lunes, 12 de enero de 2009

Surrealismo policial. Por Miguel Iturria Savón.

El programa Patrulla 444 sustituye en Cubavisión a los CSI. Lo dirige el actor Roly Peña e incluye en el elenco artístico a Bárbaro Marín, Yadier Fernández, Leonardo Benítez y otras figuras entrenadas por la policía, pues la nueva serie dominical exalta el trabajo de los agentes del orden público y cuenta con la asesoría y los recursos de ese órgano, que evoca el cincuentenario de la revolución y de la PNR.
Patrulla 444 da continuidad a Tras las huellas, Días y noches y otros seriales del patio que alternaron el tema con emisiones extranjeras en la televisión cubana. En los dos capítulos exhibidos los guionistas y asesores del programa presentan a los agentes policiales como seres realmente virtuales: son habaneros, respetuosos, educados, humanitarios y, como si fuera poco, hablan de cine, literatura y son expertos en artes marciales.
Más que un chiste, la serie distorsiona la imagen real del policía cubano. Casi todos son campesinos orientales, sin vocación ni rivalidades profesionales, mal preparados y sin mecanismos jurídicos que frenen su incompetencia, abusos y estupideces.
A pesar del esfuerzo por mitificar a los agentes del orden, en uno de los capítulos de Patrulla 444 se aprecia un error procesal muy común. Omar Alí interpreta a un ladrón que escoge a sus víctimas, las visita, hace confianza, obtiene las llaves de las casas y en plena luz del día les roba con un camión de permuta. El oficial del caso le pide a un testigo identificar a un sujeto apresado que se encuentra solo dentro de un cuarto. En teoría, deben mostrar a varias personas parecidas en edad, estatura, color de la piel, etc., así como rotarlos en rondas y vestuarios diferentes para evitar equívocos.
Al margen del desliz del guionista, les obsequio tres casos de surrealismo policial.
Una mujer caminaba hace poco por la calle San Lázaro con seis huevos en una jaba transparente. Antes de llegar a Infanta la detuvo un policía y le pidió explicaciones sobre el origen del producto. Como el gendarme no entraba en razones, la señora le rompió los huevos en la cara. La detuvieron unas horas en la estación más próxima pero no la acusaron de “atentado”. Era obvia la estupidez del agente.
En otro municipio capitalino, un jovencito se subió al mostrador de un lugar donde hubo una riña pública. Los agentes llegaron tarde y él les mostró el carnet de identidad antes de que se lo pidieran. Le ordenaron “perderse del lugar”, pero el chico pasó a un parquecito cercano. La misma patrulla lo detuvo después por desacato. Le dieron una golpiza. Un policía dijo que el adolescente le dio una patada al entrar a la Estación. El acusado expresó que los golpes empezaron en el auto y, al bajarse, se defendió con los pies. La lógica indica que casi nadie, esposado y en desventaja numérica, agrede a los gendarmes en la estación.
En el tercer caso, una mujer desesperada ataca con sus manos a un joven funcionario de orden interior (foi), a la entrada de una prisión de jóvenes de La Habana, donde nadie la atendía. El uniformado le riposta con un puñetazo. Ella lo confundió con el supuesto agresor del hijo detenido. El juicio fue comiquísimo. A la mujer le pusieron una limitación de libertad.
La mayoría de los foi son jóvenes orientales que cumplen el Servicio militar obligatorio como custodios de las prisiones. Sus relatos son tragicómicos. Supongo que ninguno aparezca en Patrulla 444. Nuestras cárceles no son virtuales.

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