lunes, 2 de marzo de 2009

El ardor de los guerreros. Por Miguel Iturria Savón.

El 24 de febrero de 1895 es una fecha memorable en la historia de Cuba. Ese día comenzó la última contienda contra el colonialismo español. Hubo alzamientos en Baire, Ibarra y otras poblaciones. Los independentistas eran minoritarios, pero disponían de un líder y un partido político que canalizó la unión y los recursos de los emigrados cubanos en los Estados Unidos, donde residían José Martí y muchos oficiales de la primera guerra (1868-1878), quienes se trasladaron a la isla para encabezar las acciones.
El largo forcejeo económico y político entre la isla y la península atravesaba el tejido social y los patrones culturales, expresados en el conflicto de identidad nacional, sintetizada en la oposición entre lo cubano y lo peninsular, que el plano doméstico enfrentaba al hijo criollo con el padre español.
En la guerra anterior el conglomerado étnico cubano se transformó en nación, aunque España situó en la isla a 208, 597 soldados, de los cuales se quedaron 80,686, junto a 163,176 civiles que arribaron en el período como inmigrantes. Al finalizar la contienda, Cuba siguió siendo una colonia pero en condición de provincia, con partidos que competían por el poder dentro de las leyes metropolitanas, lo que favoreció la mecánica del voto y el derecho a elegir senadores, diputados, alcaldes municipales y gobernadores provinciales.
Entre 1878 y 1895 fue abolida la esclavitud (1886), empezó la lucha contra el racismo, se desarrolló la industria azucarera pero aumentó la inmigración española para contrarrestar el separatismo insular.
Más la evolución de la sociedad cubana conducía a la ruptura, pues España no podía seguir imponiendo su esquema de dominación, en crisis desde la firma del Tratado Bill Mac Kinley (1892), que beneficiaba la entrada de las mercancías insulares en el mercado de los Estados Unidos, principal inversionista de la isla y centro de avituallamiento de nuestros patriotas.
Para enfrentar a los independentista el Gobierno de España trasladó a la isla, entre 1895 y principios de 1898, a 220,285 soldados; además de los voluntarios movilizados en Cuba. El esfuerzo por aplastar a la insurrección contrastaba con la táctica del modesto Ejército Libertador, que disponía de casi 70,000 hombres mal armados y evitaba encuentros frontales, pues su objetivo era extender las acciones mediante pequeñas columnas de gran movilidad, que acosaban a las tropas coloniales y, a veces, entraban en los pueblos.
La extensión de la guerra hasta el extremo occidental de la isla, la aplicación de la tea incendiaria y la política de reconcentración de los campesinos en las ciudades condujo a la polarización de los bandos en conflicto, la destrucción de las riquezas y la intervención militar de los Estados Unidos, en abril de 1898, cuyas tropas contribuyeron a la derrota de España, que firmó el armisticio el 12 de agosto de ese año, previa destrucción de la escuadra del Almirante Cervera y la rendición de Santiago de Cuba, hecho que hirió el honor de los combatientes mambises, a quienes no se les permitió entrar a la ciudad ni asistir a las Negociaciones de Paz entre España y los Estados Unidos.
El ardor de los guerreros disminuyó durante la Ocupación militar norteamericana (enero de 1899 a mayo de 1902), cuyo gobierno saneó la isla, construyó acueductos y hospitales, restableció el flujo económico, modificó el sistema de enseñanza y creó el cuerpo jurídico que rigió a la República desde 1902.
Los sucesos desatados el 24 de febrero de 1895 gravitan aún sobre la historia de Cuba. Murieron más de 25 mil cubanos y casi 38 mil militares españoles. Hubo exilios forzosos, viajes sin retornos, industrias devastadas y campesinos que deambulaban como fantasmas. Los avances y retrocesos de la República, el triunfo de la revolución de 1959 y la conversión de esta en dictadura comunista estrangularon el destino de la nación.

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