lunes, 26 de enero de 2009

En busca del paradigma. Por Miguel Iturria Savón.

Un colega de El Vedado recibió el 31 de diciembre a una psicóloga argentina que vino con su hijo a celebrar el 50 aniversario de la revolución. Para él era algo insólito. No compartía la euforia de su visitante, pero la escuchó con respeto y contestó a sus preguntas. Como la psicóloga viajaría por la isla para ver el monumento al Che, en Santa Clara, y el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, mi amigo le deseó buena suerte y declinó la propuesta de acompañarla.
No se si la especialista de Buenos Aires y su hijo encontraron anfitriones locales que los guiaran por el paraíso revolucionario que vinieron a descubrir. Tal vez tropezaron con algún oficial de las fuerzas armadas o con funcionarios del gobierno que repiten el discurso oficial, quienes identifican la ideología con el pragmatismo y al Estado con sus intereses.
Entre los turistas que llegan a la isla entre octubre y marzo, hay una minoría fascinada por los mitos políticos. Más que playa, sol y sexo, desean ver al pueblo elegido, culto, feliz y saludable que diseñan nuestros expertos en marketing turístico.
Supongo el desencanto de los extranjeros que arriban con tales sueños, pues los jóvenes que “coinciden” con los turistas viven de espalda a la retórica que identifica al país con la revolución, de cuya historia nadie se acuerda o la invocan para acceder a un puesto o una carrera “confiables”.
La revolución es cansancio y desvarío. Nadie siente nostalgía por su cadáver, la enterramos hace tiempo en la memoria colectiva. Como hecho social figura en los libros y en las mentes obsesionadas de quienes la concibieron y de los pragmáticos que integran la nómina del poder. Lo demás es ficción, un cuento larguísimo y aburrido que no conmueve a nadie.
Pero diciembre del 2008 estuvo marcado por la faraónica propaganda del 50 aniversario, lo cual atrajo a los nostálgicos de la dictadura del proletariado, ansiosos de acceder al reino del gran caudillo, cuyo hermano y sucesor viajó a Venezuela y Brasil, donde hubo agasajos y rituales simbólicos que no debemos confundir con la realidad insular. La “opción cubana” es un fracaso.
En diciembre vino hasta Patch Adams, el médico-payaso que actuó para niños en los municipios afectados por los ciclones, y aprovechó los espectáculos para criticar a los Estados Unidos y elogiar al gobierno cubano. Vinieron también los barcos de guerra de Rusia, que entraron a la bahía de La Habana como en los buenos tiempos.
Personalmente recibí o visité en los últimos días de diciembre a Beverly García, pianista cubana que vive en Dinamarca; a un economista que vino de Miami, a una amiga que emigró a México y a un joven investigador del Cerro que ejerce en una universidad de Madrid. Todos hablan de temas cordiales, ninguno evoca el fantasma de la revolución ni se pierden en digresiones ideológicas. Ellos y sus familiares no sueñan con paradigmas, ya los perdieron.

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