viernes, 10 de abril de 2009

Los perritos de la Bienal. Por Miguel Iturria Sav'on.

El viernes pasado caminaba con Juan Antonio Madrazo hacia el Centro de Arte Wilfredo Lam, cuando en la esquina de O’ Relly y Tacón nos interceptó un suboficial de la policía que conocía a mi acompañante. El agente nos pidió el carnet de identidad e intentó registrarnos en plena calle. Como no accedimos a sus estupideces pidió orientaciones a la Unidad por el walking – talking. Le ordenaron que nos dejara tranquilos pues se disculpó entre dientes.
-“Es un perro bien entrenado, me detuvo meses atrás y quiso repetir el atropello. Además de policía fue impuesto como Delegado del Poder Popular en Cambute, donde se ensaña con los opositores”-, dijo Madrazo, quien es vicepresidente del Comité de integración racial.
Ese día, mientras recorríamos las exposiciones del “Wilfredo Lam”, el Castillo de la Fuerza, la Fototeca de Cuba, el Convento de San Francisco de Asís, el Palacio de Bellas Artes y la galería del antiguo Centro gallego de La Habana, fuimos testigos de varias detenciones en el casco histórico. Jóvenes con mochila, hombres con portafolios, muchachas con extranjeros y hasta los mendigos que merodeaban por las plazas y las instalaciones de la Bienal eran acosados por policías que ven fantasmas entre los transeúntes.
Hay una atmósfera de tensión y represión en medio de un evento artístico internacional. Debe haber 100 policías por cada uno de los 300 artistas que vinieron de medio centenar de naciones. Los agentes de la Seguridad del Estado patrullan las calles en sus motos japonesas. Son menos visibles en las 16 instalaciones que atesoran las obras, donde predominan los vigilantes de sala y los cansados especialistas de museología.
La X Bienal de arte de la Habana, como las Feria del libro, forma parte de las maniobras de distracción de la cultura oficial, marcada por la censura y la vigilancia. Pero algunas obras y performances crearon expectativas que asustaron al Comité organizador y a los militares que controlan el evento, aunque la prensa acreditada difundió por igual a las Cucarachas de Favelo, quien puso su rostro en la cabeza de cada bicho para evitar suspicacias; el espectáculo de Mendive, cuyos lienzos surrealistas dulcifican el dualismo y las leyendas de origen africana; las muestras del japonés Shigeo Fukuda, el uruguayo Luis Camnitzer y la cubana Tania Bruguera, que expuso “Estado de Excepción” con creaciones de los alumnos de la Cátedra arte de conducta, la cual estimula espacios de discusión sobre temas de la realidad insular.
Parece que los guardianes de la estética castrense se irritaron con las alegorías políticas, el humor y la imaginación de los jóvenes del Taller de conducta, creadores de una Máquina de feria para extraer muñecos de Fidel Castro, una urna de cristal con titulares del diario Granma y otras metáforas de la situación cubana que desataron el miedo de los comisarios de la Bienal, quienes escribieron párrafos de insultos contra las personas que gritaron libertad cuando Tania Bruguera concluyó su performance en el Centro Wilfredo Lam.
Pero no hay que temerle al arte. Los organizadores de la Bienal debieran explicarles algunas cosas a los jerarcas del Ministerio del interior, cuyos policías patrullan las calles de La Habana como si los artistas amenazaran con sus pinceles al gobierno más viejo e intolerante de América.
Los gobiernos pasan, el arte perdura.

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