viernes, 29 de agosto de 2008

Crónica de una pena anunciada. Por Miguel Iturria Savón.

Crónica de una pena anunciada. / Miguel Iturria Savón.
Al escuchar a la madre de Juan Coba pensé que los familiares de los delincuentes necesitan auto engañase para soportar la vergüenza y el sacrificio de atender a un hijo encarcelado. A esta mujer de sesenta el cielo le cayó encima cuando le informaron que su primogénito cumpliría doce años tras las rejas.
Es cierto que Juan no era un ladrón; en tres décadas de vida nadie lo señaló, trabajaba y sostenía a su familia, se llevaba bien con sus vecinos de Alberro, en El Cotorro, donde conoció a dos tipos de Lotería con mala reputación social. Allí, entre tanta marginalidad, comenzó a pensar en dar el gran salto para salir de la pobreza y volver sobre sus pasos de hombre tranquilo.
Junier y Jennis, dos jóvenes con experiencia delictiva y más fantasía que Robín Hood, lo ayudaron a decidirse y lo incluyeron en un plan de robo con violencia e intimidación de las personas.
El arma y la información la puso Jennis, quien no participaría en el atraco pero ofreció los datos y la dirección de Chávez, un negociante de Lotería que sostuvo relaciones íntimas con su prima, la cual le habló del dinero y las pertenencias del amante. Juan, Junier y otro bandido no enjuiciado precisaron los detalles del asalto. Actuarían sorpresivamente con una pistola, dos cuchillos y unas bolsas.
La pistola estaba abollada y no podría disparar, carecía de gatillo y no le funcionaba la aguja percutora ni el martillo; pero esto no lo supieron las víctimas hasta el día del juicio.
Tampoco supieron porqué Juan llevaba la pistola, una gorra azul y una media negra en la cabeza a modo de máscara, mientras Junier y el otro actuaban con cuchillos y el rostro descubierto, registrándolo todo y exigiendo más dinero.
Los tres jóvenes abandonaron la casa de Chávez sin maltratarlo a él, al niño ni a la mujer. Tomaron mucho menos de lo esperado. La frustración personal y la algarabía de los afectados los obligó a correr. En su nerviosismo, Juan cayó al piso en medio de la calle y al levantarse dejó la pistola, la gorra y la media que cubría su rostro.
La denuncia y la captura no demoraron mucho. La prisión preventiva, el juicio y la sentencia fueron un suplicio para Juan y su madre, quien empieza a justificar a su hijo y lo convierte en víctima de las malas compañías.
Junier fue condenado a 18 años de prisión, Jennis a 15 y Juan a 12. El primero tenía como antecedentes dos robos con violencia a mano armada y un robo con fuerza; el segundo era autor de diversas jugarretas en El Cotorro y otros lugares de La Habana.
Juan, el novato de treinta años, tendrá que esperar tras las rejas antes de imaginar otro gran salto. Tal vez aprenda que la violencia no es la mejor garrocha para brincar la pobreza. Su madre será testigo.