miércoles, 23 de julio de 2008

Confesiones de un periodista. / Miguel Iturria Savón.

Con ochenta y dos años y más de sesenta dedicados a la prensa y a la mercadotecnia, Alberto Pozo, Premio Nacional de Periodismo “José Martí” y Premio Espacio de Publicidad, es aún un hombre tímido y cordial, que se niega a abandonar su profesión y obsequia sus sabios consejos a los colegas y amigos que tropiezan con él en las calles de La Habana o en la Asociación culinaria de Cuba, en la cual ejerce como Asesor.
El tenaz reportero ha transitado sin traumas de la riqueza a la miseria. No habla de sus glorias mundanas ni se queja de las cicatrices, despojos y penurias que las últimas décadas dejaron en su alma. Para él la vida no es una tragedia, sino un camino accidentado con sus luces y sombras.
Lo conocí en 1991 en el apartamento de un amigo común, a unas cuadras de su casita de San Francisco de Paula, donde vive con su tercera esposa y su tercer hijo, entre gentes humildes que profesan la santería y juegan a la bolita, pero veneran al viejo periodista como a un ícono del país.
Alberto Pozo nació en 1926 en Pinar del Río, donde transcurren sus primeros años. Como sus padres vivían en la capital residió con ellos en la calle Industria esquina a Colón, y en Paseo entre 19 y 21. Cursó la enseñanza primaria en una academia privada y el Bachillerato en el Colegio La Salle, en El Vedado. La influencia del profesor Enrique de la Maza despertó sus inquietudes literarias y su elección por el periodismo, aunque su progenitor le aconsejaba la carrera de Derecho.
-Pozo, háblenos de su familia.
-Mis padres eran de ascendencia canaria y origen campesino, pinareños ambos, por eso nací en la casa materna. Mi padre, Alberto C. Pozo Fernández del Puerto Varela, hermano de Justo Luis del Pozo, Alcalde de La Habana en los años cincuenta, era funcionario del Ministerio de Hacienda; un hombre bastante liberal y comprensivo. Me enseño el valor de las relaciones sociales y la necesidad de prepararme para sobrevivir, por eso me pagó las mejores escuelas y trató de hacerme abogado, profesión muy respetada en la época.
-Pero usted se hizo periodista.
-Si, pero también hice tres años de Derecho en La Universidad de La Habana para satisfacer a mi padre. El periodismo no tenía el mismo reconocimiento social pero era mi vocación, yo quería escribir. Matriculé en la Escuela Manuel Márquez Sterling, que no era estatal sino de los propios periodistas. Me gradué con primer expediente en 1948 y obtuve un puesto como periodista en Unión Radio, situada en la Rampa. Ganaba 80 pesos y me compensaban con dos “botellas” en el Ministerio de Obras Públicas, pero eso de cobrar sin trabajar era un reto a mis principios éticos, aunque era algo normal en la época.
-¿Recuerda algún trabajo especial en sus inicios periodísticos?
- Si. Lo más memorable fue la entrevista que le hice a Ramón Grau San Martín cuando entregaba la Presidencia de la República a Carlos Prío Socarrás. Fue en la residencia de Grau, en 5ta avenida y 14, Miramar; él la llamaba “mi chocita”, por eso la publiqué en Prensa Libre con el título “Desde la chocita del doctor Grau”. Me impresionó su personalidad, era un hombre cultísimo como ningún otro político. Comencé a entrevistarlo a las nueve de la mañana y terminé a las seis o siete pm, pues él iba recibiendo a los políticos en su despacho, delante de mí. Era un burlón de fina ironía, muy simpático, agudo e interesante. Durante casi toda la entrevista se burló de Carlos Prío, ya no eran amigos.
-¿Alguna lección?
-Si, saber escuchar para entender los problemas. Eso lo he puesto en práctica en mi trabajo como periodista y como profesor de Comunicación social. Escuchar, más que hablar, es importante también para los ejecutivos, al menos ahora que el mundo desarrollado entra en la era del conocimiento. Yo lo aprendí con Ramón Grau San Martín en 1948.
-¿Por qué abandonó Unión Radio?
-Porque allí me contactaron los Mestre, dueños de varios canales de televisión, emisoras de radio y otros negocios. Aproveché y di el salto. Trabajé como ejecutivo de cuentas de la Agencia publicitaria Mestre, Conill y compañía. Tengo una anécdota que retrata a Goal Mestre, quien era graduado de Harvard y un norteamericano en el aspecto físico y mental. El primer día me recibió de pie y me dijo:
“Usted tiene que andar en el automóvil del último año, vestir impecablemente e invitar a nuestros clientes o futuros clientes a lo mejor de La Habana; si usted no lo hace así está cometiendo un pecado mortal porque usted es nuestra imagen”.
Ellos me facilitaban todo eso y me pagaban mucho más que a un periodista, además del treinta por ciento de las cuentas publicitarias llevadas por mí.
-¿Hasta cuándo fue eso?
-Desde 1950 hasta 1960. La Revolución lo cambió todo, incluidas las agencias publicitarias, unificadas en el Consolidado de la Publicidad, donde obtuve el apoyo de Mirta Muñiz, la directora, quien valoró mi experiencia por encima de mi parentesco con Justo Luis del Pozo, caído en desgracia.
-¿Y cuándo trabajó para Antonio Ortega Navarro y la Compañía lechera de Cuba?
-En la misma época y a través de la misma agencia publicitaria que te mencioné. Ortega y yo éramos amigos desde el Bachillerato, bastó una llamada y un encuentro para que él me diera la representación de su empresa. Con la Revolución él se marchó a Puerto Rico; desde allá me llamó cuando estuve muy enfermo hace unos años.
-¿Por qué se quedó en Cuba al marcharse sus padres, su mujer, sus dos hijos y tantos amigos expropiados?
- Me quedé por las ideas, creí en los ideales de igualdad y justicia social de la Revolución, pues a pesar de ser un hombre de clase media alta con un salario fabuloso y muchas comodidades, era sensible a la situación de los pobres y estaba permeado por la excelente educación patriótica que se impartía en la República, en la que el maestro era una especie de héroe local por los valores que inculcaba y por la eticidad de sus actos.
- Pero usted no era revolucionario.
-Ni revolucionario ni comunista, yo pensaba en términos económicos, pero me incorporé a las tareas de la época. Tal vez haya sido un soñador sin máscaras ni partido.
-¿Cuáles fueron esas tareas? ¿La zafra azucarera? ¿Las milicias…?
- Nada de eso, mi vida ha transcurrido en la economía. Trabaje en publicidad hasta 1968, en que fui designado por Enrique de la Osa al frente del equipo de Bohemia económica. Me jubilé en esa publicación en 1990 pero seguí colaborando en ella y otros medios. Ejercí también como profesor de Marketing en el Instituto Superior de Diseño Industrial y en la Asociación de publicistas y comunicadores de Cuba.
-¿Qué campañas publicitarias le encargaron en los sesenta?
-Recuerdo, por ejemplo, la publicidad de la Campaña nacional de alfabetización, reconocida por la UNESCO como una obra maestra. Trabajé también en el diseño publicitario de los otros planes de educación y de salud pública, así como productos específicos de la industria alimenticia pues laboré en la dirección de estudios de ese ministerio.
-Cincuenta años después de un proceso social tan complejo, ¿cómo valora en lo social y económico la etapa revolucionaria?
- Estamos en un momento de cambios paulatinos y es difícil valorar una época con la perspectiva de otra, como se ha hecho con la República en la etapa revolucionaria; pero hay algunos logros que me satisfacen, como las igualdades sociales en la enseñanza, la salud pública y el trabajo, muy diezmados por cierto desde la caída del campo socialista.
En cincuenta años hemos subvalorado la economía y no todo se debe al bloqueo, aunque las relaciones con los Estados Unidos son esenciales y geográficamente naturales desde hace siglos. Cuba ya le compra millones de dólares en alimentos y medicinas al gran vecino del norte. Pero hay que liberar las fuerzas productivas para crear valores, bajar los precios y satisfacer las necesidades de la población. China y Viet- Nam avanzan en ese sentido. Las inversiones extranjeras son imprescindibles.
-¿Cree usted en las “cambios estructurales” anunciados por Raúl Castro? ¿No será una forma de ganar tiempo y mantener el inmovilismo?
-He leído sus discursos y creo que él tiene sentido del valor de la economía y de la necesidad de revertir el estancamiento. Si fueran cambios cosméticos entonces no habría solución.
-¿Y los cubanos qué?
-Lo peor es que la mayoría de los jóvenes solo piensan en emigrar o en vivir sin trabajar, haciendo negocios ilícitos para compensar el desbalance entre los precios y el salario. El cubano, en general, tiene mayor nivel educacional, es inteligente, laborioso, muy afable y hospitalario. Eso lo reconocen hasta los turistas que nos visitan.

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