miércoles, 20 de agosto de 2008

Lobos y caperucitas. Por miguel Iturria Savón.

Lobos y caperucitas. / Miguel Iturria Savón.
Mercedes y María no vestían de rojo ni llevaban una cesta con frutas, pero seducían por sus licras ajustadas, sus piernas divinas y sus ojos verdes. Se bajaron del P-7 en Dolores y Carretera central, anduvieron hasta el Caballo blanco y penetraron después en el bosquecito que desemboca en el barrio La Cuevita, donde vive una chica que estudia con ellas en la Escuela de enfermería.
No imaginaron que detrás de un árbol había un mulato con cuchillo que las obligaría a desnudarse. El lobo cogió a Mercedes por el cuello y amenazó con matarla. María trató de calmarlo, “¿cómo hacer el amor si no te quitas las botas y el pantalón?” Mientras la bestia obedecía, las caperucitas corrieron hasta la casa más próxima. El anciano que les abrió la puerta llamó a su nieta sin mucha sorpresa. No era la primera vez que socorría a dos bellas desnudas y asustadas.
Mercedes y María tuvieron suerte, la astucia, los gritos y sus buenas piernas la ayudaron a escapar. El violador se enredó en las patas de su pantalón. La nieta del viejito les prestó un short, una saya y un par de chancletas. Las chicas no quisieron hacer la denuncia en la estación policial pues “el tipo hablaba como los orientales y sus botas eran idénticas a las que usan los policías”.
El anciano de esta historia es vecino del padre de Lupe, editora y amiga, quien vive en los altos de sus progenitores, donde me contaron el suceso el sábado pasado. El gallego Rouco me dijo que hechos similares ocurren a veces en la zona. “Para ir a la Cuevita y a la Corea, la gente atraviesa por el Caballo blanco, el Diezmero o la finca que converge en la calle G de Dolores”.
La Cuevita y La Corea son barrios marginales del municipio San Miguel del Padrón, al sudeste de Ciudad Habana. Son más peligrosos que el Diezmero, Reboredo, Las Piedras y Alturas de Luyanó, en los que predomina la inseguridad y el mercado negro. En tales suburbios apenas entra la policía, los maleantes presumen de guapos y los jóvenes relatan sus odiseas y romances a ritmo de regatón.
Es fácil identificarlos por el bullicio coral que escenifican en el P-1, el P-2, el P-7 y otros ómnibus de la capital, en especial los del Paradero de San Miguel, ubicado por La Cuevita, en cuyo mercado proliferan las broncas. Más que cantar, aúllan en público y descargan sus aventuras con las “locas”. Si alguien los mira dos veces le dicen en la cara “Cuidado conmigo, yo soy de la Cuevita…”
Ese sentido de pertenencia es asumido por igual por las chicas duras, quienes cantan y toman ron en los ómnibus, alborotan las colas en las shopping o atraviesan la jungla sin pensar en lobos ni panteras.
La estampida del sábado de Mercedes y María me recuerda a tres rubias de ojos claros que crecieron en la Cuevita hasta que sus padres, cansados del asedio de los lobos, permutaron su casa con patio por un cuarto piso de la Zona 14 de Alamar. Alix, Edania y Geisha ya olvidaron a las fieras de su infancia en San Miguel del Padrón.