lunes, 2 de febrero de 2009

Nokia y plátano burro. Por Jorge Olivera Castillo.

El teléfono celular ya dejó de ser aquel objeto al que el cubano le dedicaba muecas de asombro y aparatosas expresiones orales. Miles de coterraneos hacen gala de su nuevo instrumento. Lo exhiben con donaire como si tuvieran entre la palma de la mano un diamante. Viven sus días de gloria con la tecnología dentro del bolsillo o enganchada en la cintura.
Es una de las últimas modas, la manera de mostrar poder, el juguete preferido, la nave para dar un viaje temporal al desarrollo. No importa que, por llamar, el minuto cueste 0.60 centavos en pesos convertibles (casi un dólar). Para eso hay solución: frases cortas, apego a la síntesis, si es preciso monosílabos para redoblar las medidas de ahorro.
El problema no llega solo para el que inicia la llamada. La compañía que monopoliza las telecomunicaciones en Cuba, le cobra también al destinatario. Un tanto menos, pero no le queda más remedio. Son las reglas del juego.
Existe una vía a tomar con el propósito de extender la eficiencia de las tarjetas prepagadas por valor de 10 o 20 pesos convertibles (aproximadamente 12 y 22 dólares). La opción comunicacional por medio de los mensajes de textos, alivia el peso dela carga económica. Un poco más de 100 dígitos enviados representan 0.16 centavos en pesos convertibles. En este caso el receptor se escapa del pago, de acuerdo a lo establecido a la hora de efectuar el contrato.
El cubano se adapta a las circunstancias. En eso tiene un largo historial que le reporta una buena dosis de experiencia. Cualquiera que no esté familiarizado con el funcionamiento de la sociedad cubana, puede resultarle complicado encontrar una respuesta idónea a la pregunta de: ¿Cómo los cubanos pueden pagar por una línea de telefonía móvil a 60 pesos convertibles, con los subsiguientes desembolsos para mantenerla, si el salario promedio apenas rebasa las 20 unidades en esta moneda?
Entre los principales medios que facilitan el acceso se encuentran las remesas recibidas desde el exterior y por otro lado las ganancias provenientes de las transacciones ilícitas que suceden bajo la cobertura de unos niveles de corrupción, facilitadores del fraude, la especulación, entre otras acciones con sobradas credenciales en todo el país.
El teléfono celular, es hoy en la Isla, un discreto símbolo de la civilización. Un detalle de modernidad entre las imágenes decadentes de un sistema que no acaba de admitir sus fracasos.
La euforia por ser partícipes de esta pequeña y limitada fiesta tecnológica, da las coordenadas para descubrir en que peldaño de la involución nos encontramos.
A través de Nokia y Motorola los clientes insulares se sumergen en un mundo diferente al que le vende el partido comunista. Los sermones ideológicos se tornan más obsoletos que de costumbre. Se salta, con cierta facilidad, por encima de las alambradas del socialismo.
Entre la frivolidad y el orgullo que ese hito de las comunicaciones despierta en muchos jóvenes y adultos cubanos, hay una zona donde crece la necesidad de sentirse libre.
Una realidad que no admite discusión es la convivencia- por mucho tiempo- entre dos Cubas. En una conseguí 10 plátanos burros a 2 pesos en moneda nacional cada uno. Un 300% por encima del precio que tenían anteriormente. Margot, lo vende, a escondidas en su choza de 16 metros cuadrados, empotrada en uno callejones de la capital. Desde el mes de octubre este producto no se oferta en Ciudad de La Habana a causa de su escasa disponibilidad tras el paso de tres ciclones.
La otra es la de los extranjeros y la nomenclatura. Capitalista, exuberante, pletórica en lujos. Nadie nos prohíbe mirar hacia esas instancias. Es uno de pocos derechos inalienables.
Ser propietario de un Nokia nos acerca a las múltiples réplicas del primer mundo que existen a lo largo y ancho de Cuba. Por eso el desespero y las angustias por portar uno de esos aparatos. Definitivamente es bueno ir aprendiendo las lecciones del desarrollo desde la indigencia. Por algo hay que empezar.
oliverajorge75@yahoo.com

1 comentario:

euskaldum dijo...

Jorge, esta crónica es un regalo de circunstancias; te apropias y recreas una realidad que se transforma a cuenta gotas. Saludos, Miguel.