viernes, 17 de octubre de 2008

Ernesto Cardenal y la revolución perdida. Por Luis Cino.

No importa lo que diga la carta de Rosario Murillo, la esposa del jefe de la mafia sandinista de Managua. En la UNEAC, precisamente por estar compuesta (aparte de algún que otro impostor) por artistas y escritores, saben bien quien es Ernesto Cardenal.

Ernesto Cardenal cumplió 83 años en enero. Es reverenciado y querido por sus compatriotas, pero no por la pandilla corrupta que gobierna Nicaragua. El 22 de agosto, un juez vendido al gobierno halló culpable al poeta y lo condenó a pagar una multa de 20 000 córdobas. Ernesto Cardenal dice que fue una venganza del presidente Daniel Ortega. Tiene razón. Cardenal conoce el pie que calza su antiguo jefe y compañero de trajines revolucionarios.

Además de poeta, Cardenal ha sido sacerdote, guerrillero y ministro de cultura. Desde hace años es un disidente de los sueños por los que luchó y sufrió. Con melena y barba blanca, boina, cotona y crucifijo, dividió su amor entre Dios y la revolución. El primero lo acompaña siempre. La segunda le falló. Sólo le quedó el amor al pueblo. Sin él, no hay revolución que tenga sentido.

Cardenal cantó a los indios y a Marilyn Monroe, a sus compañeros muertos en la guerra, a Dios y a la Nada. Alguna vez se enamoró platónicamente y escribió hermosos epigramas para una muchacha llamada Claudia. Pero ella amaba a otro. El cura-poeta se encerró en su habitación y escribió, en vez de poemas, un artículo contra la dictadura de Somoza por el que lo metieron preso. Ahora, los que lo amenazan con la cárcel, lo multan y lo difaman, son sus camaradas de antaño.

El poeta lleva años de pleito legal contra el alemán Enmanuel Zerger. Hace más de tres años, Ramón Rojas, el abogado de Daniel Ortega, asumió la acusación contra Cardenal. Zerger, además de robar tierras, se llevó pinturas y artesanías de los humildes artistas de las islas de Solentiname para venderlas en Europa. Nunca las pagó. Por defender los derechos de los pintores y escultores de Solentiname, Ernesto Cardenal ha sido multado por “injurias y calumnias”.

Cardenal cumple un deber al defender del timador teutón el arte de la comuna de campesinos e indígenas que a inicios de los 70, en medio de las aguas del Lago Nicaragua, se aglutinaron en torno a él y sus enseñanzas de profeta bíblico en tiempos de dictadura.

Los sueños de un grupo de artistas son agredidos con brutalidad por un negociante sin escrúpulos. El estafador cuenta con la complicidad de un gangster vestido de revolucionario que busca vengarse del anciano poeta que fuera su camarada. Otro sórdido escándalo, otra vileza más, a la cuenta de Daniel Ortega.

Tenía razón el Papa Juan Pablo II cuando amonestó públicamente en Managua, en marzo de 1983, al ministro-sacerdote. No se puede servir a dos amos. No es posible que un pastor sea amigo de los lobos.

En la UNEAC se cuidaron de pronunciarse contra Daniel Ortega, pero saben quienes son los verdaderos figurones y para qué sirve la carta infame de la primera dama nicaragüense. Aunque no comparta sus motivos para considerarlo “un amigo entrañable”, me alegra que la UNEAC no se sume a la campaña de odios contra Ernesto Cardenal.

Algunos reprochan la apuesta a ultranza de Ernesto Cardenal por la revolución de Fidel Castro. Prefiero pasar por alto la miopía de Cardenal. Estoy de su lado frente a la vendetta de Daniel Ortega. Puesto a elegir entre un sinvergüenza y un poeta, me quedo con el poeta.

luicino2004@yahoo.com

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