viernes, 30 de enero de 2009

La movida. Por Miguel Iturria Savón.

La movida. / Miguel Iturria Savón.
Los leones del Prado duermen de día y vigilan de noche. Por el día posan para los turistas y observan a los niños que corren o patinan por el centro del paseo. La noche es más movida. Hay parejas de amantes y cazadores de todo tipo. Es difícil pegar los ojos.
Tal vez le pase lo mismo al Tritón ubicado al costado de la bahía, frente al Castillo de la fuerza; o a la India de la fuente, que sonríe desde el mármol en otro ángulo del Prado, escoltada por el hotel Saratoga y por la calle que la separa del Parque de la fraternidad, antro nocturno de La Habana, a pesar de los hieráticos y soberbios caudillos del continente que posan para la eternidad entre bancos, aceras y árboles.
A nuestra capital les falta la escultura del sol, de la luna, del diablo y de otras deidades naturales y divinas que enfrenten, junto a los próceres que proliferan en los espacios públicos, al ejército de noctámbulos, drogadictos, gays, ladrones, mendigos, prostitutas y borrachos que ante la ausencia de clubes, moteles y cabarets convierten los parques y las plazas en sitios de descargas, con sexo, violencia y lenguaje de adultos.
Cada noche, mientras la ciudad duerme, se desatan los linajes del exceso. El Parque central, custodiado por José Martí, héroe nacional y mecenas de la ética, es un lupanar de mancebos que acosan a los turistas homosexuales. El Malecón es el coto de caza de las chicas alegres y de los gigolós que las controlan. Los gay se reúnen frente al mar, entre 23 y 19, al fondo del Hotel Nacional; de donde salen con su presa para el Bosque de La Habana, el Parque de la Fraternidad, el cercano Parque del Curita y otros nidos.
El enorme portal del Palacio de Aldama, sede del Instituto de Historia, es el meadero público más notable de la ciudad y guarida de mendigos y putas baratas, que defienden sus columnas de sueños y placeres. Allí, los borrachos orinan sin mirar a los lados para evitar un trompón o una puñalada disuasiva. Los policías ni se acercan.
Los noctámbulos que merodean desde el amplio y colindante Parque de la fraternidad, ofrecen de todo a los transeúntes que pasan, a los turistas que buscan sus hoteles y a quienes preguntan por la terminal de trenes de La Coubre. Los ingenuos pueden ser despojados al lado de un árbol o de una estatua. Solo ante los gritos y llantos persistentes intervienen los guardianes que pastorean con perros el Capitolio nacional y los hoteles del entorno.
La movida nocturna de La Habana no es tan colorida y agitada como en la seductora Madrid o la violenta Bagdad, pero cada noche los lobos aúllan en nuestras calles, plazas y parques sin tener en cuenta a los leones del Prado, a los generales de las estatuas y a los ángeles y querubines del Cementerio Colón, lugar de rapiñas y orgías macabras.
Los atracos, la violencia y los violentos que se drogan ponen en peligro a los caminantes y a quienes esperan el ómnibus de la confronta en muchos sitios de la ciudad. Los policías, con sus perros y sus miedos, casi siempre llegan tarde. Los ríos de orines, las vomiteras y los traumas de las víctimas no hallan espacio en la tele, la radio ni en los diarios oficiales.
¿Habrá que esperar por la desclasificación de los archivos para conocer la movida nocturna de La Habana en los albores del siglo XXI?

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