viernes, 22 de agosto de 2008

Cronistas sin reloj. Por Miguel Iturria Savón.

Cronistas sin reloj. / Miguel Iturria Savón.

“Una crónica es un cuento que es verdad”, dijo el escritor colombiano Gabriel García Márquez, Presidente de la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano, entidad que promueve talleres, cursos y ediciones para los cronistas que “redescubren” un continente sorprendido por los europeos hace medio milenio. En su afán por develar lo oculto y lo indecible, el Premio Nobel de Literatura había creado anteriormente la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y la Escuela internacional de cine de San Antonio de los Baños, ambas en La Habana.
Decenas de cubanos se formaron como guionistas y directores de filmes bajo el amparo de tales iniciativas; pero no sucede lo mismo con los cronistas insulares que tratan de arrancarle a la vida cotidiana el rostro de las gentes sin historia. Quizás García Márquez, tan conectado a nuestro caudillo, no haya leído nada de los periodistas independientes que cuentan las cosas que pasaron el día anterior y fueron obviadas por la prensa oficial, cuyo inventario de estadísticas, batallas y victorias anestesian la sensibilidad de sus lectores y anulan la capacidad de asombro sobre los sucesos de este país.
¿De qué pudieran asombrarse el Gabo y sus hijos adoptivos de Colombia, Chile, México o Perú, si durante medio siglo le han dicho que Cuba es un paraíso de libertades, derechos y desarrollo?
Los “nuevos cronistas de Indias” no describen circunstancias paradisiacas desde la prensa oficial, pero poseen conciencia de familia, revistas regionales –The Clinic, Gatopardo, Etiqueta negra, Letras Libres o Marcapasos-, y padrinos como Alma Guillermo Prieto y Elena Poniatowska (mexicanos), Martín Caparrós (argentino), Pedro Lemebel (Chile) y el estadounidense Jon Lee Anderson. Sus textos conmueven porque desnudan realidades y hacen la autopsia de un barrio, un caserío rural o un personaje tenebroso de El Salvador, Colombia o Venezuela. Quizás por ponerle rostro y color a las historias de cada día, han llamado la atención de editoriales como Planeta, Tusquets, Seix Barral, Santillana y Random House.
En Cuba también existe una prensa soterrada, más virtual que plana, desligada de los medios controlados por el Estado y conectada a Internet. Fluye de adentro hacia afuera. Cubanet, Encuentro en la red, Misceláneas de Cuba y Consenso son algunos de sus soportes. Los principales cronistas están en la isla, aunque varios marcharon al exilio. Luis Cino, Juan González Febles, Víctor M. Domínguez, Lucas Garve, Tania Díaz Castro, Frank Correa, Jorge Olivera Castillo, Yosvani Anzardo Hernández, José Hugo Fernández, Oscar Mario González y otros trazan el perfil de una isla secuestrada por sus gobernantes. Ellos convierten el yo en personaje, le echan mano al testimonio, describen experiencias y situaciones límites, escuchan, olfatean, investigan o le ponen voz a un prisionero de conciencia; denuncian la represión sistemática de la policía política o la deportación forzosa de los campesinos que emigran a la capital.
Como muchos colegas de Latinoamérica, nuestros cronistas son freenlance, luchan por un espacio en la red y gestionan tiempo de máquina en las embajadas de la capital, pues el monopolio partidista les impide crear revistas y periódicos. Compensan sus limitaciones con un nivel de libertad comparable con los blogs; es una “libertad vigilada” y al margen de los editores, quienes reciben los textos y hacen su trabajo a distancia.
Ellos oscilan entre el diarismo, la historia y la literatura; desmontan mitos y dan espacio a lo cotidiano; no inventan lo sorprendente, lo descubren desde la búsqueda y la pasión. No temen al choque con la ideología oficial y, a veces, caen en zona de peligro. Los tropiezos con la política y los entresijos del poder han llevado a decenas de periodistas independientes a la cárcel.
Solo dos o tres antologías, aparecidas en España y los Estados Unidos, ofrecen la mirada múltiple y escrutadora de los cronistas que se adentran en esa Cuba absurda, insólita y macabra, escondida por la censura durante medio siglo de señorío totalitario. Desde Internet y algunos soportes tipográficos, un grupo de periodistas cubanos escriben un borrador de la historia insular más reciente. Ellos, como sus colegas de América y los blogueros, decretan el fin de la impunidad de una política que controla y manipula la información y la vida de las personas.