miércoles, 30 de julio de 2008

Virarse para la tierra. / Miguel Iturria Savón.

En la última sesión del Parlamento cubano, el general Raúl Castro habló de distribuir las tierras estatales ociosas y advirtió que la producción de alimentos es “asunto de máxima seguridad”. La consigna es “virarse para la tierra”, dijo el Presidente de los Consejo de Estado y de Ministros.
La frase del mandatario insular parece algo más que un lema, pues desde la sesión del 10 de julio el diario oficial se refiere a la cuestión. Un decreto reciente estipula la entrega de 13,42 hectáreas en usufructo a quienes no tienen tierras y desean dedicarse a la agricultura, mientras los poseedores podrán incrementarlas hasta 40,26 hectáreas. El documento advierte que los beneficiarios pagarán un impuesto y que el usufructo, concedido por 10 años a las personas naturales y por 25 a las granjas estatales y cooperativas, “es intransferible y no puede ser cedido o vendido a terceras personas”.
La cláusula no es muy atractiva pues tales condiciones convierten al “poseedor” en un siervo estatal con gravámenes, obligado a entregar sus productos a precios bajos, sin recibir créditos para cercar, obtener maquinarias, fertilizantes y pagar mano de obra, además de enfrentar los caprichos de la naturaleza, la transportación, el robo y las oscilaciones del mercado agropecuario, controlado por un ejército de funcionarios que exigen lo suyo o te arruinan el negocio.
El gobernante quiere producir más alimentos, reducir la importación y revertir “la tendencia al decrecimiento del área de tierra cultivada”. La lógica es buena, pero el problema sobrepasa las intenciones y la medida para solucionarlo. Ni el arriendo ni los impuestos serán eficaces sino se liberan las fuerzas productivas y las regulaciones del mercado. La realidad no cambia por decreto. La falta de estímulos para crear bienes de consumo sigue en pie.
En Cuba se ha perdido el apego a la tierra y los hijos de los campesinos emigran a las ciudades. ¿Qué ganan con regresar a casa o heredar la finca, si tienen que entregar los productos a precios ridículos a los recaudadores estatales? ¿Cómo “virarse para la tierra” y producir más alimentos si les controlan cada cabeza de ganado y les fijan el precio de cada fruto?
La paradoja que enfrenta la agricultura cubana exige medidas que incluyan los intereses de todos. Administrar la finca estatal sin tener en cuenta a quienes crean los valores equivale a conservar la improductividad y los precios inflacionarios.
Estas cosas me recuerdan a la hacienda de Rigoberto Corcho, un guajiro de Ciego de Ávila que solo posee una yunta de bueyes, dos toros, 15 o 20 vacas lecheras y varios cerdos en dos caballerías de tierras fértiles, en las que cultiva el arroz, los frijoles y algunas viandas para su casa y la del hijo, un cuarentón que vende dulces en la ciudad a pesar de ser agrónomo y experto en ganadería.
Al recorrer los predios del viejo agricultor le pregunté por la causa de tanto espacio baldío. “¿Para qué producir maíz si Acopio me compra una carreta en 200 pesos y la revende en 4 mil? Lo mismo sucede con otros productos. Ellos fijan el precio de la cosecha, exigen y hacen promesas, pero no traen las semillas ni te venden un tractor. Si les hace caso te convierten en esclavo del Estado.”
Hay campesinos que no producen ni para la familia y otros que hicieron dinero en los puestos agropecuarios. De las cooperativas y las granjas estatales no vale la pena hablar. Para equilibrar la oferta y las demandas hay que rediseñar la agricultura y disminuir tantas normativas.
Ya la prensa oficial admite que las tierras cultivadas de la isla han disminuido un 33%. Hablan también del fin de los subsidios, del aumento de los impuestos y del cese del igualitarismo instituido hace medio siglo por el gobierno que ahora preside el general Raúl Castro, quien exige más producción sin cambiar las causas de la desesperanza y el desinterés social.

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