miércoles, 19 de noviembre de 2008

Encuentro fortuito. Por Miguel Iturria Savón.

Hace unos días, bajaba por la calle Obispo, en La Habana, y casi tropiezo con el actor Sean Penn, el pintor Kcho y el doctor Antonio Castro Soto del Valle, quienes salían de un restaurante de lujo ubicado frente al mar. El pintor y el hijo del dictador abrazaron a la estrella hollywoodense antes de que subiera a un automóvil exclusivo; luego volvieron al restaurante.
Yo seguí con hambre por otras vías de la ciudad, pero me puse a pensar en la diplomacia de la cultura, táctica usada por nuestra tiranía para acercar a su proyecto corporativo a escritores, artistas y científicos que temen a las convulsiones de la democracia y ven en los gobernantes totalitarios a salvadores de sus pueblos.
La diplomacia de la cultura se basa en la propaganda de bienestar colectivo, humanismo, equilibrio social y otras píldoras esgrimidas con éxito por Mussolini en Italia, Gerardo Machado en Cuba, Perón en Argentina, Lázaro Cárdenas en México, Janio Quadros en Brasil y otros “hombres fuertes” de izquierda y derecha, que durante el siglo XX convirtieron al Estado en patrón corporativo de la sociedad y sumergieron a los ciudadanos en los planes y caprichos del poder.
El régimen de los hermanos Castro sabe conquistar espacios internacionales a través de sus instituciones y sus figuras culturales. Los eventos que organiza y las invitaciones a creadores de diversas latitudes están en función de la propaganda sobre la excepcionalidad de la revolución cubana.
Al ver a Kcho y al hijo de Fidel Castro abrazando a un actor de Hollywood en plena calle de La Habana, recordé a varias personalidades del patio utilizadas para atraer a celebridades de Estados Unidos, España, Inglaterra, Francia y otras naciones. El negro Kcho es un pintor talentoso, una de sus obras fue adquirida por el Museo de arte moderno de New York. La cotización de sus lienzos le abrió las puertas del Palacio, ahora es una especie de embajador cultural por encargo.
Sean Penn no le llega a los talones a su progenitor, el mítico actor y director Arthur Penn, recordado por Jauría humana, Bonnie and Cride y Pequeño gran hombre; pero vino a posar con los representantes de una autocracia legitimada por luminarias estadounidenses como el foto reportero Herbert Mathew; Harry Belafonte, rey del Calipso; Oliver Stone, quien le hizo un documental al Comandante en Jefe; Steven Spelberg –obsequiado por el orfebre Raúl Valladares-, y Michael Moore, realizador de un filme que denigra al sistema de salud de su país y exalta la medicina cubana.
En la nómina exterior de la diplomacia cultural del Castrismo figuran embajadores ilustres y controversiales, como el escritor colombiano Gabriel García Márquez, el filósofo francés Jean Paul Sartre, el narrador portugués José Saramago, el roquero inglés Sting, los cantantes hispanos Joan M. Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel y Joaquín Sabina, el vocalista argentino Fito Páez, el politólogo Noam Chomsky y otros.
Aunque algunos personajes se bajaron del tren totalitario o evadieron sus malabares políticos, creo que tales encuentros, invitaciones y agasajos no son fortuitos.

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