lunes, 24 de noviembre de 2008

Meteorología política. Por Miguel Iturria Savón.

Al escuchar los partes meteorológicos sobre el paso de “Paloma” por la zona oriental de Cuba recordé los desastres de los ciclones anteriores, principalmente en la región occidental de la isla, donde perduran las huellas de “Gustav” e “Ike”. Tres huracanes en menos de tres meses es demasiado para un país arruinado por la tormenta sostenida del totalitarismo. ¿Será un castigo divino o una maldición del imperialismo?
No voy a responder a la pregunta ni analizar la catástrofe engendrada por otro fenómeno natural. Basta un comentario pos ciclónico pues desde que “Paloma” asomó el pico por el Mar Caribe los radares del Instituto de meteorología comenzaron a espiarla para predecir su trayectoria, mientras los medios informativos montaban el guión de la tragedia, la Defensa civil dictaba sus orientaciones a la población y los funcionarios del Partido y el Gobierno se ponían el uniforme militar para evacuar al pueblo y cumplir las órdenes del invisible Comandante, quien sigue siendo el Ciclonero en jefe.
Las autoridades cubanas enfrentan las tormentas tropicales como a un enemigo sin rostro. Movilizan a medio país, paralizan el transporte, los servicios públicos y utilizan a los medios informativos para crear un estado de euforia revolucionaria que desafía a la naturaleza y al espíritu santo. La radio y la televisión convierten la desgracia en una telenovela por entrega, con imágenes, estadísticas y personajes de ocasión. Solo hablan los meteorólogos, los generales que recorren las provincias, algún coronel de la Defensa civil, el primer secretario del Partido comunista de las regiones afectadas y el locutor estrella de las mismas. Todos dicen consignas sin matices ni emoción, como actores que memorizaran un libreto. Si le acercan la cámara y el micrófono a una señora que perdió su vivienda esta expresa su confianza en el socialismo. Si la víctima es un anciano recordará el abandono en que vivió durante el capitalismo. Nadie habla de muertos, salvar vidas humanas es el slogan; los huracanes solo matan a las hormigas locas, a una vaca desobediente o al guajiro medio tonto que atravesaba un río.
La conversión de la meteorología en batalla política contra las lluvias, los vientos huracanados y las penetraciones del mar es una táctica para ganar tiempo. La devastación provocada por Gustav e Ike a fines de agosto y principios de septiembre sirvió de pretexto al Gobierno para “acabar” con el mercado negro, reprimir a los pequeños propietarios y paralizar a la oposición pacífica. Una instrucción del Tribunal Supremo fue suficiente para inmovilizar a la sociedad. Los juicios sumarios llenaron las cárceles y las granjas de trabajo forzado.
Tal vez el paso de “Paloma” por Camagüey, Las Tunas y otras partes justifique la permanencia de una instrucción que caducaba. La gente se puede tirar a las calles, ¿cómo aguantar tantas carencias y represión? El Castrismo lleva medio siglo aplicando una represión gradual y sostenible, una especie de asfixia con válvulas de escape. Vivíamos con el agua al cuello sin ahogarnos, como si jugaran con nuestros rostros, si veían el miedo nos apretaban; si apreciaba la explosión, aflojaban; entonces redimían a un grupo de presos o estimulaba a los balseros, como en 1980 o 1994.
Después de los ciclones el gobierno cubano ha vuelto a subir la parada. La fórmula es la misma. Se esfuman los vendedores pero aumentan las carencias, los carteles y la represión. Quizás las aguas y los vientos traídos por “Paloma” aconsejen a los estrategas del Comandante y a los generales de opereta que cierran o abren el dique de la sociedad cubana.
Dentro de poco tendremos la respuesta. Todo dependerá de la meteorología política que apliquen los mandarines o del remolino social que se acumula en la isla.

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