viernes, 23 de enero de 2009

Cambios en el horizonte. Por Miguel Iturria Savón.

A partir del 20 de enero, al asumir Barack Obama la presidencia de los Estados Unidos, se abrirá una brecha de cambios en la nación norteña, lo cual repercutirá en otros países. Hasta José Luis Rodríguez Zapatero, jefe del Gobierno español, ha elogiado las expectativas creadas por el joven mandatario de origen afroamericano, a quien considera como el triunfo de la ilusión, aunque la textura de los sueños suele ser frágil y ambigua.
Quizás Obama realice cambios profundos en el ciclo político y social de la compleja, diversa y dinámica sociedad americana, cuya democracia reactiva su vigor y deja a un lado los parches para ver las costuras rotas en las guerras contra el terrorismo.
Obama pondrá a prueba la capacidad de la política para producir nuevos comienzos y reestrenar esperanzas de paz y prosperidad en medio de la crisis financiera y económica que sacude al mundo. Hay muchas expectativas sobre el nuevo presidente, el cual representa la integración de esa diversidad humana y política que desde los Estados Unidos irradia hacia Latinoamérica, Asia, África y Europa.
El líder norteamericano apuesta por la ampliación de los derechos y libertades en su país, por la creación de empleos, la mejoría de los servicios sanitarios y la estabilidad de la clase media. Su agenda social suena bien dentro y fuera de los Estados Unidos, pero el carisma global de Barack Obama provoca recelos en los escleróticos gobernantes de Cuba, quienes vuelven a esgrimir la jerigonza de los principios y sacan del baúl de la guerra fría las más delirantes consignas contra su enemigo simbólico.
Cabe preguntar ¿qué podrá hacer Obama frente al totalitarismo y la violencia? ¿Contribuirá a la apertura democrática en Cuba? ¿Reforzará el poder de los Castro mediante el diálogo sin compromisos o el cese del embargo económico?
Antes de que naciera Obama los hermanos Castro timoneaban la isla a contracorriente y utilizaban los ropajes del cinismo político. Jugaron la estrategia del engaño, la denuncia y el victimismo. La aplicación del embargo les vino como anillo al dedo para sujetarse al poder, aplastar a la oposición, denigrar a los Estados Unidos y aprovechar las circunstancias internacionales para exportar la revolución, ganar legitimidad y ejercer un protagonismo mediático que enmascara a la dictadura y denigra al país.
El régimen cubano retoca las máscaras de la experiencia, el pragmatismo y la prudencia, pero el arsenal del cinismo político no lo salva del fracaso. Hoy, como antes, rehúye los cambios y muestra la misma indiferencia ante los problemas reales de la nación. Ni Cuba es el centro de América ni los Castro son ganadores. Las luces de la ilusión y la esperanza están en el norte, donde más de un millón de cubanos esperan por el desbloqueo interno.
Los cambios, como la cultura, suelen ser contagiosos. Estados Unidos es un paradigma para los cubanos a pesar de los discursos anticuados y de las señales de humo enviadas por nuestros obsesivos mandarines, cuya verborrea no engaña ni a los niños que gritan consignas en los matutinos escolares.
En la isla gravita la incertidumbre aunque hay cambios en el horizonte. No bastará el vigor de la democracia norteamericana para iluminar el túnel del castrismo, pero las máscaras empleadas hasta ahora tocan fondo ante el discurso renovador de Barack Obama.

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