miércoles, 30 de julio de 2008

Una palabra de la iglesia. /Luís Cino.

Parece que después de todo, Mariela Castro tiene razón. La homofobia está mucho más arraigada en los cubanos de lo que suponíamos. Está tan prendida en el alma castrista-machista-leninista de algunos veteranos de la elite gobernante y algún que otro prejuiciado de a pie como en la alta jerarquía de la Iglesia Católica.

La cruzada de Mariela Castro y el Centro Nacional de Educación Sexual contra la homofobia hizo saltar al cardenal Jaime Ortega, habitualmente sereno y moderado. El Arzobispo de La Habana no pudo soportar tanta afrenta y tuvo en voz alta que expresar, porque sus fieles sorprendidos y disgustados lo exigían, el rechazo de la Iglesia.

Era de esperar una reacción similar por parte del tradicionalmente conservador en este tema, alto clero católico. Sólo que Monseñor Ortega no suele hablar alto y claro cuando de políticas oficiales se trata. El cardenal prefiere ser cordial con el régimen: conserva los espacios ganados por la iglesia y mendiga mínimos espacios más. Entretanto, acompaña a Monseñor Céspedes en su admiración por Che Guevara y ora fervientemente por la salud del Comandante.

El Cardenal Jaime Ortega considera que la campaña oficial en pro de la diversidad sexual “fue más allá de combatir el rechazo o el maltrato a las personas homosexuales”.

Para el arzobispo de La Habana fue demasiado fuerte la impresión de ver la bandera gay en el Pabellón Cuba, Brokeback Mountain en la televisión y el afocante espectáculo de travestís en el teatro Astral. Peor aún que el gobierno autorice las cirugías de cambio de sexo y legalice las uniones de parejas homosexuales.

El cardenal Ortega opina que el gobierno cubano, en cuanto al tema de la homosexualidad, debió sustraerse a “la ideología liberal sustentadora del todo vale”. Supongo que para ello, hubiera recomendado el mismo método que utilizó y utiliza para sustraerse en cuanto a democracia, derechos humanos, estado de derecho, economía de mercado y otras zarandajas terrenales que no deben ser de la incumbencia del Monseñor porque casi nunca las menciona.

Al cardenal Jaime Ortega y a algunos feligreses de mentalidad tan medieval como la suya, les asusta más que “el asunto de la homosexualidad se presente como algo normal” que todo lo demás que ocurre (o desafortunadamente no ocurre) en Cuba.

Sorprende y deja pasmado la prontitud y lo enérgico de la palabra eclesiástica en el tema del homosexualismo y la cruzada pro gay de Mariela Castro.

No hubo una palabra de la Iglesia con tanta energía por los muertos del Canímar y el remolcador “13 de marzo”. Tampoco por los tres jóvenes de Centro Habana que intentaron secuestrar la lancha de Regla y a los que fusilaron para “parar en seco” un éxodo masivo.

¿Ninguno de sus fieles, ni siquiera alguna de las Damas de Blanco que acuden cada domingo a la iglesia de Santa Rita, le habrá implorado a la jerarquía católica que hable sobre los prisioneros de conciencia? ¿Será que las violaciones de los derechos humanos y la falta de libertades políticas y económicas de los cubanos no ameritan la palabra de la Iglesia?

El Cardenal Ortega sigue desperdiciando las oportunidades de que la Iglesia Católica cubana juegue un papel digno en un momento histórico crucial. Al Monseñor, en línea directa con Torquemada y el Santo Oficio, le preocupa más que algunos homosexuales inconformes con su cuerpo (para él, aberrados merecedores de la hoguera) escapen de su prisión y sean libres, a través de una operación autorizada por el Consejo de Estado.

Dice Palabra Nueva, la publicación de la Archidiócesis de La Habana: “La actual campaña desde las alturas gubernamentales tiene más bien la apariencia del desagravio. Fue precisamente después de 1959 con el propósito del hombre nuevo que la homofobia se impuso a base de carros-jaula, prisión, trabajos agrícolas y la invitación a emigrar”.

El Cardenal Ortega, enviado por el régimen a cortar caña “a la cañona” en sus tiempos de seminarista, no quiere desagravios para los gays, los hippies, los Testigos de Jehová y demás víctimas de las UMAP. Por su parte, no necesita desagravios ni disculpas. Le basta con sus relaciones cordiales con la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido Único.

Dicen que al Cardenal, hace más de 40 años, tras las alambradas de un campamento en Camaguey, los guardias le sembraron el miedo en el alma. Todavía le dura. Sólo la homofobia es capaz de hacer que lo venza.

luicino2004@yahoo.com

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