viernes, 31 de octubre de 2008

Penurias sobre ruedas. Por Miguel Iturria Savón.

Entre el sábado 18 y el domingo 19 de octubre visité a unos familiares en Matanzas, la ciudad de los puentes. Fue un viaje azaroso a través de la Autopista nacional, de tramo en tramo, en camiones, autos viejos y un ómnibus destartalado. Si hubiera imaginado los trances que pasé pospondría el encuentro para tiempos mejores.
En el puente del primer anillo subí a un camión ruso, junto a 12 hombres y 7 mujeres. La policía nos detuvo a la entrada de San José de las Lajas, pero solo le pidieron los papeles al conductor y les echaron un vistazo a los pasajeros. Al llegar a Vegas volvieron a registrarnos. Tuvimos que abrir los bolsos, maletines, carteras, mochilas y jabas. Bajaron a un rubio que transportaba dos pomos con aceite y al mulato oriental que llevaba cuatro sortijas en la mano izquierda, tres en la derecha y un bolso con mercancías de la shopping. Mi mochila no llamó la atención de los gendarmes, quienes observaron con intriga los ejemplares de El Nuevo Herald, ABC, El Mundo y El País.
El rubio y el mulato siguieron en el Lada de la policía. El resto en el mismo camión hasta la entrada de Nueva Paz, donde algunos abordaron una camioneta para Jovellanos y otros el “camello” de El Calvario a Los Palos, último pueblo de La Habana por el circuito sur. Allí cogí un “almendrón” hasta Cabeza, primer centro urbano de Unión de Reyes, municipio de la provincia Matanzas.
Durante el resto del trayecto no faltaron inspectores, policías, puestos de vigilancia y registros. De Cabeza a Bermejas, Alacranes, Unión de Reyes, “Juan G. Gómez” y Matanzas se aprecia la belleza del paisaje natural y la desolación urbana provocada por medidas extremas y persecuciones absurdas. La tensión de los rostros acosados por la pobreza y la desesperanza me hizo recordar el letargo y la apatía del pueblo descrito por Reinaldo Bragado Bretaña en La estación equivocada.
Esos pueblos parecen náufragos sin puertos, pero en sus calles subsisten iglesias, parques, liceos convertidos en casas de cultura, shopping para recaudar divisas y pequeños mercados con fruta bomba, guarapo, plátanos verdes, yuca y carne de cerdo a precios astronómicos.
Los poblados que atravesé no sufrieron los embates de los ciclones Gustav e Ike como Isla de Pinos, San Cristóbal, Los Palacios y La Palma. La penuria que los agobia es fruto del huracán político que azota al país hace medio siglo. Algunos me hablaron de la Operación Victoria como del último ramalazo, un estado de sitio no declarado para acopiar recursos agropecuarios, regular los precios y detener a peligrosos especuladores como el rubio y el mulato de las sortijas.
Tan original manera de enfrentar las secuelas de los fenómenos naturales puede desatar el descontento social. La represión no abastece los mercados. La gente sobrevive en los límites de la penuria, al borde de la cólera. ¿Hasta cuándo soportarán tantos atropellos?
Mis parientes de Matanzas conocen el catálogo de horrores, pero juegan al azar. Se entretienen con el Show de Alexis Valdés, un CD de Robertico, un musical de Juan Gabriel y un filme sobre un emperador chino momificado. ¿Será una alegoría con el mandarín que gobierna nuestra isla desde una mansión amurallada?

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