miércoles, 25 de marzo de 2009

Paranoia popular. Por Miguel Iturria Savón.

Un amigo que finaliza los estudios de inglés en una escuela de nivel medio de Ciudad Habana, me decía que su profesor orientó como tarea de fin de semana una composición sobre una personalidad de las ciencias, las letras o la vida política de notable influencia social. Hubo quien escogió a Newton, Einstein, Shakespeare, Hemingway, Gandhi, Gorbachov.
Alguien mencionó a Fidel Castro. Al profesor le pareció bien, pero se puso en guardia. “Cuidado con lo que dicen de Fidel. Ya no es el Jefe de Estado, pero sigue al frente del Partido y es la máxima figura de Cuba. Recuerden que esta escuela es una institución del gobierno, al cual yo represento ante ustedes”.
Me dice el amigo que “la temperatura del miedo no subió entre los alumnos; sentimos pena por el profesor, un hombre apagado de casi sesenta años, que lleva treinta en la docencia, en el mismo lugar. Pensó que una simple composición sobre un líder mutilado le crearía problemas. Imaginó fantasmas entre nosotros…”
El tema es recurrente. Hay ejemplos puntuales en otros centros de enseñanza. Los maestros, como los funcionarios, tienen miedo. El miedo paraliza la expresión de los alumnos y profesores. Imaginan que detrás de cada pupitre hay un delator encubierto, capaz de denunciar las opiniones divergentes. El adoctrinamiento ideológico desata suspicacias. La represión del pensamiento comienza en las escuelas primarias y llega a las universidades.
Recuerdo a un amigo de El Vedado que habló con la maestra y con el director de la escuela cuando su hijo comenzó la primaria. “Ustedes obligan a los niños a gritar consignas y decir mentiras; en casa le vamos a explicar las verdades al ayudarlos en las tareas. No quiero que mi hijo sea como el Che, el Che fue un guerrillero con mentalidad de asesino, un ministro incompetente e irresponsable; igual que Fidel Castro, el gran dictador de Cuba…”
-“Papá, por favor, no nos cree problemas; su propio hijo lo va a enfrentar; no podemos navegar contra la corriente. Si les dijéramos esas cosas nos botarían de la escuela”-
Mi amigo se mantiene en sus trece. El director y la maestra lo tratan con respeto y recelo. Ellos saben que él tiene razón, pero están paralizados por la paranoia colectiva. No piensan, repiten las mentiras de los programas escolares; más no se sienten cómplices de la dictadura comunista. Prefieren hablar de la tiranía de Batista. Creen que los problemas del presente serán analizados en el futuro.
Es evidente la mentalidad codificada. Predominan los conceptos preestablecidos, como en la escolástica medieval. La gente ajusta sus opiniones a la moral media. Saben que hay figuras intocables y temas tabúes. Hacerse el sueco es una forma de sobrevivir. Poner la luz verde evita los enfrentamientos.
Tales actitudes son lamentables. La obligación de expresar lo que sentimos, sin miedo ni recelos, es un derecho y un deber de las personas. Los maestros y profesores deberían saberlo.

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