viernes, 5 de septiembre de 2008

Historias cotidianas. / Miguel Iturria Savón.
Me contaba un enfermero del Hospital naval, ubicado al nordeste de La Habana, que en esa institución fue realizado un juicio ejemplarizante contra un galeno que vendía certificados de baja médica a los jóvenes empeñados en evadir el Servicio militar obligatorio.
Lo insólito del caso no radica en el juicio en si, sino en el estado de euforia colectiva creado por la abogada de la defensa, cuya brillantez argumentar desató el aplauso masivo de los asistentes, censurados después por el director del hospital, quien convocó a una reunión para analizar “la inconcebible actitud de apoyo a un infractor de la ética médica”.
El director tenía sus razones. Un juicio ejemplarizante no se realiza para aplaudir a quien comete un delito, sino para juzgarlo en público y evitar actos similares. La ley, por muy justa que sea, tiene carácter intimidatorio y preventivo. La vista oral no es una escenificación teatral, aunque los asistentes pueden ser influidos por los argumentos del fiscal, el abogado defensor o la decisión de los jueces.
En cierta medida, la euforia y los aplausos, más que premiar el talento de la defensa, desnaturalizaron el sentido ejemplarizante del juicio y beneficiaron al acusado; aunque mi informante asegura que el clínico que lucraba con certificados de baja médica ya no ejerce en ese ni en otro hospital militar del país.
Otros casos insólitos suceden en lugares públicos de Cuba. No todos terminan en las salas de los tribunales pues algunas víctimas no denuncian a los ladrones o agresores. Es el ejemplo de Humberto, el carnicero de San Pedro y Carretera central, en el municipio capitalino del Cotorro, a quien hace unos días tres malhechores habilidosos le robaron siete mil pesos, mediante un operativo premeditado que favoreció la fuga.
En esto de robar y fugarse a tiempo, los arrebatadores de cadenas han sentado cátedra en los ómnibus, parques y calles de La Habana. El modo de operar es conocido: casi siempre son tres, observan a la víctima y actúan por señas; uno se apropia sorpresivamente de la cadena, el reloj o la billetera, mientras los otros le “hacen la pala” para cubrirle el camino y favorecer la huida.
Un amigo que reside en Tapaste, cerca de San José de las Lajas, me contaba que tres estafadores desataron la ira de unos capos a quienes timaron con un “paquete de droga”. Al percatarse del engaño estos le “cazaron la pelea”, le dieron una golpiza ejemplar en medio del parque, los acusaron de robo con violencia y asistieron como víctimas al juicio de los amedrentados estafadores.
Desde hace varios años el índice de robo y violencia es alto y se mantiene relativamente estable. Las causales son disímiles. Los hechos mencionados son historias cotidianas.