miércoles, 30 de julio de 2008

Apuntalar murallas. / Miguel Iturria Savón.

Un politólogo opositor valoraba como irreversibles los cambios iniciados en Cuba por el Gobierno del general Raúl Castro. Agregaba que “al conceder ciertas libertades económicas y eliminar prohibiciones absurdas el heredero de Fidel Castro apuntala la dictadura populista, pero la desmantela poco a poco. A él le quedan cinco o seis años en el poder, tiempo suficiente para preparar un aterrizaje suave en la democracia”.
No comparto tanto optimismo. Creo que Raúl Castro está demasiado comprometido con el régimen creado por el Comandante en Jefe, del cual fue piloto automático durante medio siglo. Como ministro de las Fuerzas armadas y segunda figura del Estado, el Gobierno y el Partido comunista es tan responsable del desastre insular como su propio hermano. Tiene a su favor el hecho de ser más laborioso, organizado y responsable que su antecesor; pero no es un demócrata ni un renovador, sino un anciano que intenta esquivar el naufragio y ganar legitimidad dentro y fuera del país.
Nada esencial ha pasado todavía. Todo sigue bajo control estatal: las cárceles, la represión, las amenazas a los opositores, las consignas patrioteras, la doble moneda y hasta el fantasma del enemigo. Raúl Castro continúa el retablo del castrismo como un titiritero que baja el precio de las entradas para conservar el tinglado.
Hasta ahora, los “cambios estructurales” se reducen a la entrega de pequeñas parcelas improductivas, la venta de equipos electrodomésticos, el acceso de los cubanos con divisas a los hoteles y la firma de varios pactos internacionales. Son medidas para desparasitar al régimen, mejorar su imagen, diezmar la corrupción y crear expectativas. El resto lo pone la esfera del reloj; mientras los aliados de Europa, China y Venezuela envían sus limosnas y los cínicos, los escépticos y los oportunistas aplauden “la transición cubana”.
Raúl Castro no ignora el presente pero sigue anclado en el pasado. Su Consejo de Estado parece un Consejo de guerra. Los mismos ancianos uniformados y dos o tres figuras de corcho ejecutan las decisiones. Con golpes teatrales no se cambia un país. Nadie renuncia a la platea del poder.
Los ancianos solo cambian cuando los hijos y los nietos le imponen el retiro. Si la oposición pacífica no presiona desde abajo y les mueve el piso mediante actos palpables, los burócratas del castrismo gobernarán veinte años más en nombre de la patria, la revolución y el socialismo.
La élite feudataria encabezada por Raúl Castro no va a negociar con una oposición que no mueve a las masas. Por eso controla, denigra, reprime y hasta encarcela a sus líderes más destacados. Si estos se conforman con denunciar las violaciones de los derechos humanos y exigir demandas al gobierno que las niega, seguiremos en punto cero.
Las cosas no ocurren por si solas. El castrismo toca fondo, carece de ideas renovadoras pero es incapaz de negociar. El miedo a perder el poder lo paraliza. El sucesor de Fidel Castro es soberbio y excluyente. Para él, el otro no existe. Tal vez no pueda gobernar como lo hacía el Comandante, pero sabe atenuar el descontento popular con algunas medidas y promesas. El resto depende de la propaganda oficial, la represión, la dependencia del estado y de la actitud que asuman los opositores.El general Castro no busca un aterrizaje en la democracia. Las élites no se suicidan en el poder. Apuntalan las murallas para destejer el tiempo y adentrarse en la línea del horizonte.

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