viernes, 5 de diciembre de 2008

Peón de infantería. Por Miguel Iturria Savón.

Informe contra mi mismo (Alfaguara, Madrid, 1997), de Eliseo Alberto, es un libro viejo pero vigente en Cuba, donde no ha sido editado y circula poco, de mano en mano, como sucede aún con las novelas de Cabrera Infante, los ensayos de Severo Sarduy, la poesía de Gastón Baquero y decenas de obras narrativas, poemarios, biografías y memorias prohibidas u olvidadas por razones extra literarias.
El testimonio de Lichi, como le dicen a Eliseo, es una especie de Mea Cuba que sacudió nuestra inercia literaria. El escritor partió de sus vivencias familiares y personales para activar las teclas del tablero revolucionario desatado en 1959. Quizás por eso recuerda a Las iniciales de la tierra, de Jesús Díaz; La nada cotidiana, de Zoe Valdés y los comentarios sincrónicos de Manuel Cofiño en Tiempo de cambio y en La última mujer y el próximo combate. Pero este autor es más preciso y acude a la historia desde la memoria, la ficción y la nostalgia, matizada con elementos de la crónica, el reportaje, el relato breve, la reflexión sociológica, las cartas de amigos y hasta planos “fílmicos” que evocan su labor como guionista de cine.
Eliseo lo aborda casi todo. Su verdad es amplia y conmovedora. Cuba le duele y la reconstruye desde el exilio sin evadir los temas tabúes, algunos personajes y hechos históricos, sucesos absurdos, consignas y dogmas, verdades a medias, amigos desaparecidos, anécdotas delirantes, listado de lugares memorables de La Habana y de artistas y escritores que huyeron de la intolerancia revolucionaria.
El libro ayuda a entender la crónica de las emociones del creador, quien hurga en la espiral de las últimas décadas del siglo XX cubano e ilustra “el nacimiento, auge y crisis de una gesta que sedujo a unos y maldijo a otros, además de explicarnos… cómo, cuándo y por qué fuimos perdiendo la razón y la pasión…” (p. 23).
Para adentrarse en el drama de la isla en un período convulso e inacabado, Eliseo utiliza un lenguaje coloquial, a veces poético, híbrido, localista, alusivo, irónico y satírico. Recurre al intercambio epistolar con amigos que actúan como sus primeros lectores, pues recibieron el libro y lo valoran desde sus páginas; lo cual es novedoso porque ejercen la crítica y un contrapunteo con el autor, enriqueciendo el arcoíris vivencial del pasado reciente desde otras miradas. Tales amigos también hacen catarsis y juzgan los fantasmas de la memoria individual y colectiva.
Las cartas, firmadas con seudónimos y enviadas desde Miami, Colombia, México y Cuba, integran la estructura compositiva del libro y constituyen piezas literarias con valor propio, incluidas la enviada por Eliseo desde México “a un amigo de Gibara (p. 193-200). Las mismas involucran a los aliados del escritor y complementan la angustia existencial de los cubanos bajo el totalitarismo. Al exorcizar sus espectros sobre las cenizas calientes de la nación, el prosista y sus corresponsales zarandean el telón revolucionario con el claroscuro de las frustraciones. En cierta medida, el libro capitaliza el desplome de una época y exterioriza el descontento sin sermonear al lector.
“…te tragaste el cuento de Cuba…Cuba no existe sino en Cuba…Cargar con ella en la memoria es un peso descomunal…Cuba se complejiza en cada ojo que la mira…La verdadera patria… tiene dos tamaños posibles: el del planeta y el de la vida… (p. 89-92).
“Una amiga desde Cuba” conmueve con su talonario de cansancios (p.168-169), una declaración de lucidez irrebatible.
Desde el Prólogo, largo y atractivo, el prosista nos engancha a sus nostalgias y a las quimeras y esperanzas de su generación. En los doce capítulos, cartas incluidas, desmitifica los sucesos y los personajes que modelaron nuestras vidas. Cuba y sus circunstancias históricas, sociales y culturales son el protagonista: los planes económicos, los discursos y las consignas, las movilizaciones, la ofensiva revolucionaria de 1968, la institucionalización de los años setenta, las cacerías de homosexuales, el reencuentro entre los cubanos de la isla y el exilio, el éxodo masivo de 1980, nuestra presencia militar en África y América Latina, los balseros del 94, el bloqueo y la supuesta invasión de los Estados Unidos, las estrategias ideológicas, los controles burocráticos, la dependencia de la Unión Soviética, el síndrome de la desconfianza, los archivos comprometedores y la política de desafíos del gobierno revolucionario.
Pero tanto lastre no resulta tedioso, pues Eliseo Alberto es obsesivo y conmovedor. En cada vuelta de página algo nos identifica, nos hace sentir y hasta pensar. La magia está en el lenguaje y en el arsenal de recursos literarios utilizados. Vale anotar, por ejemplo, el empleo, a manera de exergos, de versos de poetas cubanos antes del Prólogo y cada capítulo. Así como las descripciones de La Habana, devenida personaje; la isla como tema; el juego con la muerte para homenajear a Nicolás Guillén, Lezama Lima, Virgilio Piñera y Luis Rogelio Nogueras, o la inserción de historias que humanizan, desde el drama individual, la tragedia social en el período citado.
El autor nos inquieta con los relatos de Paella, “el gordo inexplicable” que quiso irse del país en una balsa desde 1965; el notario retirado Ángel Montoya, vecino homosexual experto en béisbol, quien se suicida después de matar a un gato; la tragedia de Rolando Martínez Ponce, artista gráfico que adquirió el sida y murió en la cárcel por escapar del sanatorio de Santiago de Las Vegas. O las historias del gallego Pedro, luchador revolucionario encarcelado 25 años por tratar de crear un partido opositor, y la sensible Teresa Monte, obligada a tasar las estatuas que los oficiales del Ministerio del interior robaban en el Cementerio Colón para venderlas en las tiendas recaudadoras de divisas.
El libro, en fin, es un certificado literal de cubanía, sus folios son lúcidos, bellos y distantes de la “religiosa militancia partidista” y del discurso del conflicto sin solución ni alternativas. En las páginas 33 a 39 ofrece un catálogo de las consignas oficiales. En las siguientes, analiza la figura del caudillo. Advierte que “las personalidades rectoras de nuestro destino, José Martí en el siglo XIX y Fidel Castro en el XX, no conocieron la isla desde abajo sino desde afuera, o desde arriba,…Distanciados de la realidad por la lejanía del exilio, o por la altura del poder, acabaron por inventarnos una nación a la medida de sus convicciones…” (p. 26-28).
Informe contra mi mismo es una radiografía de un proceso agotador. Impactó al mercado del libro en Europa, Estados Unidos, México y otros países, pero no circula en la red de librerías de Cuba, sino a través de las Bibliotecas independientes. ¡Bienvenido a casa, Eliseo!

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