viernes, 28 de noviembre de 2008

Jugada anticipada. Por miguel Iturria Savón.

La calle Águila, entre Monte y Reina, fue el boulevard más notorio del mercado negro en La Habana hasta principios de septiembre. Sus vendedores ofrecían productos deficitarios con el consentimiento de compradores y policías. Allí encontrábamos ropas de todo tipo, objetos electrodomésticos, perfumería, relojes, alimentos y libros, desde el Camasutra hasta un best seller. Nadie cuestionaba la procedencia de las mercancías.
Con el paso de los ciclones llegó la ofensiva contra los mercaderes. El cambio meteorológico de la política penal cubana ha dado al traste con delitos menores tolerados para compensar la ineficacia del enorme aparato productivo y comercial del estado. Los vendedores fueron acusados de acaparamiento, especulación, receptación y actividad económica ilícita. Algunos pagaron multas y esperan juicios, otros huyeron, muchos están en prisión preventiva o en granjas de trabajo forzado.
La actual política penal ha puesto en jaque a la red de productores y pequeños comerciantes marginales, pero nuestro mercado negro es suigéneris y necesario, suple carencias, no ofrece drogas ni armas y es resultado de la asfixiante centralización estatal. Si bien hay que enfrentar la corrupción, el robo y otros vicios, no debemos acabar con el mercado de ofertas y demandas.
Al amigo de un vecino le movieron el piso. Era pequeño comerciante y poseía un taller para hacer refrescos, pero sorprendieron a sus dos colaboradores y estos indicaron al propietario, el cual reconoció su responsabilidad y aclaró el origen del negocio. Como no tenía vínculos antisociales ni antecedentes penales, le quitaron la fabriquita y le pusieron una fianza en efectivo como medida cautelar.
Al quedarse sin medios de vida, el amigo de mi vecino decidió buscar alternativas con unos parientes de Matanzas, pero la mujer lo llamó para decirle que lo andaban buscando, pues le cambiaron la medida cautelar por prisión preventiva. Ella puso un abogado y este le pidió que él se presentara, era un delito menor y no debía complicarse con evasiones.
Unos días después, ante la insistencia policial, la muchacha confirmó que ya tenía noticias de su esposo, quien la llamó desde Miami.
Es un caso extremo y precipitado, pero no es el único. Las personas que huyen del país con juicios pendientes después se arrepienten. Si regresan son apresados. Charles A.V., el amigo de mi vecino, dejó a sus padres, a la mujer y el niño. Tal vez no los vea nunca más, salvo que logre llevárselos por concepto de reunificación familiar o que haya un cambio en la isla.
Quizás dentro de unos meses resurjan los pequeños mercados y los gobernantes de Cuba pospongan la aplicación de la política penal meteorológica para la próxima temporada ciclónica. Por ahora, aumentan las colas, el hambre y la escasez, mientras los vendedores se reciclan, huyen del país o esperan tras las rejas.

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