viernes, 16 de enero de 2009

Chicos malos. Por Miguel Iturria Savón.

Días atrás Tom Parfitt reseñó en The Guardian, reproducido por El Mundo (España), el pugilato en torno a la medalla de bronce otorgada en el podio de la historia rusa al tirano Stalin, una de las cincuenta personalidades del sondeo realizado entre mayo y diciembre del 2008, por el proyecto Nombre de Rusia, que encuestó por teléfono e internet a millones de interesados para designar a la figura histórica de todos los tiempos, honor que recayó en Alexander Nvsky, un príncipe guerrero medieval elevado al rango de héroe nacional por el Kremlin, a pesar de la rabieta de los comunistas que apostaban por Lenin y Stalin en el primero y segundo puestos, respectivamente.
En el segundo lugar quedó el reformista Piotr Stolypin, Primer ministro de Rusia a principios del siglo XX, durante el Zar Nicolás II, a quien Lenin ordenó ejecutar junto a su esposa y sus hijos. El poeta Alexander Pushkin fue cuarto; mientras Catalina la Grande obtuvo el undécimo puesto. Alexander Solzhenitsin, cronista del gulag, apenas fue reconocido.
El columnista recreó las mutuas acusaciones entre los comunistas y el gobierno. Mencionó al general que calificó a Stalin como salvador nacional por la victoria contra los nazis, sin tener en cuenta a sus millones de víctimas y desaparecidos.
Los comunistas cubanos también padecen la manía de fabricar héroes, aunque no se atreven a sondear la opinión pública sobre los gladiadores insulares de mayor incidencia en nuestra historia.
El tema pertenece al futuro; pero en el listado de una hipotética votación caben figuras variopintas, desde el indio Hatuey hasta el moribundo Fidel Castro, a quien los comunistas le darían el cetro y un santuario de cristal junto al busto de José Martí, en la Plaza de la revolución. Martí, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Máximo Gómez y Antonio Maceo figurarían entre los próceres del siglo XIX; mientras que Frank País, José A. Echeverría, Camilo Cienfuegos y Hubert Matos representarían a los héroes y mártires de la lucha contra la dictadura de Batista, quien sería excluido al igual que el general Machado, aunque ambos tiranos promovieron la modernización del país y dejaron obras que compensan sus desmanes.
Entre los ángeles tutelares de la cultura, las ciencias y el deporte incluiríamos al poeta José María Heredia, el doctor Carlos J. Finlay, el antropólogo Fernando Ortiz, el ajedrecista José Raúl Capablanca, los escritores Lino Novás Calvo, Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Guillermo Cabrera Infante; el cineasta Gutiérrez Alea, el pintor Wilfredo Lam, el compositor Ernesto Lecuona, la bailarina Alicia Alonso, el cantante Benny Moré y el dramaturgo Virgilio Piñera, previa promoción del legado de cada uno.
Si dentro de dos décadas hiciéramos un sondeo para elegir a la figura de mayor relevancia insular, tal vez José Martí se lleve el oro. Los comunistas de entonces reclamarán la primacía para Fidel Castro o Ernesto Guevara. Dirán que hubo manipulación y algún general desmemoriado elogiará la “obra” del tirano y del comandante guerrillero que extendió la utopía fuera de Cuba.
Si votáramos ahora, ni los hermanos Castro ni el Che obtendrían medalla. Aquí solo los mencionan los locutores y los maestros que inventan la realidad.

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