viernes, 3 de abril de 2009

Cuentos del gurú. Por Miguel Iturria Savón.

Como Fidel Castro se empeña en posponer la muerte y nos entretiene con sus delirantes reflexiones, en las calles y oficinas las gentes se burlan de sus excesos. Los empleados recrean las anécdotas y cuentos atribuidos al “Caballo”, “El dueño”, “El señor”, “El gurú”, “La bestia”, “El monstruo” o “La momia”, términos que avalan el descrédito del líder enfermo.
Los relatos sobrepasan el repertorio de Pepito, el chiquillo díscolo de nuestro folklor oral, evocado por los cuenteros que compiten los domingos en un programa televisivo que premia a los ganadores, algunos de los cuales ya figuran en grupos profesionales y actúan en clubes y teatros.
Las glosas sobre Fidel Castro no son llevadas aún al cine o la televisión, salvo las contadas por la prensa oficial para magnificarlo o la escrita por sus albaceas históricos y literarios. Hasta ahora, las de mayor sabor y “credibilidad” circulan en las calles y oficinas. Evocamos algunas.
Me contaba un amigo escultor que un pintor que visita su taller tuvo el privilegio de acompañar a Fidel Castro a uno de los cayos atribuidos al déspota en el centro sur de Cuba. Allí pescaron y cazaron con el séquito real. Supo el pintor que el lugar es preservado desde entonces, “tal y como lo dejó el Comandante”, por un grupo de guardianes que lo esperan noche y día, por si llega con otros huéspedes, previo aterrizaje de la Seguridad personal.
El relato coincide con la red de casas exclusivas en cada provincia del país, donde el Partido Comunista posee un hotel para los funcionarios del Comité central que llegan en funciones de descanso o trabajo. Dentro de cada instalación hay cuatro o cinco residencias para los miembros del Buró políticos y ministros autorizados por Machado Ventura; una de ellas es “propiedad” del Comandante y está conectada por túneles al aeropuerto local y por refugios que desembocan en una pista para helicópteros.
Un investigador de la Academia de ciencias es vecino de un alto funcionario que despachaba con el “Máximo Jefe”. Según este, en una ocasión el gobernante lo dejó solo unos minutos. Al regresar le preguntó si había cogido caramelos de su buró; la respuesta fue negativa pero al mes siguiente sucedió algo parecido. El empleado cogió tres caramelos mientras esperaba. Esa fue su desgracia pues Fidel contaba los caramelos y le dijo horrores en el otro encuentro. El ladronzuelo destituido rebotó en una embajada de Cuba en Europa.
La fijación con las estadísticas me recuerda a un ingeniero del Ministerio de la agricultura que le refería a un empresario extranjero radicado en Cuba, que su departamento colaboró con la iniciativa del “Gran líder” de contar las palmas existentes en la isla. En la provincia más occidental, el funcionario que resumió la cifra fue tan preciso que hizo sospechar al Comandante que le pasaban gato por liebre. “Después de algunas preguntas comprobatorias se olvidó de las palmas y nos ordenó contabilizar y desmontar el marabú que prolifera en nuestros montes”.
Son tantas anécdotas y cuentos delirantes que pudieran conformar una Antología de disparates. Algunas son de interés militar, económico, político o psicológico. Generalmente reflejan la soberbia, la arrogancia, la vanidad y el desprecio por los subordinados. Casi todas pintan el egocentrismo y otras manías del ex mandatario que, desde la cama, mantiene en tensión al país. Ninguna exalta la grandeza y la genialidad que le atribuyen sus edecanes y escribanos.

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