viernes, 22 de agosto de 2008

Bailar timba. Por Luis Cino.

Bailar timba: no hay más na. / Luis Cino.

Le llaman timba. Dicen que es otra forma de tocar la salsa. Tiene de Rhythm and Blues, de reggaeton y de hip hop. Pero la timba, brava o Light, es más son que otra cosa.

La timba es el tallo áspero, procaz y con espinas, que parió el son del cautiverio. La música dura de alegría falsa que trató de poner sabrosura a las penas más recientes. La banda sonora del hambre, los balseros y la desesperanza.

Quisieron enmascararla con caras bonitas, poses charangueras, ropa sexy, meneo de caderas de mulatas de vértigo…

La timba, sin proponérselo, se convirtió en la crónica de las vidas precarias del que creyeron sería el hombre nuevo. O de sus hijos. Bisneros, ambientosos, jineteras y chivatos. Todos están en sus canciones. La comedia humana, sincopada y con tumbao, de la Cuba de ahora mismo. La de los barrios. La isla en pesos… no convertibles.

Su filosofía marginal habla el idioma de las calles. Advierte, sin reparos que “el Bonny está pasmao”. No hay casualidad. “El Bonny es una pasta, pero pasmao para qué.” Aconseja a las niñas que se busquen “un temba que las mantenga, un papirriqui con guaniquiqui”. Para que tengan lo que tenían que tener. Además, alertan sobre “Yuya la de la patrulla, la que no hace bulla, la que te vela y te echa pa la candela”.

Los muchachos crecieron con los Van Van y el pop latino que escuchaban sus padres, pero la timba es su música.

Sus ídolos son la Charanga Habanera, Paulito FG, Manolito Simonet y Bamboleo. Son lo que hay. La especulación de La Habana. La tiran en estereo. A pagar allá.

Cadenas de oro, ropas de marca, video clips deslumbrantes y viajes al extranjero, simbolizan las vidas de sueño que quisieran vivir. “Tú puedes llegar, tú puedes llegar, pero no te pases”, les previenen.

Persiguen sus actuaciones por bailables populares y casas de la música, si tienen dinero. En La Piragua, la Plaza Roja o la Tropical. Son los nuevos templos de la gozadera.

Allí “se ponen buenos” con cerveza de pipa ligada con amitriptilina o parkisonil. Si aparece “un prajo” –un pito de marihuana- es lo máximo.

Cuando llega el estribillo, ya están “en talla”. Ellos no están en nada. Lo suyo es el baile y “las jebitas”.

Siguen el coro erotizados. Insinuantes, mueven la pelvis y se pegan a sus parejas. Alzan los brazos al cielo. Como si imploraran gozar. Las caderas se mueven en círculos de lujuria. Es el despelote. La catarsis colectiva.

Si esta noche no hay botellazos, chavetas ni bengalas, todo estará “tocao”. No acabarán en la unidad de la policía.

Volverán “arrebatados” y hambrientos a sus barrios oscuros y ruinosos. A pie o en la confronta. De madrugada, no hay camellos. El aire nocturno refresca la nota.

Para ellos, sólo hay consignas en las paredes, discursos en la televisión, escombros y basuras sin recoger, redadas policiales, botellas de chispa de tren y el humo risueño de los cigarros de hierba de parque.

“No hay mas ná”, repiten la antífona tribal, sentados en la esquina. Siempre alguno responde: “No es fácil, asere, no es fácil”.