lunes, 9 de febrero de 2009

La voz de las piedras. Por Miguel Iturria Savón.

Con la guerrilla en la memoria y la confrontación como estrategia los propagandistas del régimen cubano celebran medio siglo de revolución. Han cambiado muchas cosas desde enero de 1959. Cinco décadas es un tiempo enorme para las personas y para la nación, pero hay cosas que permanecen igualitas en esta isla del Caribe.
De la revolución subsisten los rituales, el simbolismo de los actos políticos, las frases altisonantes y vacías, las declaraciones beligerantes del diario oficial, el sueño de eternidad del Consejo de ancianos, las tijeras de la censura, el fantasma del miedo, el robo de la esperanza, las verdades a media y las mentiras repetidas. Quedan, por supuesto, la represión, la sombra del Comandante que reinventan los escribanos, un Parlamento que vota por unanimidad, el automatismo y la inercia de quienes apuestan por la quietud y la soberbia de los guardianes de la ortodoxia que forcejean con un enemigo sin rostro.
Quienes insisten en sujetarnos a la carroza revolucionaria olvidan que hasta la belleza cansa, que la gente ya no usa reloj de arena y que el viaje más largo termina en el lugar de origen. Nuestro lugar de origen radica en la involución.
El 2008 se marcha con una apoteosis glorificadora. El marketing político graba mensajes en la memoria, pero toda evocación tiene sus límites. La cantaleta legitimadora del régimen cubano no llega al corazón de las personas, hastiadas de tanta manipulación, rejuegos estatales y alabanzas desmedidas.
Al castrismo le quedan asignaturas pendientes. Medio siglo después, Cuba sigue siendo una nación pobre y atrasada que exporta el exilio, depende de sus socios externos y enfrenta problemas que creíamos haber erradicado. El monopolio estatal sobre la tierra supera el latifundismo anterior a 1959. La corrupción es uno de los flagelos más visibles del país, enfrentado al síndrome de la emergencia en sectores tan sensibles como la enseñanza y la salud pública.
Detrás de la propaganda por el cincuenta aniversario de la utopía revolucionaria, subsiste la falta de alternativas sociales y la desilusión de encontrar algo nuevo con la vuelta del año.
La revolución cubana carga en su memoria la tragedia representada por más de un millón de exiliados, 5,732 fusilamientos bien documentados, 515 muertos en prisión por suicidio o negligencia médica, 77,000 desaparecidos en el mar, miles de caídos en combate en las selvas de África y América Latina, y víctimas de sucesos puntuales, como la masacre de Canímar (1980), el hundimiento del remolcador “13 de marzo” (1994) y el derribo de las avionetas de Hermanos al rescate (1996) por Migs del gobierno insular, en febrero de 1996.
La demencial campaña propagandística oculta, además, el crecimiento de las cárceles y el número de prisioneros de conciencia. La singular habilidad del castrismo para engañar a medio mundo durante medio siglo, choca en la isla, sin embargo, con la indiferencia de la mayoría.
El eco de tanta infamia publicitaria rebota en la voz de las piedras.

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