viernes, 16 de enero de 2009

Perder estrellas. Por Miguel Iturria Savón.

No hay muchos tiranos en la historia de Cuba. Si excluimos a los Capitanes generales que gobernaron la isla de 1511 a 1898, desde el conquistador Diego Velázquez hasta el general Ramón Blanco y Erenas, y obviamos la Ocupación militar norteamericano de enero de 1899 a mayo de 1902, queda una centuria marcada por la República (1902-1958) y por la revolución (1959-2009).
Entre los gobernantes republicanos dos se convirtieron en tiranos. El general Gerardo Machado Morales obtuvo la presidencia en 1925, pero modificó la Constitución para prorrogar su mandato sin competir en las elecciones. Fue combatido por todos los sectores del país a pesar de su enorme plan de obras públicas. El 12 de agosto de 1933 huyó hacia el norte.
El otro dictador fue Fulgencio Batista y Zaldívar, ascendido de sargento a coronel y luego a general en las cruzadas políticas de 1933 a 1940, momento en que gana la presidencia democráticamente (1940-1944). Ante la imposibilidad de vencer en las elecciones de 1952, dio un golpe de estado en marzo de ese año y gobernó como un déspota hasta diciembre de 1958, cuando es derrotado por las fuerzas insurgentes encabezadas por Fidel Castro Ruz, quien transita de la libertad al totalitarismo y establece la dictadura más larga de la historia insular.
El auto titulado Comandante en Jefe se alió a la antigua Unión Soviética, exportó la revolución hacia América Latina, envió a miles de cubanos a las guerras de África y gobernó con un manual de marxismo bajo el brazo. Durante su largo mandato aplastó a la oposición interna, libró una batalla simbólica contra los Estados Unidos y controló la enseñanza, los medios de comunicación e impuso la propiedad estatal sobre la tierra, la industria y el comercio. En julio del 2006 renunció a sus cargos por enfermedad e impuso a su hermano Raúl como sucesor.
A pesar de las diferencias entre los déspotas que marcaron la historia contemporánea de Cuba, los tres fueron sanguinarios, fanáticos, manipuladores y excluyentes. Cada uno se sintió estrella y pusieron a la patria en la órbita de sus ambiciones. Los tres situaron los asuntos públicos en provecho de los particulares.
Machado y Batista desataron el caudillismo heredado del largo período colonial, pero no se atrevieron a desestructurar a la nación en beneficio de sus intereses totalitarios. Fidel Castro y su hermano sobrepasan todos los límites.
El pesimismo que envuelve a los cubanos al comenzar el 2009 es una metáfora del fracaso de medio siglo de dictadura “revolucionaria”. El tenebrismo del régimen, aún en pie, nos deja sin alientos y sin esperanzas de cambios. Tal vez haya que inventar una isla menos inerte o imaginar otras vidas mientras pasa la nuestra.
El tiempo, el cansancio y las denuncias son una piedra en el camino de la tiranía más larga de la historia de Cuba. Perder estrellas es uno de los sucesos registrados por la cronología insular.

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