miércoles, 25 de marzo de 2009

Jonroneros cubanos. Por Miguel Iturria Savón.

El Clásico mundial de béisbol que concluyó el 23 de marzo en San Diego, Estados Unidos, mantiene en vilo a la afición cubana aunque nuestro equipo llegó cabizbajo a La Habana al caer por segunda vez con Japón. Cuba es uno de los grandes pero gana y pierde como cualquiera.
A los atletas les queda otras oportunidades dentro y fuera de la isla; a los aficionados la especulación, las estadísticas y la evocación de las hazañas del pasado. En la “Esquina caliente” del Parque Central un ex jugador mencionaba ayer a los grandes lanzadores y jonroneros de Cuba. Alguien lo interrumpió para decir que Frederick Cepeda bateó tres jonrones y promedió 600 en el Clásico. Otros exaltaron a Ichiro Suzuki, “el samurái”; a los puertorriqueños Iván Rodríguez y Carlos Delgado, al yanqui Kevin Youkilis y el japonés Ahoki, quien bateó 7 hits contra Cuba en 10 veces al bate.
Para contribuir con la euforia colectiva evocaré a los magos del bateo, pues los jonroneros crean un instante de gloria que hace delirar o enmudecer a los fanáticos. El japonés Sadaharu Oh, retirado en 1980, disparó 868 vuela cerca en 22 temporadas. Le siguen tres estadounidenses de Grandes Ligas: Babe Ruth, que conectó 714 entre 1914 y 1935; Hank Aaron, jubilado en 1975 con 755 cuadrangulares en 23 años y Barry Bonds, máximo bateador profesional con récord de 73 imparables en el 2007.
En Cuba, tan cercana a los Estados Unidos, tenemos figuras estelares desde el siglo XIX, como Antonio M. García, Francisco Delabats, Valentín González, Rafael Hernández, Ricardo Cabaleiro, Alfredo Arcaño y otros bateadores. En la primera mitad del XX las estadísticas señalan a celebridades como Luis Padrón, Cristóbal Torriente, Julián Castillo, Roberto Ortiz, Pedro Formental, Roberto Estalella, Silvio García, Orestes Miñoso, Rafael Noble, Claro Duany, Panchón Herrera, Julio Bécquer y peloteros de fuerza que no llegaban a 100 jonrones. Entre los más renombrados están Cristóbal Torriente por sus tres cañonazos contra los Gigantes de New York, el 6 de noviembre de 1920 en el Almendares Park; Richard Dick Sisler, del Club Habana, por sus 4 jonrones en los juegos del 23 y el 24 de enero de 1946, y Orestes Miñoso con 5 los día 9, 11, 14 y 15 de noviembre de 1952.
La tradición beisbolera continuó con las Series nacionales a partir de 1962. Entre los hombres de poder se impusieron Miguel Cuevas, Raúl Reyes, Pedro Chávez y Felipe Sarduy. Cuevas con 83 pelotas desaparecidas en 13 temporadas y Sarduy con 97 en 21 campañas devinieron íconos de los años sesenta. Brillaron después Agustín Marquetti (19 jonrones en 1969), Armando Capiró (22 en 1973), Pedro José Rodríguez (28 en 1978 y 286 en 15 años), Antonio Muñoz (370 en 24 series) y otros beneficiados por la caída del pitcheo durante el uso de las bolas vivas y los bates de aluminio, entre 1977 y 1999.
Entre los vuelacercas de entonces aparecen, con más de 200 jonrones, los matanceros Lázaro Junco, Juan L. Baró y Julio G. Fernández; el capitalino Pedro Medina; los habanistas Juan C. Millán y Romelio Martínez; los villareños Víctor Mesa, Oscar Machado y Alejo O Relly; el espirituano Lourdes Gourriel, el más oportuno en los encuentros internacionales; los camagüeyanos Leonel Moa y Reinaldo Fernández, y los pinareños Luis G. Casanova, Fernando Hernández y Lázaro Madera. La superestrella de la fiebre jonronera fue el santiaguero Orestes Kindelán con 487 en las series nacionales (30 en la Selectiva de 1986) y 102 en otros torneos. Seguido por Lázaro Junco (405) y Omar Linares (404).
La mística de los dioses del bateo continúa en el béisbol cubano de principios del siglo XXI. Ahora desaparecen la bola con frecuencia los espirituanos Yulieski Gourriel, Eriel Sánchez y Frederick Cepeda; los santiagueros Alexei Bell, Rolando Meriño y José J. Ruiz; el industrialista Alexander Mayeta; el pinareño Yosvani Peraza; el cienfueguero Osvaldo Arias y el tunero Joan C. Pedroso. Tal vez les falte la arrogancia y la fama de algunas figuras del pasado, pero sus batazos conmueven a los aficionados.
Más no basta con los grandes batazos, nuestro béisbol debe revisar sus patrones de juego, conceder libertad de contratos a los atletas, trabajar más el pitcheo, el toque de bola, el robo de bases y otras técnicas que inciden en las victorias y conmueven a las graderías.

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