Castro, Ernesto Guevara, Huber Matos, Camilo Cienfuegos y otros líderes guerrilleros. Fue un testigo excepcional de la lucha contra Batista y de la gestación del Castrismo. Es autor de El libro de los doce, Retrato de familia con Fidel y de otros textos en los que reescribe nuestra historia, ofrece una visión de cubanía y analiza los grandes momentos, caídas y pasiones de la nación.
Su libro sobre Camilo es un aporte historiográfico serio, creíble, ameno y bien escrito. En el mismo utiliza testimonios, entrevistas, discursos, declaraciones, informes y fotos de la época, obtenidos personalmente o donados por figuras relevantes. Franqui combina la leyenda del héroe con la investigación histórica, el cotejo de la prensa escrita y su monumental conocimiento de la etapa.
En 219 páginas de formato pequeño y un apéndice de 28 ilustraciones, el autor entreteje el retrato vigoroso de un héroe que reta a sus propias circunstancias personales: emigra a los Estados Unidos en busca de una vida mejor, pero regresa y participa en las luchas urbanas; marcha a México y retorna como expedicionario; se interna en las montañas y escribe proezas guerrilleras que ayudan al triunfo de la revolución cubana, la cual desató las pasiones, las luchas internas y acabó por devorarlo casi todo.
Carlos Franqui maneja diversos ángulos y perspectivas e inserta fragmentos de cartas, diarios, discursos y relatos puntuales del mismo Camilo, y de protagonistas de sus luchas como Ernesto Guevara, Dariel Alarcón (Benigno), Fidel Castro y Huber Matos.
El libro describe, además, los primeros meses de la revolución cubana, algunos sucesos, reuniones, tendencias contrapuestas, informes secretos y el quehacer de personajes como Fidel Castro, Osvaldo Sánchez, Ramiro Valdés y Raúl Castro, “el brazo largo y extendido de Fidel Castro que va quitando a Camilo sus mandos militares, paso a paso, desplazando a sus hombres y sustituyéndolos por los suyos…” (p. 215).
El escritor sacude el velo de las apariencias, traza con maestría la visión del pueblo sobre los comandantes principales, la vibración de “los de abajo”, las intrigas de “los de arriba”, los conflictos y las tácticas de Fidel Castro, quien “conmovía, estremecía y paralizaba todo y a todos”(p133).
Presenta a Camilo en el panorama de euforia nacional, al margen de las intrigas, como los cubanos de entonces “…admirado no de abajo a arriba, sino de tu a tu”. Cita sus declaraciones sobre “fundir dos ejércitos en uno solo, que respalde los derechos y la democracia de esta nación…”; la necesidad de “convertir los cuarteles en escuelas técnicas”, pues “Aquí no hace falta más arma que la Constitución”.
“Camilo era equilibrado en todo: no era procomunista ni anticomunista, estaba por la unidad de todos, sin excluir a nadie”. Según Franqui, esa posición lo enfrentó a Raúl y a Guevara. Agrega que “fue siempre independiente: no encontramos en su vocabulario las frases y consignas clave de los marxistas, comunistas, izquierda radical y otros sobre el capitalismo, el proletariado, la Unión Soviética, antiyanquismo y declaraciones de odio y violencia social”. Y aclara: “Camilo identifica a la revolución con el pensamiento martiano, el anti caudillismo, la cubanía y la libertad”.
Finalmente, el autor valora el desenlace de octubre y las circunstancias contradictorias de su desaparición física, desde el nombramiento de Raúl Castro como Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, la renuncia y detención del comandante Huber Matos, acusado de traición por Jorge E. Mendoza y Fidel Castro. “Todo esto es una metedura de pata”, dice Camilo, quien investigaba el caso para testificar en el juicio, pero desaparece durante el vuelo de Camagüey a La Habana.

Donde nace el agua. Miguel Iturria Savón.

Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa se alza desde 1511 frente al océano Atlántico, al nordeste de Cuba. La primera villa fundada por los conquistadores españoles era una aldea de tablas y guano rodeada de montañas, ríos, manantiales y saltos de agua que colman las olas de la Bahía de Miel.
Los aborígenes asentados en las márgenes de sus ríos y de su exuberante naturaleza le llamaban Baracoa o “lugar de las aguas”. Los colonizadores adecuaron el topónimo a su santuario y avidez urbanizadora, pero la flora, la fauna, la bahía y la existencia de tantas aguas y montañas determinaron el largo sueño de la ciudad primada de Cuba, que renace con los turistas interesados en sus paisajes y leyendas.
Los peregrinos se sienten atraídos por la Cruz de Parra que acompañó a Cristóbal Colón en su primer viaje al “Nuevo mundo”. Además de la insignia cristiana y de la exuberante naturaleza, la villa dispone de los fuertes Matachín, la Punta y el Castillo, el último convertido en hotel.
Al recorrer sus calles, sus plazas y las viviendas de mampostería y techos de tejas, coincidimos con sus extrovertidos pobladores –casi todos mestizos con facciones de negros e indios, más que blanco-; dispuestos a vendernos por dos o cinco pesos una bola de cacao, una libra de café en grano o un cucurucho de coco. Cualquiera nos muestra con orgullo el Yunque de Baracoa, elevación omnipresente de cima plana y laderas escarpadas, que sirve de faro natural a los navegantes y deviene símbolo de un pueblo enclaustrado entre el mar y la montaña.
Hasta principio del siglo XX, el océano era su única vía de comunicación con el resto del país. Cuentan que un grupo de pobladores hicieron una travesía con machetes y automóviles para despojarle una senda al macizo montañoso y enlazar a Baracoa con Guantánamo, cabecera provincial desde 1976, de la cual dista unos 182 kilómetros.
En la década del sesenta fue construido el Viaducto La Farola, asombrosa obra de ingeniería que desafía la jungla tropical, bordea los desfiladeros y reta a los conductores y pasajeros que viajan por la sinuosa carretera, entre helechos, polímitas, manantiales montañosos y bohíos de campesinos.
Baracoa es un lugar de historias y leyendas. Su posición geográfica la distingue y la aísla, pero su clima es atractivo. Desde sus calles accedemos al mar o nos encaminamos al caudaloso río Toa o al pintoresco Miel, donde hallamos a mujeres que lavan en sus aguas y a jóvenes que hacen peripecias en frágiles balsas.
La proximidad de “El Paso de los vientos”, en el estrecho de Colón, convierte a Baracoa en un corredor de nubes, sol y chubascos ocasionales que mojan a cualquiera. Las corrientes fluviales y el paisaje colindante estimulan la inspiración, el ocio, la rutina y algunas costumbres pintorescas que atraen a cubanos y extranjeros.Por su distancia de La Habana y por su peculiar geografía, Baracoa parece una isla dentro de la isla. Como no es posible viajar en barco desde sus costas con rumbo norte o sur, cosa normal antes de 1959, se dice que la ciudad primada está frente al mar pero lo utiliza poco. Su aeropuerto la conecta con la capital del país y con destinos turísticos de otras naciones; sin embargo, los cubanos vivimos de espaldas a este paraíso ecológico. ¿Serán las dificultades de transporte y hospedaje o la manía de buscar el horizonte fuera del contexto insular?