lunes, 15 de diciembre de 2008

Lectura colectiva. Por Miguel Iturria Savón.

El viernes 5 de diciembre leía El Nuevo Herald mientras esperaba el P 2, en G y 3ra, a cien metros del Malecón y del Ministerio de relaciones exteriores, en El Vedado. Como el ómnibus se demoraba algunas personas conversaban entre si. Tres hombres maduros susurraban a mi lado sobre la situación del país. Uno de ellos me pidió permiso para “echarle un vistazo al periódico”. Sus colegas lo imitaron; el segundo buscó las páginas deportivas; el otro las noticias sobre Cuba.
Cuando subimos al P 2, el primero de los hombres se sentó a mi lado, sus acompañantes ocuparon los asientos del frente. Compartí la lectura del diario miamense con los tres viajeros y con los jóvenes que curioseaban desde el pasillo. El que iba a mi lado leyó fragmentos del artículo de Andrés Reynaldo, pasó después a un texto de Rivero Caro sobre Lenin y Chávez. “Chávez es el mejor discípulo de nuestro señor”, dijo el más viejo, quien se conectó al tema político como si estuviera en la sala de su casa, donde ya no está su hijo mayor, “detenido por obra y gracia de una reflexión del Comandante…”
El más joven de los tres le siguió la rima: “Fidel es un cadáver político, ya no manda ni en su casa, quienes escriben por él lo reinventan para que todo siga igual. Mientras Chávez y los chinos apoyen a Cuba, Raúl seguirá con el cuento del Comandante y el socialismo. Vamos a ver qué inventa cuando Obama le retire el embargo y Chávez le quite la chequera de los dólares…”
En ese tono siguieron vaticinando el destino de la isla y el protagonismo de los Castro, mientras el ómnibus transitaba por la extensa Lacret. Yo me bajé en la parada del Diezmero con El Nuevo Herald bajo el brazo. Ellos continuaron hacia San Francisco o El Cotorro en medio de la indiferencia del resto de los pasajeros.
Aunque no suelo pensar en las ordenanzas del Comandante ni del General Castro, creo que mis acompañantes del P 2 no andan muy errados. Los tres hablaron con desdén de los hermanos que agobian al país. El que tiene al hijo preso cree que el Comandante está enfermo pero sigue al frente de todo, pues “sus reflexiones son órdenes para el gobierno, el partido y los tribunales…”
La gente tiene derecho a decir lo que piensa, pero hablar de un Castro contraponiéndolo al otro me parece un chiste metafísico. Ambos encarnan el estatismo, la represión, el control burocrático y la falta de libertades ciudadanas.
Nuestra población vibra y sucumbe ante el desasosiego, la incertidumbre y las frustraciones cotidianas, mientras el caudillo y su sucesor deforman los ángulos de la realidad insular. La mentalidad de trinchera de estos hombres les impide ver los cambios que el país necesita.
De todas formas, en un país como el nuestro, leer y pensar en público contra la contracorriente es un acto de libertad. Gracias viajeros por su compañía.

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