viernes, 6 de febrero de 2009

El pastor. Por Miguel Iturria Savón.



Parece un espantapájaros entre las rocas. Casi nadie sabe su nombre. Le dicen el pastor, el viejo de los chivos, el guajiro de la costa y otros seudónimos irreverentes. Es una figura habitual del paisaje costero del reparto “Camilo Cienfuegos”, al norte de La Habana. Su imagen y su anticuada vestimenta contrastan con la belleza del mar pero humaniza la aridez del entorno.
Lo vi a fines de diciembre desde una ventana del apartamento de una amiga, en La Habana del Este. Ella lo había visto otras veces sin reparar en su estampa. “Parece un paquistaní sin turbante. En verano los muchachos que invaden la costa le espantan los animales y le gritan horrores, pero él nunca responde”.
Hace poco me acerqué con una cámara digital. El viejo pastor se dejó retratar y me contó algunas cosas. Los animales son de su hermano mayor, quien fue combatiente del Ejército Rebelde y estuvo en Angola. Ambos son jubilados de las fuerzas armadas y complementan la chequera con la cría y venta de chivos y carneros. Guardan los animales en una finca cercana.
El pastor de La Habana del Este lleva muchos años en la capital pero conserva sus hábitos y su mentalidad campesina. Por su acento y su forma de vestir parece un guerrillero que envejeció en la Sierra Maestra. A uno de sus hermanos le otorgaron un apartamento en el reparto Camilo en los años sesenta.
El viernes pasado volví a verlo cerca de la costa. Yo iba en la ruta 265 y él pastoreaba detrás de la Villa Panamericana. Alguien me dijo entonces que algunos de los turistas hospedados en los moteles de esa urbanización bajan al mar para retratarlo.
Al mirar las fotos que le tiré al pastor recordé a otros ancianos de la zona que reproducen su cultura rural en medio de plazas y edificaciones. Entre las rocas y los modernos edificios de La Habana del Este es posible encontrar a pescadores diurnos, a jóvenes que desafían las olas, mujeres que tienden ropas a un costado de la carretera que bordea la costa, y a viejos entretenidos con objetos que pudieran reparar en el balcón de su apartamento.
Algo similar sucede en los alrededores de Casablanca, al fondo de la Villa Panamericana y en la zona de edificios de Cojímar y Alamar, donde la urbanización no ha concluido y los espacios enyerbados son cercados por ancianos que siembran plátanos y vegetales para compensar la dieta del hogar o evadir los precios astronómicos del mercado agropecuario.
El pastor de la costa y los viejos que cultivan entre rocas y edificios son una estampa rural en el nordeste de la capital.

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