lunes, 9 de marzo de 2009

La torre Iznaga. Por Miguel Iturria Savón.


En el Valle de los ingenios, antiguo centro de riquezas agropecuarias, a solo unos kilómetros de las villas de Trinidad y de Sancti Spíritus, tropezamos aún con la majestuosa Torre campanario de la familia Iznaga, cuya fortuna e influencia en la vida colonial cubana empezó a declinar con la guerra de independencia de 1868.
Ubicado en el ingenio Manacas, una de las propiedades de los Iznaga, el monumento anuncia a los viajeros la cercanía a Trinidad, joya patrimonial del centro sur de Cuba, cuya bahía, montes y ríos circundantes la protegieron de algunos desastres naturales y de la barbarie de las guerras.
En ese entorno de historia, paisajes, poesía y leyendas perdura, cual soporte arquitectónico del antiguo Valle de los ingenios, la Torre campanario que domina la zona, junto a la nave que sirvió de almacén, la herrería, la enfermería, el caserío y el viejo cementerio de los esclavos que trabajaron en el trapiche de azúcar y en la hacienda de San Francisco Javier, adquirida por los Iznaga a fines del siglo XVIII.
El archivo local revela que hacia 1750, Manuel José de Tellería solicitó licencia al Cabildo de Trinidad para edificar un ingenio de azúcar y miel en las tierras del Corral de Manacanacú, al cual bautizó como San Francisco Javier en 1787.
La propiedad fue vendida después a un miembro de la familia Iznaga, cuyos descendientes ocuparon cargos en Sancti Spíritus y Trinidad, junto a los Valle y los Tellería. La imponente Torre campanario fue edificada a partir de 1830. La misma concilia el gusto estético y la opción religiosa de los dueños con la maestría de los anónimos artesanos criollos. Dispone de siete pisos y mide 43,5 metros, un desafío arquitectónico si tenemos en cuenta la época, el lugar y la finalidad de la obra, la cual llega al presente como expresión de la opulencia y la vanidad, pero entonces anunciaba los horarios de faena mediante campanadas que también llamaban a misa o advertían los peligros que asechaban a los lugareños por la presencia de cimarrones, incendios, tormentas y otros infortunios.
La función de atalaya convirtió a la torre del Manacas-Iznaga en el mirador más alto y atractivo del Valle de los Ingenios y en uno de los monumentos más singulares de la isla.
Fue restaurada en varias ocasiones desde fines del siglo XIX. En la reparación de 1987-1988 se le ubicaron las escaleras y entrepisos, adquiriendo una función museables y turística en medio de una fauna y una flora rural de valor endémico y patrimonial.
La excelente conservación de ese conjunto monumental, enclavado en una zona de valor histórico, arquitectónico y paisajístico, hizo posible que la UNESCO declarara al Valle de los Ingenios como Patrimonio de la Humanidad, en diciembre de 1988.

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