lunes, 6 de octubre de 2008

Travesías de muerte. Por Miguel Iturria Savón.

El miércoles pasado leí una nota de Roberto de Jesús Guerra sobre un grupo de cubanos que partieron hacia La Florida en una balsa y, dos semanas después, nadie sabía su paradero. El viernes, una colega me mostró la imagen de tres de los balseros desaparecidos, de los cuales ella conocía a uno que pasó un curso de periodismo y era un neófito en cuestiones marítimas.
El sábado escuché nuevos rumores sobre los posibles desaparecidos. En tales casos las variantes no son muchas. Nuestros balseros pueden ser detenidos por los guardacostas cubanos, quienes los traen de regreso, lo multan por intento de salida ilegal y lo envían a casa o a prisión, según la política penal de turno. Si lo interceptan los guardacostas de los Estados Unidos también son devueltos a la isla, salvo los perseguidos políticos. La peor alternativa es perder la vida ante el embate de las olas y la fragilidad de la embarcación.
Los balseros cubanos son personas desesperadas. Para ellos el futuro está en el norte. Saben que se juegan la vida pero no piensan en la travesía. Enfrentan la odisea para saltar las tribulaciones de un régimen que le exige sacrificios y obediencia a cambio de un futuro ambiguo. El sueño suele ser costoso.
Sobre el tema se ha escrito muchísimo en cincuenta años. Hay listado de muertos, tragedias familiares y encarcelados. Partir en una balsa equivale a quemar las naves, pero las gentes optan por el riesgo. Las causas son obvias: un grupo de hombres envejecidos en el poder insisten en construir la utopía. La quimera socialista es tan bella y agresiva que constriñe la esperanza de una vida mejor en el reino de este mundo.
El caso de los balseros es tan habitual que embota nuestra sensibilidad. Hay un itinerario del norte que busca las costas de los Estados Unidos. México es un punto en esa hoja de ruta, su territorio colinda con la nación norteña. Los balseros también parten por el sur hacia Honduras, Costa Rica o República Dominicana; luego rectifican el rumbo. Algunos evitan la travesía y se adentran por tierra en la Base naval norteamericana de Guantánamo. Esta variante no está exenta de peligros.
No hay un calendario de escape. Los fugitivos prefieren la temporada no ciclónica, pues de mayo a noviembre el Mar Caribe es asolado por huracanes que recalan en el Golfo de México y suben por el sur de los Estados Unidos, cuyo gobierno es el enemigo simbólico de las autoridades comunistas de Cuba.
Al leer la nota de Roberto de Jesús Guerra sobre los balseros cubanos perdidos en el mar recordé un reportaje del periódico español ABC. Se titula “El Atlántico cobra otras 14 vidas”, está fechado el jueves 4 de septiembre y describe la tragedia de sesenta inmigrantes africanos que llegaron a Santa Cruz de Tenerife después de doce días de travesía marítima.
El problema es parecido y enorme la coincidía. Los cubanos cruzan en balsa el Estrecho de la Florida; los subsaharianos salen de Mauritania en frágiles cayucos hacia las Islas Canarias, archipiélago español en medio del Atlántico. Son travesías de muertes. Los sobrevivientes exhiben sus quemaduras. La esperanza de cambio compensa los tatuajes del alma.

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