lunes, 9 de marzo de 2009

Preocupación ciudadana. Por Miguel Iturria Savón.

Una semana después de las destituciones y nombramientos realizados por Raúl Castro Ruz para lograr “una estructura más compacta y funcional en la administración central del Estado”, la gente sigue hablando sobre las figuras desplazadas del poder, principalmente del Vicepresidente Carlos Lage Dávila y el Canciller Felipe Pérez Roque, lo cual resulta asombroso en un país como Cuba, donde estamos acostumbrado al silencio y la inmovilidad impuesta por los hermanos Castro, quienes detentan el poder desde 1959 y usan a los funcionarios como fichas de ocasión.
En las calles de La Habana las gentes preguntan y comentan sobre Carlos Lage, ex Secretario Ejecutivo del Consejo de Ministros, Vicepresidente del Consejo de Estado y miembro del Buró Político del Partido Comunista, el cual figuró en julio del 2006 entre los sucesores de Fidel Castro, a quien representaba en las cumbres internacionales.
El laborioso delfín del déspota ha caído en desgracia a pesar de los méritos acumulados durante más de dos décadas. Carlos Lage, de 57 años, era un tecnócrata gris y eficiente con prestigio dentro de la corrupta élite militar aupada por los Castro, quienes lo usaban como la cara más amable del régimen en el escenario mundial. La sustitución de este personaje y de José Luis Rodríguez García, Ministro de Economía y Vicepresidente del gobierno, demuestra que Raúl Castro no confía en los reformistas y prefiere a incondicionales de línea dura como José R. Machado Ventura, Ramiro Valdés Menéndez y José M. Miyar Barruecos, compañeros de la vieja guardia.
El caso del Canciller Pérez Roque se diferencia y converge con el célebre Lage. El apagafuegos del castrismo fue un defensor a ultranza de la dictadura que ahora lo tira a un lado. Converge por su edad (44 años) y por su protagonismo en las relaciones internacionales durante una década. El joven ministro era un pragmático de línea dura que perdió la confianza de los ancianos que rodean a Raúl Castro, más interesado en colocar a figuras sin voz que silencien las expectativas de cambio fuera de la isla.
Si “la institucionalidad es uno de los pilares de la revolución” y esta es identificada con el predominio indefinido de los hermanos Castro, no vale la pena especular por el destino de los funcionarios defenestrados; ninguno de los cortesanos despedidos apostó por la democracia y la modernización del país. Todos defendieron a una dictadura que viola los derechos humanos y frena el desarrollo del país.
Quien teme a las reformas no promueve a los reformistas. Los reformistas están en las filas de la oposición interna y de los compatriotas exiliados. Las propuestas de cambios aún son rechazadas por la dictadura que aupó a Carlos Lage, a José Luis Rodríguez García, Pérez Roque, Otto Rivero y otros figurones expulsados del camerino.
Si algo evidencia los cambios en la nómina del general Raúl Castro es la preocupación ciudadana por la constelación de momias ascendidas al Consejo de Estado para seguir hipotecando el futuro del país.

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