viernes, 3 de abril de 2009

¿Legalizarán las drogas? Por Miguel Iturria Savón.

En Cuba, el problema de las drogas ya no es un secreto de Estado, aunque las estadísticas y los detalles del asunto son manipulados por funcionarios gubernamentales. Los anuncios televisivos al respecto son recientes y de carácter didáctico. Las autoridades sanitarias, los medios de comunicación y los órganos policiales barajan el tema con cautela.
Pero nuestra posición geográfica, la miseria generalizada, las tensiones humanas y la desesperanza que corroe a amplios sectores de la población nos colocan en circunstancias similares a los consumidores de del continente americano. Nos ayuda la insularidad, el rígido control estatal sobre puertos y aeropuertos y el alto costo de las drogas.
Más la corrupción ablanda los controles y puede convertir a las costas cubanas en punto de enlaces, descarga y refugio de los narcotraficantes. El propio gobierno, a través del Ministerio del interior, creó centros de recepción, producción y exportación de drogas hacia los Estados Unidos, el enemigo a minar por cualquier vía, mientras obtenían divisas para exportar la revolución. El juicio de 1988 contra altos oficiales de las Fuerzas armadas y el Ministerio del interior revelaron la complicidad del castrismo con el Cartel de Medellín y otros capos de la región.
Tal vez esto sea un capítulo del pasado, pero el problema de la droga es recurrente. Quizás el interés de las autoridades por enfrentarlo en los medios de comunicación y en los centros de salud mental sea un botón de pruebas de lo que hay debajo del iceberg. Un colega de la prensa independiente describió hace poco la ruta del sur. Existe también una ruta del norte y los turistas que introducen los estupefacientes por nuestros aeropuertos.
No se habla, sin embargo, de la droga interior, más los cigarrillos de mariguana, las infusiones a base de campana y otros arbustos de fácil localización no vienen de México, Colombia, Venezuela ni Bolivia, donde el personal cubano entra en contacto con plantas como la coca, incorporadas a las culturas tradicionales antes del descubrimiento de América en 1492.
La ingestión de pastillas es la tercera cara del asunto. Muchos jóvenes diluyen el parkisonil con bebida y suben al celaje de las alucinaciones. Algunos son adictos de sustancias múltiples, consumidores de efedrina, diazepán, benadrilina, fenitoina, fenobarbital, meprobamato y otros medicamentos que crean adicciones y afectan al organismo.
Hace casi dos años conocí en la terapia de la psicóloga María Esther Ortiz a un grupo de personas que aprenden a vivir con la adicción o transitan al estado de abstinencia. Un amigo fue paciente del doctor Ricardo González Menéndez, quien dirige la Sala de alcohólicos y toxicómanos del Hospital psiquiátrico de La Habana, donde son desintoxicados. Allí estuvo Diego Armando Maradona, el Pibe de oro del futbol argentino, junto a escritores, pintores, músicos, médicos, pilotos y deportistas que enfrentaron el estrés y la tensión con las drogas y el alcohol.
Conozco a un cirujano que se inyecta la fenitoina, a una doctora adicta al fenobarbital, una enfermera que consume benadrilina, a un clínico que se administra diazepán en ámpula por vía oral y a una psiquiatra que se automedica “para no enloquecer”. Existen, por supuesto, muchas personas que consumen crac y otras drogas introducidas o fabricadas clandestinamente en la isla.
Son casos de un problema actual que hunde sus raíces en el pasado. Los consumidores de narcóticos pierden el control y crean problemas, pero no son delincuentes sino enfermos y deben ser tratados como tal ¿Quién no fumó mariguana durante el Servicio militar obligatorio?
En Cuba, la profilaxis alterna con la represión de las drogas. La Operación coraza del 2003 no dejó títeres con cabeza en el país. Hay quienes sospechan de las Líneas confidenciales. Los más sensatos apuestan por enfrentar las causas del consumo y la comercialización de las sustancias nocivas. Consideran que no hay peor droga que la ideología y el fundamentalismo político o religioso.
Aunque Cuba es un país fallido y flagelado por la miseria, el problema de las drogas no es tan dramático como en México o los Estados Unidos, donde la DEA gasta millones de dólares para combatirla. Tal vez por eso algunos académicos piensan en programas pedagógicos que antecedan a la futura legalización de los estupefacientes. La propuesta es audaz y controversial, pero vale la pena analizarla.

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