miércoles, 30 de julio de 2008

Apuntalar murallas. / Miguel Iturria Savón.

Un politólogo opositor valoraba como irreversibles los cambios iniciados en Cuba por el Gobierno del general Raúl Castro. Agregaba que “al conceder ciertas libertades económicas y eliminar prohibiciones absurdas el heredero de Fidel Castro apuntala la dictadura populista, pero la desmantela poco a poco. A él le quedan cinco o seis años en el poder, tiempo suficiente para preparar un aterrizaje suave en la democracia”.
No comparto tanto optimismo. Creo que Raúl Castro está demasiado comprometido con el régimen creado por el Comandante en Jefe, del cual fue piloto automático durante medio siglo. Como ministro de las Fuerzas armadas y segunda figura del Estado, el Gobierno y el Partido comunista es tan responsable del desastre insular como su propio hermano. Tiene a su favor el hecho de ser más laborioso, organizado y responsable que su antecesor; pero no es un demócrata ni un renovador, sino un anciano que intenta esquivar el naufragio y ganar legitimidad dentro y fuera del país.
Nada esencial ha pasado todavía. Todo sigue bajo control estatal: las cárceles, la represión, las amenazas a los opositores, las consignas patrioteras, la doble moneda y hasta el fantasma del enemigo. Raúl Castro continúa el retablo del castrismo como un titiritero que baja el precio de las entradas para conservar el tinglado.
Hasta ahora, los “cambios estructurales” se reducen a la entrega de pequeñas parcelas improductivas, la venta de equipos electrodomésticos, el acceso de los cubanos con divisas a los hoteles y la firma de varios pactos internacionales. Son medidas para desparasitar al régimen, mejorar su imagen, diezmar la corrupción y crear expectativas. El resto lo pone la esfera del reloj; mientras los aliados de Europa, China y Venezuela envían sus limosnas y los cínicos, los escépticos y los oportunistas aplauden “la transición cubana”.
Raúl Castro no ignora el presente pero sigue anclado en el pasado. Su Consejo de Estado parece un Consejo de guerra. Los mismos ancianos uniformados y dos o tres figuras de corcho ejecutan las decisiones. Con golpes teatrales no se cambia un país. Nadie renuncia a la platea del poder.
Los ancianos solo cambian cuando los hijos y los nietos le imponen el retiro. Si la oposición pacífica no presiona desde abajo y les mueve el piso mediante actos palpables, los burócratas del castrismo gobernarán veinte años más en nombre de la patria, la revolución y el socialismo.
La élite feudataria encabezada por Raúl Castro no va a negociar con una oposición que no mueve a las masas. Por eso controla, denigra, reprime y hasta encarcela a sus líderes más destacados. Si estos se conforman con denunciar las violaciones de los derechos humanos y exigir demandas al gobierno que las niega, seguiremos en punto cero.
Las cosas no ocurren por si solas. El castrismo toca fondo, carece de ideas renovadoras pero es incapaz de negociar. El miedo a perder el poder lo paraliza. El sucesor de Fidel Castro es soberbio y excluyente. Para él, el otro no existe. Tal vez no pueda gobernar como lo hacía el Comandante, pero sabe atenuar el descontento popular con algunas medidas y promesas. El resto depende de la propaganda oficial, la represión, la dependencia del estado y de la actitud que asuman los opositores.El general Castro no busca un aterrizaje en la democracia. Las élites no se suicidan en el poder. Apuntalan las murallas para destejer el tiempo y adentrarse en la línea del horizonte.

Una palabra de la iglesia. /Luís Cino.

Parece que después de todo, Mariela Castro tiene razón. La homofobia está mucho más arraigada en los cubanos de lo que suponíamos. Está tan prendida en el alma castrista-machista-leninista de algunos veteranos de la elite gobernante y algún que otro prejuiciado de a pie como en la alta jerarquía de la Iglesia Católica.

La cruzada de Mariela Castro y el Centro Nacional de Educación Sexual contra la homofobia hizo saltar al cardenal Jaime Ortega, habitualmente sereno y moderado. El Arzobispo de La Habana no pudo soportar tanta afrenta y tuvo en voz alta que expresar, porque sus fieles sorprendidos y disgustados lo exigían, el rechazo de la Iglesia.

Era de esperar una reacción similar por parte del tradicionalmente conservador en este tema, alto clero católico. Sólo que Monseñor Ortega no suele hablar alto y claro cuando de políticas oficiales se trata. El cardenal prefiere ser cordial con el régimen: conserva los espacios ganados por la iglesia y mendiga mínimos espacios más. Entretanto, acompaña a Monseñor Céspedes en su admiración por Che Guevara y ora fervientemente por la salud del Comandante.

El Cardenal Jaime Ortega considera que la campaña oficial en pro de la diversidad sexual “fue más allá de combatir el rechazo o el maltrato a las personas homosexuales”.

Para el arzobispo de La Habana fue demasiado fuerte la impresión de ver la bandera gay en el Pabellón Cuba, Brokeback Mountain en la televisión y el afocante espectáculo de travestís en el teatro Astral. Peor aún que el gobierno autorice las cirugías de cambio de sexo y legalice las uniones de parejas homosexuales.

El cardenal Ortega opina que el gobierno cubano, en cuanto al tema de la homosexualidad, debió sustraerse a “la ideología liberal sustentadora del todo vale”. Supongo que para ello, hubiera recomendado el mismo método que utilizó y utiliza para sustraerse en cuanto a democracia, derechos humanos, estado de derecho, economía de mercado y otras zarandajas terrenales que no deben ser de la incumbencia del Monseñor porque casi nunca las menciona.

Al cardenal Jaime Ortega y a algunos feligreses de mentalidad tan medieval como la suya, les asusta más que “el asunto de la homosexualidad se presente como algo normal” que todo lo demás que ocurre (o desafortunadamente no ocurre) en Cuba.

Sorprende y deja pasmado la prontitud y lo enérgico de la palabra eclesiástica en el tema del homosexualismo y la cruzada pro gay de Mariela Castro.

No hubo una palabra de la Iglesia con tanta energía por los muertos del Canímar y el remolcador “13 de marzo”. Tampoco por los tres jóvenes de Centro Habana que intentaron secuestrar la lancha de Regla y a los que fusilaron para “parar en seco” un éxodo masivo.

¿Ninguno de sus fieles, ni siquiera alguna de las Damas de Blanco que acuden cada domingo a la iglesia de Santa Rita, le habrá implorado a la jerarquía católica que hable sobre los prisioneros de conciencia? ¿Será que las violaciones de los derechos humanos y la falta de libertades políticas y económicas de los cubanos no ameritan la palabra de la Iglesia?

El Cardenal Ortega sigue desperdiciando las oportunidades de que la Iglesia Católica cubana juegue un papel digno en un momento histórico crucial. Al Monseñor, en línea directa con Torquemada y el Santo Oficio, le preocupa más que algunos homosexuales inconformes con su cuerpo (para él, aberrados merecedores de la hoguera) escapen de su prisión y sean libres, a través de una operación autorizada por el Consejo de Estado.

Dice Palabra Nueva, la publicación de la Archidiócesis de La Habana: “La actual campaña desde las alturas gubernamentales tiene más bien la apariencia del desagravio. Fue precisamente después de 1959 con el propósito del hombre nuevo que la homofobia se impuso a base de carros-jaula, prisión, trabajos agrícolas y la invitación a emigrar”.

El Cardenal Ortega, enviado por el régimen a cortar caña “a la cañona” en sus tiempos de seminarista, no quiere desagravios para los gays, los hippies, los Testigos de Jehová y demás víctimas de las UMAP. Por su parte, no necesita desagravios ni disculpas. Le basta con sus relaciones cordiales con la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido Único.

Dicen que al Cardenal, hace más de 40 años, tras las alambradas de un campamento en Camaguey, los guardias le sembraron el miedo en el alma. Todavía le dura. Sólo la homofobia es capaz de hacer que lo venza.

luicino2004@yahoo.com

Virarse para la tierra. / Miguel Iturria Savón.

En la última sesión del Parlamento cubano, el general Raúl Castro habló de distribuir las tierras estatales ociosas y advirtió que la producción de alimentos es “asunto de máxima seguridad”. La consigna es “virarse para la tierra”, dijo el Presidente de los Consejo de Estado y de Ministros.
La frase del mandatario insular parece algo más que un lema, pues desde la sesión del 10 de julio el diario oficial se refiere a la cuestión. Un decreto reciente estipula la entrega de 13,42 hectáreas en usufructo a quienes no tienen tierras y desean dedicarse a la agricultura, mientras los poseedores podrán incrementarlas hasta 40,26 hectáreas. El documento advierte que los beneficiarios pagarán un impuesto y que el usufructo, concedido por 10 años a las personas naturales y por 25 a las granjas estatales y cooperativas, “es intransferible y no puede ser cedido o vendido a terceras personas”.
La cláusula no es muy atractiva pues tales condiciones convierten al “poseedor” en un siervo estatal con gravámenes, obligado a entregar sus productos a precios bajos, sin recibir créditos para cercar, obtener maquinarias, fertilizantes y pagar mano de obra, además de enfrentar los caprichos de la naturaleza, la transportación, el robo y las oscilaciones del mercado agropecuario, controlado por un ejército de funcionarios que exigen lo suyo o te arruinan el negocio.
El gobernante quiere producir más alimentos, reducir la importación y revertir “la tendencia al decrecimiento del área de tierra cultivada”. La lógica es buena, pero el problema sobrepasa las intenciones y la medida para solucionarlo. Ni el arriendo ni los impuestos serán eficaces sino se liberan las fuerzas productivas y las regulaciones del mercado. La realidad no cambia por decreto. La falta de estímulos para crear bienes de consumo sigue en pie.
En Cuba se ha perdido el apego a la tierra y los hijos de los campesinos emigran a las ciudades. ¿Qué ganan con regresar a casa o heredar la finca, si tienen que entregar los productos a precios ridículos a los recaudadores estatales? ¿Cómo “virarse para la tierra” y producir más alimentos si les controlan cada cabeza de ganado y les fijan el precio de cada fruto?
La paradoja que enfrenta la agricultura cubana exige medidas que incluyan los intereses de todos. Administrar la finca estatal sin tener en cuenta a quienes crean los valores equivale a conservar la improductividad y los precios inflacionarios.
Estas cosas me recuerdan a la hacienda de Rigoberto Corcho, un guajiro de Ciego de Ávila que solo posee una yunta de bueyes, dos toros, 15 o 20 vacas lecheras y varios cerdos en dos caballerías de tierras fértiles, en las que cultiva el arroz, los frijoles y algunas viandas para su casa y la del hijo, un cuarentón que vende dulces en la ciudad a pesar de ser agrónomo y experto en ganadería.
Al recorrer los predios del viejo agricultor le pregunté por la causa de tanto espacio baldío. “¿Para qué producir maíz si Acopio me compra una carreta en 200 pesos y la revende en 4 mil? Lo mismo sucede con otros productos. Ellos fijan el precio de la cosecha, exigen y hacen promesas, pero no traen las semillas ni te venden un tractor. Si les hace caso te convierten en esclavo del Estado.”
Hay campesinos que no producen ni para la familia y otros que hicieron dinero en los puestos agropecuarios. De las cooperativas y las granjas estatales no vale la pena hablar. Para equilibrar la oferta y las demandas hay que rediseñar la agricultura y disminuir tantas normativas.
Ya la prensa oficial admite que las tierras cultivadas de la isla han disminuido un 33%. Hablan también del fin de los subsidios, del aumento de los impuestos y del cese del igualitarismo instituido hace medio siglo por el gobierno que ahora preside el general Raúl Castro, quien exige más producción sin cambiar las causas de la desesperanza y el desinterés social.

Favores al enemigo. / Luís Cino.

En el recién finalizado VIII Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), el debate arrancó lastrado desde el principio. Pese a lo que muchos prefieren creer, las reglas del juego estaban cantadas de antemano.

En su discurso ante el congreso, Esteban Lazo, miembro del Politburó y vicepresidente del Consejo de Estado, destacó la necesidad de “conciliar la política informativa de la prensa con los intereses de la dirección del país”.

“Las contradicciones pueden ser de forma pero nunca de principios, pues ambas se subordinan ante todo a la defensa de la revolución”, advirtió Lazo.

Pareció que antes de efectivamente solucionar el problema de lograr una prensa que no dé la espalda a la realidad, se trató de hallar nuevas justificaciones y pretextos para el estancamiento y las viejas lealtades. Siempre entre loas, aplausos y dándole al que no te dio.

Algunos creyeron ver en los debates (es probable que no estén mal encaminados) ciertos reflejos de la pugna entre facciones de la elite que mantiene en un limbo de incertidumbres el presente de la nación. De un lado, los retranqueros del inmovilismo. Del otro, los aperturistas con guantes y antifaz. Todos pendientes de sus temores, prejuicios y privilegios. Erróneamente creen estar bien advertidos de donde dice peligro.

Algunos de los participantes no están muy lejos de la verdad. José Alejandro Rodríguez, del periódico Juventud Rebelde, expresó: “El principal enemigo interno es el silencio y nuestros propios ataúdes podrían ser los armarios con cerrojos para esconder las dudas, los quebrantos y los sanos exorcismos con que debiéramos todos los días ejercer el periodismo, sin blasfemar del propio ángel de la revolución que nos ha conducido hasta aquí, más bien para salvarlo fortaleciendo sus alas”.

El colega, que tantas cartas desesperanzadas recibe en la sección Acuse de Recibo, debía saber mejor que nadie que las alas del ángel tienen gangrena. Sólo que prefiere ignorarlo o fingir que lo ignora. Es más saludable para él y para el viejo ángel de las alas enormes e inservibles.

El crítico de cine de la página cultural del periódico Granma, Rolando Pérez Betancourt, dijo estar bien advertido de las fatales consecuencias para el periodismo oficial cubano de la mentalidad de plaza sitiada. De callar ciertos asuntos para “no dar armas al enemigo”. De no saltar a una piscina sin agua. De preferir no tirar para no fallar el blanco.

El pueblo le pasó la cuenta sin compasión al periodismo oficial. Como no reflejaba la vida real, sencillamente dejó de creer en él.

No es un chiste. Pérez Betancourt culpa al imperialismo yanqui de buena parte de las deficiencias de la prensa oficial. Sólo la advertencia sobre la posibilidad de una implosión de la revolución, contenida en el discurso-testamento de Fidel Castro en la Universidad de La Habana, en diciembre del 2005, le reafirmó una vieja incertidumbre:

“¿No será que de tanto evitar darle armas al enemigo, de tanto contener los disparos hacia las deficiencias de nosotros mismos, le hemos hecho un importante favor al enemigo?”.

Elemental, colega. La prensa oficial aprendió demasiado tarde que sus zonas de silencio y su espalda vuelta a las penurias del pueblo son las que nutren al periodismo independiente. Ahora es demasiado tarde, princesa…Los cubanos, ante un atropello, vuelven los ojos a “la gente de los derechos humanos” y no a los periodistas de Granma o el Noticiero de Televisión.

Los ataques de Pérez Betancourt, Lázaro Barredo y otros de la comparsa contra los periodistas independientes, son sólo una sarta de sandeces. Aprendieron a leer en las mismas cuartillas que ellos. Decían Fidel y revolución y no estaban editadas en la Sección de Intereses norteamericana. Estuvieron sometidos a los mismos torturantes manuales marxistas. No hay razones para la enemistad. Algo en común debe haber, si exceptuamos la dignidad y el miedo.

A pesar de sus prebendas y sus vanas pretensiones de creerse los genios del tecleo, en el fondo, los oficialistas anhelan la independencia de escribir sin imposiciones (a excepción de Lázaro Barredo, que es feliz al frente del periódico Granma). Tirarían con gusto las etiquetas que le colgaron al oficio.

A propósito, el periodismo independiente (para el que Roly Pérez Betancourt decreta “ninguna libertad”) no trata de robar nada a los periodistas oficiales. Menos que nada, la libertad. Por el contrario, los hace más libres. Si no existiera un periodismo alternativo al oficial, tal vez el VIII Congreso hubiera seguido indefinidamente aplazado

Carta del Comandante en Jefe aparte, ¿no deseará Alina Perera Robio escribir sin camisa de fuerza ni cinturón de castidad? Lo digo porque la periodista confiesa que no le interesa “un socialismo gris, aburrido, chato” y mucho menos echar su suerte “en uno que no sea moral”.

¿No seducirá a Rosa Miriam Elizarde, un tanque pensante sub-aprovechado, la idea de tener un blog tan original (aunque esté “hosteado en Alemania” porque en su país no se lo permiten) como el de Yoani Sánchez, a quien tanto criticó por recibir un premio madrileño que no le permitieron recoger?

En el VIII Congreso, se debatió duro, hasta donde se pudo y lo permitieron, sobre la política informativa “dentro de la revolución”. Es un problema tan antiguo como Gutemberg, bromeó el general Raúl Castro en la clausura. Pero se va a resolver, dijo. Luego, se sonrió enigmático, no dijo más y dejó a todos “en eso”.

Pese al tono jocoso, la futura solución anunciada por el general-presidente, fue lo más serio y alentador que se escuchó en el VIII Congreso de la UPEC. Al menos, fue infinitamente más serio que proponer al presidente venezolano Hugo Chávez para el Premio Nacional de Periodismo José Martí. La insólita propuesta de los delegados de una emisora de radio santiaguera fue también, en cierto modo, “dar armas al enemigo”.

luicino2004@yahoo.com

El destino se escribe sin saberlo. / Miguel Iturria Savón.

Al remontar los 95 años Víctor Mirabal es un hombre vital, apacible y reflexivo. Sobrepasa en cuatro décadas a su tercera esposa y en un cuarto de siglo a su suegra. Ya no escribe pero pinta y a veces traduce algún texto al francés, lengua que aprendió en Haití junto a Martha Jean Claude, con quien forjó una familia de artistas desperdigada entre La Habana, Madrid, Holanda y el Caribe.
Nació en Guantánamo, en agosto de 1913, de donde partió con la madre a Manzanillo al morir su padre, un dentista que tocaba el violín por disposición del abuelo Fermín Mirabal, primer violinista de una orquesta de París. Víctor no heredó el Stradivarius ni la pasión por la música de sus antecesores, pero a los 15 años comienza en La Habana su aprendizaje periodístico, profesión que ejerció durante más de seis décadas.
Su paso por la prensa, la literatura, la pintura y el hecho de compartir gran parte de su vida con una artista que creció a su lado, le dejaron un arsenal de recuerdos y satisfacciones que compensan los achaques del tiempo, atenuado por las deferencias de algunos colegas y por las visitas de sus hijos y sus nietos, con los que tropezamos a veces en la casa del Cotorro, donde vive con Alina, periodista y esposa de sus últimos avatares.
“Anduve por la vida escribiendo historias, pero nadie recuerda mis crónicas, entrevistas y reportajes. Tal vez sea el destino de los periodistas”, dice mientras afila la memoria para responder a mis preguntas.
P: Hábleme de su primera etapa en la prensa cubana.
V.M: Comencé en 1926 como colaborador de periódicos en Santiago de Cuba. Yo leía mucho y me vinculé a reporteros que me dieron el ABC del oficio. Al venir a La Habana traje cartas de recomendaciones, pero mi entrada no fue nada triunfal. Alterné la prensa con varias faenas hasta que senté cátedra en los medios. En El Mundo hice el magazine dominical. Recuerdo con cariño la revista Ahora, el periódico Hoy y otras publicaciones, algunas de vida efímera.
P: Haití ha marcado su vida. ¿Cómo conoció a Martha Jean Claude?
V.M: Yo voy a Haití a fines de los cuarenta. Conocí a Martha mientras desayunaba en el hotel. Ella deseaba viajar y alguien le habló de mí. Comenzamos una relación y me la llevé para Caracas. Nos casamos después.
P: ¿Ya cantaba?
V.M: Si, pero no era famosa. Era una campesina con talento artístico, educada por las monjas del convento Santa Rosa de Lima, donde siguió como profesora. Desde jovencita cantaba en las iglesias y después en varios teatros con Esmeralda de Pradine. Sus primeros discos los grabó en Caracas. En La Habana triunfó como artista. Mi encuentro con ella me cambió la vida. En Haití nacieron Sandra y Linda. Richard y Pula en Caracas.
P: ¿Conoció usted a François Duvalier?
V.M: Si, antes de ser elegido a la presidencia y convertirse en tirano. Era un médico culto y agradable; presidía la Misión, un comité estadounidense que ayudaba a Haití en cuestiones de salud. Coincidimos con él en Puerto Príncipe y en el Caván Chocún, un cabaret al estilo de Tropicana, allí bailé con su esposa mientras él charlaba con Martha.
P: Caracas fue otra etapa importante en su vida. ¿Ejerció allí el periodismo?
V.M: Si. Martha y yo llegamos cuando Rómulo Betancourt asciende a la presidencia de Venezuela. Yo lo sustituyo en la página económica de El País, sin saber nada de economía. Mi primer artículo fue un desastre y el Director del Banco nacional llamó al director (Luis Trosconi), quien me mandó a verlo. Me dijo hasta animal, pero le pedí ayuda y conservé el puesto. La secretaría del Banco me daba cada día el estado de cambio monetario, el movimiento de la aduana y otros datos. La página fue cada vez mejor. También hice entrevistas y colaboré con un diario de Maracaibo.
P: ¿Por qué abandonó El País?
V.M: No lo abandoné, me botaron por una pifia con John D. Rockefeller, a quien entrevisté en el Hotel El Ávila cuando él promovía un barco que pescaba y procesaba la sardina. Mientras lo esperaba en el lobby hablé con un señor que deseaba obsequiarle un cuadro de Washington para pedirle el ingreso de su hijo en la Clínica de los hermanos Mayo. Le exigí al fotógrafo que lo retratara y al entrevistar a Rockefeller le planteé el problema. Escribí dos artículos después de la entrevista, pero entregué primero el del hombre del niño enfermo. Parece que la Embajada norteamericana se quejó y Trosconi me despidió. Supe más tarde que al hijo del magnate yanqui lo capturó una tribu del Amazonas y le redujeron la cabeza.
P: ¿Regresó a Cuba?
V.M: Si, aunque Martha cantaba en la radio de Caracas y alternaba sus grabaciones con el casualismo, como le llamaba a sus creaciones pictóricas, bien recibidas en el Liceo “Fermín Toro”. En La Habana ella graba algunos discos, actúa en Tropicana y es reconocida, mientras yo me dedico al periodismo. Fue a mediados de los cincuenta. Me reincorporo a El Mundo y colaboro con la revista Bea, que cultivaba un humor muy sutil. Viajo a Honduras y a Guatemala con Amiama, el director de esta; pensábamos hacer un número en cada país, pero nos sorprende el triunfo de la Revolución…
P: ¿Qué pasó entonces?
V.M: En Guatemala coincido con Antonio Rodríguez Echezábal, casado con una haitiana al igual que yo. A él lo nombran Embajador y me pide que asuma como Secretario. Aquello era un desafío constante, nos espiaban los enemigos del gobierno cubano y el Presidente Idígoras los dejaba actuar; nosotros también actuábamos –con los sindicatos y organizaciones-, como si estuviéramos en Cuba. A Antonio le decían el “oso blanco” y se comportaba como tal. En una ocasión le dio una golpiza pública a un espía que sorprendimos en mi oficina. A los dos nos declararon personas no gratas…
P: ¿Siguió en cargos diplomáticos?
V.M: No, volví al periodismo. Ejercí en Revolución, en la Revista Forestal, la Agencia AFP y en Trabajadores. Me incorporé a las tareas de la época y cursé la carrera de periodismo en la Universidad de La Habana, como un chiquillo con 40 años de experiencia.
P: ¿Alguna anécdota?
V.M: En un recorrido del Ejército Occidental descubrimos un Centro de reeducación de homosexuales, entre Santa María del Rosario y Pedro Pi, era una especie de campo de trabajo forzado con un reglamento absurdo para rehabilitar a los gays. Allí fui testigo de un suicidio en un “acto de graduación”.
P: ¿Y el caso de Ramón Mercader, el asesino de Troski?
V.M: Yo no sabía que vivía en Cuba, pero la AFP conocía de su ingreso en una clínica de La Habana y en Moscú esperaban su cadáver. Llamé al Palacio de la Revolución y Lisandro Otero me prometió averiguar, cuando insisto, presionado por los cables de París, me informa que ni Fidel Castro sabía nada. De la agencia me pasan los detalles de la llegada del féretro y del homenaje que le hizo la KGB. Aquí era un secreto de estado.
P: El acceso a las fuentes es uno de los problemas del periodismo cubano.
V.M: Si, hay temas tabú. Todo se subordina a los intereses del Partido y el Gobierno. Antes había zonas de silencio, pero la prensa era más libre y diversa, aunque ninguna obra humana es objetiva ni imparcial.

miércoles, 23 de julio de 2008

Confesiones de un periodista. / Miguel Iturria Savón.

Con ochenta y dos años y más de sesenta dedicados a la prensa y a la mercadotecnia, Alberto Pozo, Premio Nacional de Periodismo “José Martí” y Premio Espacio de Publicidad, es aún un hombre tímido y cordial, que se niega a abandonar su profesión y obsequia sus sabios consejos a los colegas y amigos que tropiezan con él en las calles de La Habana o en la Asociación culinaria de Cuba, en la cual ejerce como Asesor.
El tenaz reportero ha transitado sin traumas de la riqueza a la miseria. No habla de sus glorias mundanas ni se queja de las cicatrices, despojos y penurias que las últimas décadas dejaron en su alma. Para él la vida no es una tragedia, sino un camino accidentado con sus luces y sombras.
Lo conocí en 1991 en el apartamento de un amigo común, a unas cuadras de su casita de San Francisco de Paula, donde vive con su tercera esposa y su tercer hijo, entre gentes humildes que profesan la santería y juegan a la bolita, pero veneran al viejo periodista como a un ícono del país.
Alberto Pozo nació en 1926 en Pinar del Río, donde transcurren sus primeros años. Como sus padres vivían en la capital residió con ellos en la calle Industria esquina a Colón, y en Paseo entre 19 y 21. Cursó la enseñanza primaria en una academia privada y el Bachillerato en el Colegio La Salle, en El Vedado. La influencia del profesor Enrique de la Maza despertó sus inquietudes literarias y su elección por el periodismo, aunque su progenitor le aconsejaba la carrera de Derecho.
-Pozo, háblenos de su familia.
-Mis padres eran de ascendencia canaria y origen campesino, pinareños ambos, por eso nací en la casa materna. Mi padre, Alberto C. Pozo Fernández del Puerto Varela, hermano de Justo Luis del Pozo, Alcalde de La Habana en los años cincuenta, era funcionario del Ministerio de Hacienda; un hombre bastante liberal y comprensivo. Me enseño el valor de las relaciones sociales y la necesidad de prepararme para sobrevivir, por eso me pagó las mejores escuelas y trató de hacerme abogado, profesión muy respetada en la época.
-Pero usted se hizo periodista.
-Si, pero también hice tres años de Derecho en La Universidad de La Habana para satisfacer a mi padre. El periodismo no tenía el mismo reconocimiento social pero era mi vocación, yo quería escribir. Matriculé en la Escuela Manuel Márquez Sterling, que no era estatal sino de los propios periodistas. Me gradué con primer expediente en 1948 y obtuve un puesto como periodista en Unión Radio, situada en la Rampa. Ganaba 80 pesos y me compensaban con dos “botellas” en el Ministerio de Obras Públicas, pero eso de cobrar sin trabajar era un reto a mis principios éticos, aunque era algo normal en la época.
-¿Recuerda algún trabajo especial en sus inicios periodísticos?
- Si. Lo más memorable fue la entrevista que le hice a Ramón Grau San Martín cuando entregaba la Presidencia de la República a Carlos Prío Socarrás. Fue en la residencia de Grau, en 5ta avenida y 14, Miramar; él la llamaba “mi chocita”, por eso la publiqué en Prensa Libre con el título “Desde la chocita del doctor Grau”. Me impresionó su personalidad, era un hombre cultísimo como ningún otro político. Comencé a entrevistarlo a las nueve de la mañana y terminé a las seis o siete pm, pues él iba recibiendo a los políticos en su despacho, delante de mí. Era un burlón de fina ironía, muy simpático, agudo e interesante. Durante casi toda la entrevista se burló de Carlos Prío, ya no eran amigos.
-¿Alguna lección?
-Si, saber escuchar para entender los problemas. Eso lo he puesto en práctica en mi trabajo como periodista y como profesor de Comunicación social. Escuchar, más que hablar, es importante también para los ejecutivos, al menos ahora que el mundo desarrollado entra en la era del conocimiento. Yo lo aprendí con Ramón Grau San Martín en 1948.
-¿Por qué abandonó Unión Radio?
-Porque allí me contactaron los Mestre, dueños de varios canales de televisión, emisoras de radio y otros negocios. Aproveché y di el salto. Trabajé como ejecutivo de cuentas de la Agencia publicitaria Mestre, Conill y compañía. Tengo una anécdota que retrata a Goal Mestre, quien era graduado de Harvard y un norteamericano en el aspecto físico y mental. El primer día me recibió de pie y me dijo:
“Usted tiene que andar en el automóvil del último año, vestir impecablemente e invitar a nuestros clientes o futuros clientes a lo mejor de La Habana; si usted no lo hace así está cometiendo un pecado mortal porque usted es nuestra imagen”.
Ellos me facilitaban todo eso y me pagaban mucho más que a un periodista, además del treinta por ciento de las cuentas publicitarias llevadas por mí.
-¿Hasta cuándo fue eso?
-Desde 1950 hasta 1960. La Revolución lo cambió todo, incluidas las agencias publicitarias, unificadas en el Consolidado de la Publicidad, donde obtuve el apoyo de Mirta Muñiz, la directora, quien valoró mi experiencia por encima de mi parentesco con Justo Luis del Pozo, caído en desgracia.
-¿Y cuándo trabajó para Antonio Ortega Navarro y la Compañía lechera de Cuba?
-En la misma época y a través de la misma agencia publicitaria que te mencioné. Ortega y yo éramos amigos desde el Bachillerato, bastó una llamada y un encuentro para que él me diera la representación de su empresa. Con la Revolución él se marchó a Puerto Rico; desde allá me llamó cuando estuve muy enfermo hace unos años.
-¿Por qué se quedó en Cuba al marcharse sus padres, su mujer, sus dos hijos y tantos amigos expropiados?
- Me quedé por las ideas, creí en los ideales de igualdad y justicia social de la Revolución, pues a pesar de ser un hombre de clase media alta con un salario fabuloso y muchas comodidades, era sensible a la situación de los pobres y estaba permeado por la excelente educación patriótica que se impartía en la República, en la que el maestro era una especie de héroe local por los valores que inculcaba y por la eticidad de sus actos.
- Pero usted no era revolucionario.
-Ni revolucionario ni comunista, yo pensaba en términos económicos, pero me incorporé a las tareas de la época. Tal vez haya sido un soñador sin máscaras ni partido.
-¿Cuáles fueron esas tareas? ¿La zafra azucarera? ¿Las milicias…?
- Nada de eso, mi vida ha transcurrido en la economía. Trabaje en publicidad hasta 1968, en que fui designado por Enrique de la Osa al frente del equipo de Bohemia económica. Me jubilé en esa publicación en 1990 pero seguí colaborando en ella y otros medios. Ejercí también como profesor de Marketing en el Instituto Superior de Diseño Industrial y en la Asociación de publicistas y comunicadores de Cuba.
-¿Qué campañas publicitarias le encargaron en los sesenta?
-Recuerdo, por ejemplo, la publicidad de la Campaña nacional de alfabetización, reconocida por la UNESCO como una obra maestra. Trabajé también en el diseño publicitario de los otros planes de educación y de salud pública, así como productos específicos de la industria alimenticia pues laboré en la dirección de estudios de ese ministerio.
-Cincuenta años después de un proceso social tan complejo, ¿cómo valora en lo social y económico la etapa revolucionaria?
- Estamos en un momento de cambios paulatinos y es difícil valorar una época con la perspectiva de otra, como se ha hecho con la República en la etapa revolucionaria; pero hay algunos logros que me satisfacen, como las igualdades sociales en la enseñanza, la salud pública y el trabajo, muy diezmados por cierto desde la caída del campo socialista.
En cincuenta años hemos subvalorado la economía y no todo se debe al bloqueo, aunque las relaciones con los Estados Unidos son esenciales y geográficamente naturales desde hace siglos. Cuba ya le compra millones de dólares en alimentos y medicinas al gran vecino del norte. Pero hay que liberar las fuerzas productivas para crear valores, bajar los precios y satisfacer las necesidades de la población. China y Viet- Nam avanzan en ese sentido. Las inversiones extranjeras son imprescindibles.
-¿Cree usted en las “cambios estructurales” anunciados por Raúl Castro? ¿No será una forma de ganar tiempo y mantener el inmovilismo?
-He leído sus discursos y creo que él tiene sentido del valor de la economía y de la necesidad de revertir el estancamiento. Si fueran cambios cosméticos entonces no habría solución.
-¿Y los cubanos qué?
-Lo peor es que la mayoría de los jóvenes solo piensan en emigrar o en vivir sin trabajar, haciendo negocios ilícitos para compensar el desbalance entre los precios y el salario. El cubano, en general, tiene mayor nivel educacional, es inteligente, laborioso, muy afable y hospitalario. Eso lo reconocen hasta los turistas que nos visitan.

Antinomia legal. / Miguel Iturria Savón.

La legislación cubana dispone de artículos que autoexcluyen a otros y dejan sin efecto la aplicación de derechos y principios jurídicos refrendados por la Constitución, la Ley de procedimiento penal y diversos documentos de nuestra fronda legislativa.
Las denominadas antinomias legales actúan como muro de contención y convierten en letra muerta a los artículos y preceptos que ponen en peligro la estabilidad del régimen burocrático estatal, el cual crea artificios legales que le ofrecen legitimidad pero violan los derechos de las personas.
Pongamos el caso del Principio de presunción de inocencia, recogido en el artículo 1 de la Ley de procedimiento penal. El mismo se ajusta al artículo 11 de la Declaración universal de los Derechos humanos: “Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad en un juicio público, en el que se hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa”
La presunción de inocencia evita “arrancar la confesión”. Ningún acusado tiene que probar su inocencia; esta debe ser destruida por la entidad acusadora mediante pruebas palpables. Tal vez por eso se afirma “es preferible absolver a un culpable que sancionar a un inocente”.
Pero este principio se viola en Cuba bajo el amparo del artículo 72 del Código penal, el cual señala: “Se considera estado peligroso la especial proclividad en que se haya una persona para cometer delito, demostrada por la conducta que observa en contradicción manifiesta con las normas de la moral socialista”.
Si bien es cierto que en cualquier nación existen indicadores de peligrosidad por razones de alcoholismo, drogadicción o actitudes violentas de enajenados mentales, no se justifica una antinomia jurídica como el artículo 72, el cual va más allá de la presunción de una culpabilidad futura e incierta. Se invierte el principio del estado de inocencia y se juzga por prejuicio. La entidad acusadora sanciona en el presente a un individuo por un delito aún no cometido.
Semejante violación ha lanzado a miles de personas a “centros de internamientos correccionales”, que en nada se diferencian de una cárcel. Entre las víctimas figuran jóvenes bulliciosos, desempleados, muchachas proclives a la prostitución y centenares de opositores pacíficos.
Cuando se habla de peligrosidad social se viola uno de los principios de la Declaración universal de los derechos humanos, suscrita por Cuba desde 1948.

viernes, 18 de julio de 2008

Los diarios de Chacón y Calvo. (Primera parte). Miguel Iturria Savón.

Los diarios de Chacón y Calvo. (Primera parte). Miguel Iturria Savón.
El Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba está publicando los diarios inéditos de José María Chacón y Calvo (La Habana, 1992-1969), ensayista, historiador y crítico literario de vasta obra, quien ocupó cargos diplomáticos en Madrid, desde 1918 hasta 1936, y encabezó la Dirección de Cultura de la Secretaria de Educación, entre noviembre de 1936 y octubre de 1944. En España alternó sus funciones con las investigaciones filológicas, la recopilación de documentos históricos y cultivó la amistad con figuras como Miguel de Unamuno, Menéndez Pidal, Azorín, Alfonso Reyes, García Lorca y Rafael Alberti, lo cual consta en su amplia correspondencia y en sus diarios personales.
Chacón y Calvo legó una enorme y valiosa papelería distribuida entre Madrid y La Habana. En nuestra capital, sus fondos documentales son atesorados por el citado Instituto de Literatura y Lingüística, que editó en el 2006 su Diario íntimo de la Revolución Española, obra de gran valor histórico, testimonial y literario, redactada en Madrid a partir del 22 de julio –cinco días después de desatarse la tragedia- y concluida en el barco que lo trasladaba a la Isla, el 5 de noviembre del mismo año.
La edición estuvo a cargo de la doctora Nuria Gregory Torada, Directora del mismo, quien escribió la Presentación, escogió las cartas del Epílogo y redactó las notas que actualizan y enriquecen la obra, aunque algunas resultan excesivas pues sobrepasan el texto original y obligan al lector a un esfuerzo paralelo de información.
La larga estancia de Chacón y Calvo en España y su condición de enlace entre la Isla y los exponentes literarios y académicos de la antigua metrópoli, lo convirtieron en un testigo de excepción en medio de una contienda que rebasó las fronteras de España e influyó en Europa y en América. Se trata, por tanto, de un documento conmovedor que retrata la personalidad de Chacón, su inteligencia y coraje, la magnitud de su entrega y las acciones realizadas para salvar a los perseguidos por la guerra.
El autor describe con precisión los sucesos que vio con sus propios ojos y refiere como intervino en algunos. Revela gestiones humanitarias, encuentros con funcionarios del Gobierno republicano, el cuerpo diplomático y con amigos que lo involucran en hechos delicados. El día 22 de julio anota: “…era un movimiento desorbitado,…/...En la calle había rostros cabizbajos... gestos airados, voces ásperas. Expectación. Zozobra…”
La introspección está presente en cada página, sirve de puente entre el yo y la historia y favorece el análisis de los propios sentimientos encontrados. Asegura la fiabilidad del testimonio y le concede vigor y dinamismo. El escritor controla el material. Se implica y nos compromete. El amplio sentido que extrae de los hechos analizados demuestra su habilidad literaria.
Aunque la guerra puso en crisis su percepción de España, Chacón y Calvo convirtió la tragedia en materia prima del texto, lo cual enriquece la textura de estas páginas esenciales, en las que censura “la barbarie desatada” mientras describe sus gestiones para obtener asilo o refugio para las “víctimas de circunstancias inicuas”. Habla de los amigos incorporados al frente, del cierre de las iglesias, la desolación de las calles, las noticias de la Radio; las causas del conflicto en la voz de un joven combatiente y “la decisión admirable de las milicias…”
El autor no abraza el silencio ni se mantiene en él. No es imparcial. Tomó partido por la vida. Llamó a la conciliación, pero se apegó a la causa republicana. Trata de concertar los deberes diplomáticos con sus principios humanitarios y una posición neutral ante la beligerancia desenfrenada.
A veces acude a ironías y alusiones para expresar su estado de ánimo. En ese tono se refiere a los “ateneos libertarios” (anarquistas) y a las tensiones en la Embajada de Cuba, que adquirió una residencia auxiliar para albergar a los refugiados, a pesar de las limitaciones impuestas por el Embajador de la Isla, Manuel Serafín Pichardo Peralta, a quien califica de hombre con “sensibilidad de la Edad de Piedra”.
Pudiéramos hacer un catálogo con las personalidades que transitan por las páginas del Diario íntimo de la Revolución Española. Figuras cimeras del entorno académico, políticos de gran protagonismo, diplomáticos cubanos, escritores como Lino Novás Calvo, Rafael Suárez Solís y Antonio Marichalar; el historiador Alfonso Rodríguez Aldabe; los milicianos amigos de Chacón y otros que coincidieron con él en gestiones y sucesos. La madre del autor es una presencia omnisciente.
La atmósfera de incertidumbre y de escepticismo marca la escritura. El escritor valora la actuación de varios políticos republicanos, el papel del pueblo y las milicias, la incautación de palacios, los asesinatos aislados y se queja de las indiscreciones de “esa gente fina…que parece no saber nada de lo que sucede en España”.
No escapan a su pluma la constitución de los Comités de vecinos; el incendio en la Cárcel Modelo de Madrid, los cubanos apresados en la misma; el asesinato de García Lorca; las tropas que pasan; los gritos de combate; la mística religiosa de los revolucionarios; las olas humanas en la Embajada de Cuba y la llegada de Pablo de la Torriente Brau, “fuerza auténtica de la naturaleza”.
El Diario es una obra notable de observación. En un tono apacible expone encuentros y decepciones, pequeñas tragedias, rumores no confirmados, reuniones para evacuar a los extranjeros, gestiones de asilo, documentos controversiales. El autor lo ve todo –o casi todo-. Es mesuradamente elocuente. Recrea la atmósfera de tensión, los bombardeos, los amigos que parten. Decir la verdad –su verdad-, equivale a una liberación, a un renacer como ser humano.
Otro diario de este creador fue editado en el 2007 por el mismo Instituto de Literatura y Lingüística. Lo comentaremos en un próximo artículo, pues forman parte del rescate espiritual del gran publicista y promotor cultural cubano.

Los diarios de Chacón y Calvo (2 y final). / Miguel Iturria Savón.

Los diarios de Chacón y Calvo (2 y final). / Miguel Iturria Savón.

La publicación de los diarios escritos en España por José María Chacón y Calvo (La Habana, 1892-1969) forman parte del rescate espiritual del gran escritor y humanista, cuyo legado comprende más de veinte libros, cientos de artículos, decenas de prólogos, compilaciones y conferencias, cartas y papeles diversos, archivados en la madrileña Biblioteca del Instituto de Cooperación Iberoamericana, y en la antigua Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, sede del Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba, que editó en La Habana su Diario íntimo de la Revolución Española y Primer Diario de España y Diario del joven desconocido, en el 2006 y 2007 sucesivamente.
Permanece inédito su enorme epistolario y el Diario que escribió entre 1959 y 1969, mientras dirigía la Academia Cubana de la Lengua y partían al exilio sus amigos y familiares. Se habla de la transcripción del Diario para su próxima edición, pero esto exigirá un voto contra la censura pues aún viven los protagonistas de esa etapa convulsa que Chacón y Calvo valoró desde su casona de El Vedado, donde murió en la miseria y el abandono, el 9 de noviembre de 1969.
A tales publicaciones le antecedió la edición privada del Diario en la muerte de mi madre, preparada por el propio Chacón y Calvo en 1953. El mismo es una rareza bibliográfica de prosa conmovedora, que recuerda el tono elegiaco y florido de La Avellaneda y Juana Borrero. En esa obra intimista y dolorosa el escritor reveló su inmenso amor filial y su fina y aguda sensibilidad, anticipada en Hermanito menor y Ensayos sentimentales-, joyas creativas extendidas al Primer Diario de España y Diario del joven desconocido, fusionados en la edición del 2007 por el Instituto de Literatura y Lingüística, con Presentación y notas de Virgilio López Lemus.
Antes de adentrarnos en los mismos, hay que añadir que el rescate del gran intelectual cubano fue iniciado por la doctora Zenaida Gutiérrez Vega, profesora de la Universidad estatal de New York, quien investigó en el Fondo Chacón y Calvo de Madrid, publicó un excelente estudio crítico-biográfico sobre él y difundió su epistolario con Alfonso Reyes, Federico García Lorca, Rafael Alberti y otras figuras de Hispanoamérica. A la biblioteca española se trasladaron después dos especialistas del Instituto de Literatura y Lingüística para reordenar los fondos y preparar el Catálogo de documentos depositados en ambas entidades.
Como el Catálogo aún no ha sido editado, volvamos a los diarios juveniles publicados por el mencionado Instituto con financiamiento de Fredo Arias de la Canal, Presidente del Frente de Afirmación Hispanista de México, quien hizo posible otras entregas de poetas y escritores olvidados.
Señala Virgilio López Lemus que se trata de diarios breves de gran espiritualidad y sentido poético, con tratamiento típico de las relaciones afectuosas de la década del veinte del siglo pasado. Los textos recuerdan su estancia juvenil como diplomático de Cuba en España, donde recorrió los montes Pirineos y los balnearios y pueblecitos de toda la Península Ibérica.
El Primer diario de España comprende las anotaciones realizadas por Chacón y Calvo entre el 3 de octubre de 1918 y el 8 de mayo de 1922. El Diario del joven desconocido abarca del 3 de febrero al 20 de julio de 1923. La edición conjunta de ambos textos incluye el manuscrito inicial de cada uno y 5 fotos del autor en ese período.
No hay en estas páginas testimoniales de elevada calidad literaria una sola referencia a sus funciones oficiales ni a sus búsquedas filológicas o historiográficas. El autor describe con intensidad y vuelo poético sus viajes y los encuentros con sus amigos más íntimos, a quienes reviste de una pureza espiritual propia de su idealismo. El escritor describe sus impresiones ante la Catedral de Ávila, la partida de “la presuntuosa Valladolid”, los paseos solitarios por Zaragoza, el puente de Segovia y “el buen Madrid que no quiere saber nada de su Corte”. Anota las impresiones que les causan El Escorial, el retorno a los Pirineos, “el día triste de los pastores presos”, “la dolorosa indiferencia de las gentes”, la frialdad de su casa de Madrid, el recuerdo de una callecita estrecha, el tren, el bosque, la lluvia y la nostalgia por “el amigo de ayer, aquel amigo de mi vida”.
Otros sentimientos encontrados palpitan en estos diarios afectivos que rebasan el tono personal, por el interés ético y poético con que el creador observa la vida y describe las relaciones interpersonales, al estilo de la tradición europea y cubana.
José Luis Galbe (Zaragoza, España, 1904-La Habana, 1985), su “hermanito menor” y guía de sus viajes por los Pirineos es la figura más evocada en el Primer diario de España. Mientras que los escritores cubanos José Francisco Castellanos (1892-1920) y Enrique Loynaz Muñoz (1904-1966) son el centro de sus recuerdos y angustias personales en las páginas del Diario del joven desconocido, en el que apenas habla del paisaje, aunque describe a “la trágica y perenne Castilla” y a su natal Santa María del Rosario.
Los diarios juveniles de José María Chacón y Calvo difieren y coinciden en muchos aspectos con el Diario en la muerte de mi madre. La angustia existencial marca la prosa poética de los tres. De mayor valor histórico-testimonial, madurez humana y compromiso social es el Diario íntimo de la Revolución Española. Esperemos ahora por la aparición del Diario que escribió en La Habana durante la última década de su fructífera vida. Tal vez ilumine con su cultura y agudeza la larga noche que atraviesa la nación cubana.

Las cartas de Titón. / Miguel Iturria Savón.

Desde hace meses los medios culturales de España exaltan el legado intelectual y humano del cineasta cubano Tomás Gutiérrez-Alea, el célebre Titón, reconocido en la isla por la inquietante mirada de sus películas. El realizador de La muerte de un burócrata, Memorias del subdesarrollo, Fresa y chocolate, Guantanamera y otros filmes no regresa al ruedo por la excelencia de sus imágenes, sino por una selección de las cartas que escribió durante décadas, compiladas ahora por su esposa, la actriz Mirtha Ibarra, bajo el título Volver sobre mis pasos, con Prólogo de Juan Antonio García Borrero, a cargo de Ediciones y Publicaciones Autor, SRL, Madrid, 2007.
El libro no circula en La Habana, donde se prevé una edición menos lujosa, según Ambrosio Fornet, quien dijo las palabras de presentación en la Cinemateca de Cuba, ante Mirtha Ibarra y otros artistas y funcionarios de la cultura, en un acto que devino homenaje. La prensa especializada ha reseñado la obra y dedicado algunos textos al quehacer creativo del polémico Titón, cuya excepcionalidad como protagonista y testigo del proceso cultural cubano de fines del siglo XX parece galopar en varias de sus cartas.
La selección ha sido enriquecida por breves y valiosos testimonios de amigos del artista, como Julio García Espinosa, Carlos Saura y Sídney Pollack, y por “Su vida en la memoria”, texto conmovedor de Mirtha Ibarra, en el cual hace un recuento exhaustivo de su relación personal y artística con el cineasta. Se añaden, además, viñetas y poemas de Titón, una sección de anexos filmográficos y una iconografía con pinturas y dibujos de su autoría.
El epistolario comienza con una de las misivas dirigidas en 1951 por Gutiérrez-Alea al olvidado Germán Puig, fundador de la Cinemateca de Cuba junto a Ricardo Vigón y Guillermo Cabrera Infante. El maestro del celuloide intercambió correspondencia con personalidades como Manuel Barbachano Ponce, Cesare Zavattini, Carlos Saura, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Tony Richardson, Alfredo Bryce Echenique, Gabriel García Márquez, Costa Gavras, Robert Redfort y otras figuras, incluido Alfredo Guevara, Presidente del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica, de quien discrepa por “la centralización excesiva” y “la tendencia a imponer criterios personales en áreas donde las decisiones debieran tener un carácter colectivo”.
Las cartas nos asoman a pequeñas historias y espacios colaterales, paralelos a proyectos, sueños, problemas, discrepancias y reflexiones en torno al cine, la cultura y hasta la política. En cierta medida presentan las intimidades del medio y de la época, las posiciones contrapuestas de algunos protagonistas de nuestro proceso social, desde la honestidad y la ética profesional. Son una mirada lúcida y apasionada del cine cubano, la mirada de Titón, quien en 1961 renuncia al Consejo directivo del ICAIC, por el documento emitido por este sin consultarle sobre el documental PM. Veinte años después otra esquela dejar ver que las discrepancias se convirtieron en contradicciones profundas y, quizás, en hostilidad personal.
Como advierte Fornet, abundan aquí los desahogos familiares y las confidencias amistosas, pero este libro es, sobre todo, el testimonio de un artista e intelectual que no cesa de confrontar sus principios con la realidad y con sus propias aspiraciones cívicas.
Veamos una epístola de Gutiérrez-Alea en ese tono:
“Hoy, después de treinta años, me pregunto: ¿Qué se ha hecho de nuestros sueños?...Seguimos inventando todo una y otra vez, hemos tropezado repetidas veces con la misma piedra y muchas veces no podemos explicarnos qué ha pasado. Poco a poco hemos ido descubriendo que la historia tiene su tiempo y que,…el camino que queda por delante es mucho más largo que como lo soñamos…”
En el excelente Prólogo de Volver sobre mis pasos anota Juan A. García Borrero:
“Detrás de cada una de esas cartas… será posible advertir el compromiso de Tomás Gutiérrez-Alea con el contexto que lo rodeaba, compromiso que una y otra vez lo llevó a desplegar intensas interrogantes antes que altisonantes respuestas,…” Y agrega: “…ese optimismo terapéutico se puede respirar en su obra, mucho más pródiga en preguntas que en afirmaciones…”
El crítico hispano resume el legado dejado al cine por Titón:
“…no imitó, sino que supo beber en todo tipo de influencias para conformar su propio estilo, a veces, a contracorriente de la propia época; no moralizó, sino que hizo del autoexamen ético la mejor manera de comprobar hasta qué punto coincidía la idea con la realidad; no se entregó al entusiasmo desbordado de la voluntad o al escepticismo incurable de la inteligencia, sino que buscó un equilibrio que le permitiera conformar su propio proyecto de vida. No fue un líder voluntario, sino un paradigma que a estas alturas resulta imposible soslayar, así sea para negarlo.”
Solo Fidel Castro se atrevió a calificar de “contrarrevolucionaria” una película de Titón. Las autoridades culturales del régimen cubano no reiteran el “elogio” del déspota, prefieren diluir la excelente obra cinematográfica de Gutiérrez-Alea en la faena colectiva de la época. “Lo esencial está en los hechos –el ICAIC mismo, con sus películas, documentales, noticieros, afiches, dibujos animados…-”, aclara Ambrosio Fornet, quien califica a Titón de “un auténtico modelo de intelectual revolucionario”.
Pero obviemos las frases hechas y busquemos los filmes y las cartas de Tomás Gutiérrez-Alea, el cineasta que retorna con un epistolario de gran valor humano, testimonial y literario. Ya circula en Madrid. Esperemos su aparición en La Habana, en Miami, San Juan y en otras ciudades de ultramar, donde habitan tantos cubanos que huyeron de la burocracia, el subdesarrollo y los demonios de la intolerancia que trató de exorcizar Titón en sus películas.

Dos fechas. / Miguel Iturria Savón.

En el calendario de las efemérides históricas de Cuba hay acontecimientos convertidos en comerciales políticos, mientras otros apenas son mencionados. En el primer caso tenemos, por ejemplo, el asalto al Cuartel Moncada por un grupo de jóvenes armados y dirigidos por Fidel Castro, el domingo 26 de julio de 1953. En la gaveta del olvido duerme el aniversario de la República, establecida el 20 de mayo de 1902 y desbordada por la revolución de enero de 1959. La distorsión del significado de tales hechos es un problema que enfrenta la historiografía.
Antes de la República hubo un largo período colonial y dentro de éste una “República en armas” en los campos de Cuba libre, de 1868 a 1878 y de 1895 a 1898. A esa república de manigua estampada en las constituciones de los independentistas, le sucedió una etapa de transición que dio paso a la independencia y a la verdadera República, mancillada por algunos generales y doctores entre 1902 y 1933, y por los revolucionarios que ocuparon el poder a partir del 4 de septiembre del último año; despojados a fines de los cincuenta por otros revolucionarios que asaltaron cuarteles, pusieron bombas y organizaron guerrillas contra la tiranía de Fulgencio Batista y Zaldívar, el sargento ascendido a coronel, a presidente y a general golpista.
Ha llovido mucho desde entonces, pero Cuba sigue siendo una República con otro apellido: de “neocolonial” pasamos a “socialista”, término que encubre medio siglo de dictadura de los hermanos Castro, quienes glorificaron los asaltos del 26 de julio de 1953 y enaltecieron otros hechos en los que participaron antes, durante y después de la toma del poder, en enero de 1959.
Los ataques a los cuarteles fueron un fracaso militar: trajeron muertes, represión y encarcelamiento, pero colaron en la escena nacional a los hermanos Castro, indultados por el Congreso de la República a propuesta del propio tirano.
Los nuevos caudillos sufrieron otros reveses, pero aprovecharon las circunstancias y los factores de cambio para encabezar una revolución popular, que traicionaron al aferrarse al poder y aliar al país a la antigua Unión Soviética, lo cual acentuó la dependencia de la isla y la distorsión del proceso nacional.
El resto es historia conocida. El totalitarismo multiplicó las cárceles, el éxodo, la censura, la miseria, la corrupción y otros males silenciados por los medios masivos de comunicación.
Cuando alguien habla cerca de mí sobre el 26 de julio, el desembarco del yate Granma o el triunfo de la revolución cubana, esgrimo una sonrisa pues pienso en la estafa que representan tales fechas. Me recuerdan el primer golpe de Estado protagonizado por Fulgencio Batista, el 4 de septiembre de 1933. Batista, como Fidel Castro, se creía revolucionario. Ambos ocuparon el poder y se convirtieron en tiranos. El primero se marchó en un avión hace medio siglo. Al segundo lo soportamos desde entonces. Sus nombres y sus efemérides son una pesadilla en la historiografía del país.

miércoles, 16 de julio de 2008

El Mejunje es algo más. / Miguel Iturria Savón

La primera vez que fui al Mejunje, en Santa Clara, a mediados del 2001, comprendí la alegoría de su título. Mejunje en castellano significa bebida mala o brebaje de hierbas con sabor amargo. Y allí, entre las ruinas de una casa demolida, vi a gentes de todo tipo disfrutando un espectáculo cultural, entre ellos las lesbianas y los gays, quienes bailaban y se besaban entre si en un ambiente de tolerancia nada común en Cuba.
-“¿Qué te pareció?”-, me dijo El Veleta, un poeta y ceramista muy folklórico que vivía en el barrio El Condado y presidía el Club de los cornudos, el cual se reunía una vez a la semana en el bar del Mejunje para evocar a las putas que les pusieron los cuernos. “Ver para creer”, le dije a mi amable anfitrión, adicto a los tragos, las mujeres, la poesía y la farándula pueblerina.
Volví al Mejunje un año después con la filóloga Carmen Julia Prieto, esposa del Veleta. Ella me habló del entonces prohibido Show de los travestis y me obsequió un folleto sobre esa institución recreativa, fundada a mediados de los ochenta por el actor Ramón Silveiro, con quien conversé unos minutos antes de ir con Carmen al Teatro La Caridad, actual Marta Abreu, para ver las nuevas coreografías de Danza contemporánea de Cuba.
Como sitio, El Mejunje, ubicado a unas cuadras del Parque Vidal, no es más que un centro cultural entre ruinas, con dos o tres árboles, piso de losas, una barra techada y las paredes de una casa alta a cada lado. Como las ruinas y las bebidas baratas marcan la vida de los cubanos, recordé otros lugares similares de La Habana y los restos del antiguo cine Hatuey, sede de la Galería de arte del municipio Cotorro. En la Calle Obispo los artesanos capitalinos venden sus piezas entre los vestigios de una edificación barroca. En la misma acera hay un Bar en divisas y unos baños públicos en el patio de una casona demolida.
Lo que hace al Mejunje una institución atípica es la atmósfera de libertad que reina en cada una de sus propuestas. Es un lugar distinto, un rincón de la bohemia, un espacio para los duendes de la creación. Allí hay ángeles y magia. Todo fluye sin normativas con cierta complicidad por parte de los espectadores. Parece que Silverio y su equipo le ganaron la partida a la rigidez institucional que limita la cultura cubana en estas décadas de sospechas, controles metodológicos y recelos oficiales.
La actual programación del Mejunje nace de la experiencia, las necesidades e intereses de los grupos sociales, pues cada uno tiene sus expectativas y su espacio en el local. Los jóvenes son protagonistas esenciales según Silverio, quien afirmó hace unos días a un periodista: “El público aquí disfruta una obra de teatro, la más profunda trova o un recital de poesía, bien entrada la madrugada, con el mismo placer”.
La paciencia y la tenacidad han dado frutos. La constancia es palpable en la diversidad de horarios y programas. Si la lluvia interrumpe un espectáculo el público retorna para participar en la propuesta alternativa o compartir unos tragos entre amigos.
La programación más reciente incluye el rock –bandas y grabaciones-, la trova, la música más tradicional representada por Los Fakires y Son Aché, los bailables, el filing, los toques de tambor y veladas nocturnas mayoritariamente para gays y lesbianas, quienes asumieron el transformismo a pesar del recelo de las autoridades de la ciudad y de las opiniones contrapuestas de muchos asistentes.
El Mejunje, advierte Silveiro, “es un lugar que trabaja mucho con lo underground, lo alternativo, lo experimental, el riesgo de la novedad, donde se rechaza todo manual metodológico estandarizado… El sentido humanista, de inclusión social y educativo a través de la cultura es su característica más importante”.
Y en eso radica la aventura del Mejunje, en evitar los guetos y respetar las diferencias para que todos puedan coincidir y cohabitar en un mismo espacio sin tener en cuenta la raza, el nivel ni la preferencia sexual. El Mejunje, ya legitimado por la burocracia estatal, es algo más que una institución recreativa comunitaria. Allí nada es impuesto y sentimos la libertad al alcance de la mano.